OFICINA DE SOLUCIONES RÁPIDAS Y EFECTIVAS

CULTURA / HISTORIAS

Estaba al fondo, al lado del ascensor de servicio

Por Walter R. Quinteros

A Noemí se lo dijeron en el pasillo, venía caminando desde la oficina del supremo jefe, donde como siempre, entregaba la documentación y retiraba expedientes que debían ser tramitados.

Ángel dijo que veía venir ésa decisión, pero suponía que serían "reacomodados" en otra dependencia.

David, permaneció callado, con la cabeza gacha. Como esperando escuchar otra cosa.

Ricardo dejó el café. Fue a buscar precisiones que no sea la voz de radio pasillo.

Todos teníamos entre 60 y 65 años de edad. 

Ángel fue el que mejor estaba preparado para recibir su jubilación, había planificado su vida mejor que ninguno.

David, pasó por un chequeo médico, padecía una constante sensación de falta de aire desde hacía aproximadamente un mes y, para colmo de males, las cosas no iban bien en su matrimonio, hasta había cambiado su dieta y se le notaba cierto estrés, tenía miedo a esa maldita enfermedad crónica.

Ricardo hacía rato que no realizaba ningún deporte, les mentía a sus hijas y a nosotros con eso de que salía a correr pero en realidad, acudía a los brazos de Noemí, a veces, se quedaba fines de semana enteros con ella. 

A Noemí le costaba aceptar este cambio en su vida. Intentaba planes con Ricardo.

A Ricardo le dijeron eso. El nuevo jefe de Personal se lo dijo. Que el nuevo jefe supremo de aquella dependencia estatal no le convenía tener empleados eficientes y esa Oficina de Soluciones Rápidas y Efectivas. ¿Quién inventó eso? Era políticamente incorrecto. No solo la cerraban, sino que nos jubilaban a todos.

Ninguno de nosotros hablaba de aquel impacto emocional y, económico.

Pero ya no era lo mismo, los expedientes iban a otras dependencias.

Noemí ya no estaba tan coqueta ni perfumada. Blancas raíces asomaban en su cabellera rubia.

David, se había dejado la barba.

Ángel se preparaba para ser aquel esposo más compañero, mejor padre y abuelo más compinche con sus nietos, admitió eso como al pasar, unos días antes de la jubilación. 

Ricardo insistía por las oficinas la reubicación de nosotros y la de él. Se resistía.

Nos fueron. Y cada uno buscó un camino diferente.

Tres años después encontré a Noemí, tomamos un café en el porteño barrio de Flores.

Me contó que por mucho tiempo tuvo la sensación de estar de vacaciones pero mejor, porque ya no tenía la presión de ver cómo se acababan los días para volver. Su hijo trabajaba en el extranjero y cada tanto iba a verlo. Me dijo que lo de Ricardo con ella fue una muy linda experiencia amorosa en su vida, "pero vos viste como es él".

A David, le dio un accidente cerebro vascular como a los seis meses de la jubilación, se sentía muy deprimido, él tenía nostalgia por el trabajo. Murió hace poco. Si no es por algunos amigos del sindicato ni nos enterábamos, nadie de la familia se preocupó en llamarnos a nosotros.

Y Ángel, ése siempre la pasó bien. Siempre buscando nuevas expectativas, más realistas y digamos que ajustadas a esta nueva situación. Puso un negocito de compra y ventas de autos usados que atiende con uno de sus hijos. Este Fiat se lo compré a él. Sabe mucho con esta cosa de gestionar. Repartía bien cada dinerillo extra de nuestras "coimas", pero sigue siendo el mismo pedante insoportable.

Qué puedo decirte de Ricardo, se fue a Córdoba, a veces nos escribimos, pero ya somos como dos extraños, estamos lejanos, distantes. Ojalá nos volvamos a encontrar. Me gustaría verlo.

Le conté a Noemí que me dediqué al transporte de cereales con unos amigos y que una vez vi a Ricardo en la terminal de ómnibus de un pueblo de La Rioja, que se bajaba de un colectivo, impecable, de traje, que retiró un bolso y encendió un cigarrillo, que una mujer se le acercó, que apenas se dieron un beso en la mejilla, que se tomaron de la mano y caminaron hasta un auto que parecía ser de ella. Que dentro del auto parecía que hablaban o discutían algo. Que salieron despacio, para el lado del centro.

No, ni una caricia, nada vi flaca.

No, no me vió y si me vió, se hizo el bolú. 

No, tampoco hice nada por saludarlo. Vos sabés que discutíamos mucho por vos.

Si, si, lo vi bien, se lo veía bien, como andaba siempre.

Y... a ver, hará unos tres meses de esto, yo iba a Chile. Si tres meses.

¿Que estoy gordo? ¿Conocés algún camionero flaco vos?

Cafecito.

—Noemí, ¿qué sabés de la oficina?

—Por lo que me dijo Daniel, el que era de Pasantías, ¿te acordás gordo? Bueno, me dijo que ya no existe más querido mío. Ahora es un depósito donde se pudren los expedientes.




(Imagen ilustrativa: Política Chubut)


Comentarios