UN VOTO POR NUESTROS HIJOS Y NIETOS

OPINIÓN

No por nosotros


Por Carlos Mira

El día de ayer, fue otro día típicamente peronista en la Argentina. Es decir, un día en donde un grupo minoritario de personas (los jefes millonarios de los gremios y de las autodenominadas “organizaciones sociales”) disfrazadas de pobres y valiéndose de otros muchos (que defienden intereses personales, curros propios cuya financiación le endilgaron al resto a través de un trabajo de hormiga incesante que vienen haciendo desde hace décadas), expresan en el espacio público -copado prepotentemente como si fuera exclusivamente de ellos- su oposición al cambio de modelo socioeconómico que votó la gente hace 60 días.

Porque ese es otro detalle a tener en cuenta: el pueblo fue convocado a dar su opinión sobre si quería seguir con el modelo que venía aplicándose o quería cambiarlo, hace apenas 2 meses. Y el pueblo eligió cambiar el modelo.

No se puede decir que haya votado engañado porque, quizás como nunca antes en la democracia, el candidato que proponía el cambio fue groseramente franco en la descripción de la situación y en lo que él proponía hacer para empezar a dar vuelta la historia.

Esa explicación fue sincera y dramática. Allí se expuso la situación en la que se encontraba la Argentina y las medidas urgentes que habría que tomar para que, no inmediatamente sino dentro de un período no menor a 20 años, se pudiera empezar a disfrutar de un país normal en donde la gente viviera más o menos bien como fruto de su ingreso lícito y no como consecuencia del mayor o menor poder de presión que un determinado grupo de pertenencia tuviera sobre el Estado para arrancarle a éste condiciones que mejoraran la situación de unos a costa del esfuerzo de otros.

Una sólida mayoría social del 56% de los electores, con 12 puntos porcentuales de diferencia sobre la otra propuesta (la de continuar con el modelo peronista) le dio el triunfo al candidato que propuso el sacrificio actual para apostar al arreglo definitivo futuro. Fue un voto por nuestros hijos o nietos. No un voto por nosotros.

Parte de las reformas implican un impacto directo en los bolsillos de todos. Y ese impacto es usufructuado hoy, demagógicamente, por el grupo de millonarios sindicales que explotan ese descontento para que sus privilegios no desaparezcan.

Ninguno de ellos está preocupado por el 50% de los trabajadores activos que no encuentra trabajo en la formalidad registrada y que vive en negro o de changas esporádicas. Ninguno de ellos está preocupado por el hecho de que la mitad de los trabajadores con trabajo registrado son pobres de todos modos. Ninguno de ellos está preocupado por los monotributistas o los autónomos -los eternos parias de la Argentina corporativa- que ven cómo los privilegios que consiguen los sindicatos le pasan de costado sin que a ellos les toque nada. Nunca.

Lo único que les preocupa a todos esos gordos son sus millones, sus bolsillos y su impunidad. En la gran mayoría de los casos son mamusones que ostentan el mismo cargo hace 30 o 40 años. Son violentos, matones, patoteros, extorsionadores.

La única relación que tienen con el grupo de gente que pondrán hoy en las calles es la que se vincula con su propia conveniencia. En otras palabras, con el uso del ser humano como pedazos convenientes de carne. No tienen ninguna empatía con el trabajador porque si la tuvieran no habrían permanecido callados durante los cuatro años del empobrecimiento y pauperización de los trabajadores más espeluznante que recuerda la Argentina ocurrido durante el gobierno kirchnerista de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner: otra prueba irrefutable de que los trabajadores no les interesan sino que defienden sus intereses y el modelo político y socioeconómico que les permite mantenerlos y acrecentarlos.

El manejo que hacen de sus explotados también tiene manifestaciones visuales que actúan como enormes confesores tácitos de la verdad: arrean a la gente como ganado, llevándola en camiones y colectivos cuya logística nunca se aclaró de dónde sale. Es como si esas modalidades estuvieran diciéndonos a los gritos la verdadera consideración que tienen por los trabajadores: son animales de servicio puestos como la infantería en la primera línea de batalla para que vayan a “morir” por ellos.

Pocas veces el mundo ha entregado una prueba más manifiesta de lo que debe entenderse por una oligarquía desigual que sodomiza a sus esclavos y los usa para defender sus privilegios.

Al lado de este espectáculo decadente, el gobierno del Presidente Javier Milei está por conseguir el dictamen favorable de la Ley “Bases” y del DNU 70. Una de las concesiones que debió hacer fue la restauración del impuesto a las ganancias (que pasará a llamarse ahora `Impuesto a los Ingresos”) por pedido de los gobernadores y para que estos instruyeran a sus diputados a votar favorablemente el resto de la ley.

Fue una negociación funesta. El presidente había votado la anulación del impuesto a las ganancias que, como parte del demagógico “plan platita”, había propuesto el entonces candidato Massa. Todos estamos claros en que a Massa (como ahora a los sindicalistas) la suerte de los trabajadores de la llamada 4ta categoría no le importaba nada, excepto en lo que tuviera que ver con la especulación de creer que, si les daba ese beneficio, lo votarían a él. El plan no funcionó. Pero la idea de eliminar ese impuesto no estaba mal, a punto tal que también JxC coincidía con el fondo de la idea aunque haya votado en contra para no convalidar la demagogia del entonces ministro-candidato.

El Presidente entonces, lejos de aceptar la extorsión de los gobernadores, debió mantener la fidelidad a su voto como diputado y buscar los fondos que ahora obtendrá por la restauración del impuesto en otro lado, recortando otros gastos y explicando que, como no quiere sacarle del bolsillo el dinero que ganan los argentinos, se los sacaría a grupos de presión corporativo que, entre paréntesis, son el corazón del problema a vencer.

El voto por nuestros hijos y nietos a cambio del sacrificio que supone no votar por nosotros no implica el abandono de la picardía política y del manejo de algunos hilos “tácticos” que dejarían sin argumentos a los que no saben hacer otra cosa más que sofisticar la demagogia. Además, respaldar el bolsillo de los individuos en perjuicio de los bolsillos de guildas medievales y de corporaciones privilegiadas no habría sido otra cosa más que profundizar la coherencia del programa. Y si hubiera sido necesario salir a explicar mil veces que la extorsión del interior no iba a doblegar el objetivo de defender individuos y no grupos de presión, pues habría que haber salido mil veces a explicarlo.

En la guerra contra el corporativismo fascista se pueden perder algunas batallas. Pero no muchas. La del impuesto a las ganancias (ahora a los ingresos) fue una batalla perdida al divino botón. Esperemos que al final del día el fascismo no logre mostrar la apariencia de una “victoria” de las muchedumbres, que nunca serán el “pueblo”, pero que ellos han tenido la virtualidad histórica de hacerle creer a todo el mundo que son lo mismo.

(The Post)


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