PENSAR DE NUEVO

OPINIÓN

Nunca, que se sepa, un ilustre desconocido en el ámbito de la política, sin un partido de hondo calado que lo acompañase y con buena parte de los poderes fácticos reunidos en su contra, logró vencer a sus rivales y llegar a la Casa Rosada avalado por el 56 % de los votos



Por Vicente Massot

Por donde se lo analice -y hay muchas formas de hacerlo- el fenómeno protagonizado, en calidad de actor excluyente, por Javier Milei, es inédito. Nunca, que se sepa, un ilustre desconocido en el ámbito de la política, sin un partido de hondo calado que lo acompañase y con buena parte de los poderes fácticos reunidos en su contra, logró vencer a sus rivales y llegar a la Casa Rosada avalado por el 56 % de los votos, en el ballotage que disputó con Sergio Massa. Como si lo expresado fuera poco, acredita, además, una frágil musculatura en las dos cámaras del Congreso Nacional.

El candidato que un año atrás movía a risa y muchos consideraban un loco lindo que no podía ganar, contra todos los pronósticos agoreros logró cuanto parecía imposible. Pero lo que nunca había conocido el país de los argentinos no se agotó en la campaña electoral. Ni bien instalado en Balcarce 50, el flamante presidente ha puesto a andar un programa de transformación económica y social sin antecedentes -al menos, entre nosotros. A su lado, el experimento llevado a cabo por Carlos Menem luce tímido. Ninguno de sus antecesores en el cargo se había animado a tanto tan pronto. Ello obliga a un ejercicio no siempre fácil: ante lo nuevo, pensar de nuevo.

Si alguien que deseara conocer la estructura del poder real en estas playas ocupase su tiempo en tomar contacto con las fuerzas armadas, la Iglesia Católica y la Unión Obrera Metalúrgica, acertaría en el caso de que su objeto de estudio fuese pasar revista a la Argentina de las décadas del cincuenta, sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado. Entonces eran más relevantes las figuras del comandante en jefe del Ejército, del secretario general de la UOM y del cardenal primado, que las del presidente del Senado, de la Corte Suprema de Justicia y del Partido Justicialista. En cambio, si su propósito consistiese en entender lo que nos ha pasado en el curso del presente siglo, los nombres de las jerarquías castrenses, eclesiásticas y sindicales serían irrelevantes. De aquella constelación de poderes que existió hace cincuenta años, sólo quedan escombros. Cambiaron las épocas, los poderes y -por lo tanto- se hace necesario archivar categorías o paramentos analíticos que ya no tienen sentido.

Milei nos ha obligado a pensar de nuevo, precisamente porque lo suyo es algo absolutamente novedoso. Las explicaciones, tan trajinadas durante los meses preelectorales, de que era psicológicamente inestable o un vulgar provocador; y la más reciente, según la cual el suyo es el típico derrotero de un populista, pecan por simplistas o malintencionadas. Se puede estar a favor o en contra del personaje, a condición de reconocer que su triunfo arrollador no resultó producto de la casualidad o de su buena suerte. No lo llevaron al cargo que hoy ocupa una conspiración del capitalismo sinárquico o una decisión del lobby judío-americano. Ganó porque entendió mejor que sus contrincantes hasta qué punto el país -sobre todo después de atravesar ese flagelo desconocido que denominamos pandemia- era otro.

Su apuesta a todo o nada sorprende por lo osada en atención a que, para poner en movimiento el plan de reformas estructurales que trajo bajo el brazo, no contó antes los votos probables que tendría en las cámaras de senadores y de diputados. Por eso es que, conforme a un razonamiento con base en categorías viejas, el paso dado con el envío al Congreso del DNU Nº70/2023 y el reciente paquete de proyectos de ley, semeja un salto al vacío. Sin embargo, la táctica empleada no tiene nada de descabellada o irresponsable. Es una manera distinta de enfrentar -desde una posición de debilidad legislativa- un problema que no se agota en el hecho de que sus representantes parlamentarios constituyan minoría.

El presidente de la Nación puso en práctica, en el curso de la campaña electoral, una estrategia que le dio -como antes a Donald Trump y a Jair Bolsonaro- resultados notables: se adueñó del centro del ring y no abandonó nunca más ese lugar de privilegio. De idéntica manera que antes fue capaz de movilizar multitudes con poses y movimientos escénicos dignos de un rock star, hoy, sentado en el sillón de Rivadavia, ha decidido tomar la iniciativa y acorralar a sus adversarios, fijando una agenda ante la cual no saben cómo reaccionar.

¿Alguien por ventura puede creer seriamente que Milei no quiere negociar y que está dispuesto a hundirse antes de sentar a Nicolás Posse, Guillermo Francos, Martín Menem y Victoria Villarruel a una mesa junto a las principales espadas de las fuerzas opositoras? De hecho, en estos momentos, las reuniones de unos y otros, oficialistas y opositores, se suceden sin solución de continuidad. El núcleo duro de las reformas no está sujeto a discusión, lo que no quita que haya determinados aspectos accidentales -no por ello menos importantes- que podrían ser reformulados o descartados si así lo aconsejasen las circunstancias.

El todo o nada no apunta a poner entre la espada y la pared a sus opositores, obligándolos a aceptar a libro cerrado la totalidad del DNU y de los proyectos conocidos la semana pasada. En rigor, hay que mirar la cuestión desde otro ángulo: el famoso decreto y las normas que intenta legitimar, bien mirados, pecan por exceso. El oficialismo pide 10 para obtener 7. En tanto y en cuanto la esencia del plan quede intacta, lo demás puede abandonarse en el camino. La aparente desmesura en la redacción de los dos paquetes conocidos no es tal. Es algo calculado, que le permite al gobierno negociar desde una posición más cómoda. Valga como ejemplo el hecho de que el DNU -que todos imaginaban que debía ser aceptado en su totalidad o rechazado de la misma manera- ahora ha quedado en claro que podrá discutirse en detalle, en razón de que en los proyectos entrados al Congreso esa posibilidad está contemplada.

Si la administración libertaria tuviera que lidiar con opositores de fuste, su situación sería más delicada. Pero con Alberto Fernández -todavía presidente del Partido Justicialista- festejando en el hotel más exclusivo de Madrid el año nuevo a razón de más de mil euros por persona; los gordos de la CGT -una de la partes más corruptas y detestables de la casta- amenazando con un paro general; Sergio Massa entregado, de la noche a la mañana, a escribir un libro de su paso por el gobierno, en lugar de callarse la boca; y Axel Kicillof tomando la bandera de la rebeldía kirchnerista, Milei no tiene mucho de qué preocuparse si se tiene presente -además- que el radicalismo sigue en estado de ebullición, a igualdad que el Pro.

Pensar de nuevo. De eso se trata.

(M&A Inc. / Notiar)


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