OPINIÓN
El debate de la propuesta del nuevo Presidente respecto de una reestructuración general del sistema político, nos está permitiendo presenciar el subjetivismo que domina a quienes ignoran olímpicamente que vivimos un “tiempo irreversible”
Por Carlos Berro Madero
“El progreso es imposible sin el cambio, y aquellos que no quieren ni pueden cambiar sus mentes, NO LOGRAN CAMBIAR NADA”. George Bernard Shaw
La vida debe tener un sentido que tienda hacia metas que logren la obtención de un estado de bienestar y plenitud interior para el individuo.
Esa plenitud debería contemplar esencialmente la diversidad, la diferenciación, la creación y la individualidad. Con ellas podemos adquirir la sabiduría necesaria para modificar los errores del pasado, avanzando hacia el futuro sin maldecir ni renegar de una historia que permanece inamovible.
Hubert Reeves describía la evolución como “un camino hacia una complejidad creciente” (sic), y esto se ve reflejado hoy día en el escenario político de nuestro país, donde asistimos al juego entre la estabilidad y la inestabilidad, el equilibrio y el desequilibrio, que generan comportamientos conflictivos entre los actores designados democráticamente para dirigir la nave donde moran los tres poderes del Estado.
El debate de la propuesta del nuevo Presidente respecto de una reestructuración general del sistema político, nos está permitiendo presenciar el subjetivismo que domina a quienes ignoran olímpicamente que vivimos un “tiempo irreversible”, lo cual obliga a resolver una crisis brutal con la premura que ésta exige, modificando de raíz ciertos desórdenes conceptuales del pasado.
Algunos diputados y senadores lo tienen claro, y otros no, y se resisten, creyendo que el Ejecutivo al diseñar las propuestas para dicha reestructuración “no respeta nuestras tradiciones democráticas” (sic), lo cual contribuye a una manifiesta morosidad en sus deliberaciones para sancionarla o desecharla, en todo o en alguna de sus partes.
No parecen haber comprendido aún que el ejercicio preponderante de la libertad a la que apela el gobierno en líneas generales es un ingrediente necesario para la creación innovadora que debe impregnar el espíritu del ser humano.
A pesar de esto, existe una manifiesta morosidad en los congresales reunidos en la búsqueda por encontrar el equilibrio necesario, convirtiendo las diferentes comisiones para el debate de la ley en una sombra que proyecta las sempiternas raíces de nuestra decadencia: nacimiento y destrucción simultánea; un híbrido donde se reorganizan algunas cuestiones sin que nada cambie en esencia demasiado.
Ese es el peligro que tenemos nuevamente a la vista.
Porque la revolución inherente a cualquier cambio no debe impedirnos reconocer, como en este caso, un futuro que ha comenzado a enviar señales inquietantes cada vez más cercanas.
Quienes tienen la obligación constitucional de aprobar o desaprobar las propuestas, deberían comprender que además de constituirse en supuestos héroes que sepulten la tragedia que nos acecha, deberían evitar ser víctimas de una comedia de enredos: los mismos que nos trajeron al “dead end” en el que hoy nos encontramos.
Dice Víctor Massuh al respecto de cuestiones semejantes: “sabemos que es imposible erradicar el accidente, el absurdo, el sinsentido porque son datos de la existencia humana. Con todo, no hay que olvidar que una buena parte del mejor esfuerzo del hombre debe estar dirigido a reducir sus dominios”.
Mientras tanto, un interrogante ronda en nuestra mente: ¿las listas “sábana” con las que elegimos representantes al Congreso Nacional, nos han permitido incorporar a los mejores para ejercer funciones que exigen una cierta idoneidad para el ejercicio de las mismas?
Porque, como alerta Ortega y Gasset, “a muchos hombres que han evidenciado ser bastante mediocres no se les ocurre dudar de su plenitud Y OBRAN EN CONSECUENCIA, porque sus ideas no son sino apetitos con palabras, como las romanzas musicales”.
A buen entendedor, pocas palabras.
(Tribuna de Periodistas)
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