PAPÁ, EL GENERAL PERÓN Y LA ARGENTINA ACTUAL

EDITORIAL

Así eran aquellos viejos peronistas, ellos mismos habían roto el ferrocarril y ellos mismos se enojaban contra todos

Por Walter R. Quinteros

Después de haber cumplido la totalidad de sus años de servicios, a comienzos de los '90, jubilaron a mi padre. Él me decía a través del teléfono, que se iba enojado, que los ferroviarios habían dejado pasar su propio tren. Se iba enojado con el presidente Menem y parecía recordar el nombre de las madres de muchos funcionarios más. Recuerdo que le pregunté si quería viajar a Mendoza en avión con mamá y tomarse unos días de merecido descanso, mamá y papá nunca habían viajado en avión, "le consulto a tu madre y te llamo", me dice.

Así eran aquellos viejos peronistas, ellos mismos habían roto el ferrocarril y ellos mismos se enojaban contra todos los otros. 

Como ocurre ahora con el país entero.

Las pérdidas que el servicio ferroviario le propinaba al país eran cuantiosas. Un informe del diario Página 12 dice que durante la presidencia de Arturo Frondizi (1958-1962), se trazó un plan destinado a privilegiar el transporte automotor y comenzaron a desguazarse los trenes. No obstante, el sector recibiría el golpe más duro en la década del ’90. 

El ex presidente Carlos Menem (1989-1999) que impulsó un plan de reducción y privatización de los ferrocarriles: 80 mil trabajadores fueron despedidos y los kilómetros de vías se redujeron de 35.500 a 11 mil. 

Toda la industria ferroviaria fue desarticulada. Sólo se mantuvieron en pie las líneas de trenes urbanos que conectan a la Capital Federal con el conurbano y algunos pocos ramales de larga distancia. Un grupo de consorcios privados se hizo cargo de la gestión de los servicios. 

La privatización de los ferrocarriles se impulsó para reducir el déficit fiscal y modernizar el servicio.

Desde Buenos Aires llamé a mis compañeros radicados en Mendoza, para pedirles que reciban a mis padres con honores y les faciliten un buen hotel y medios de movilidad. Si bien mi padre conocía aquella provincia, era la primera vez que un grupo de personas lo esperaba, le daba la bienvenida y se ponía a su disposición. Para mamá y papá todo ahora era distinto. Todos sus viajes a partir de ése momento fueron en avión.

Al regreso, y con tantas cosas para contarle a la familia de su primera experiencia en vuelo, papá —me contaron—, fue al aparador, tomó el pequeño busto de bronce del general Perón que dominaba el centro de los adornos, y lo guardó en el primer cajón, el de los manteles reservados para fiestas importantes. Hasta con él se enojó porque no había trenes.

Yo veía a mis padres algunos fines de semana al año,  me costaba —como a todos—, viajar seguido a Córdoba, pero fue mi madre, una radical de pensamiento y obra que le dijo "no debes culpar de todo al peronismo, eso sería simplificar todo, y aquí todos somos culpables". Creo, se lo dijo por el vacío que dejaba la ausencia del busto del general sobre el aparador, al medio de dos floreros.

Si bien es cierto que entre 1946 y 2000 hubo gobiernos que no fueron peronistas, ninguno de ellos pudo retrotraer la situación de los años de gloria de la Argentina vividos antes de Perón. Y creo ése era el enojo de papá, que nosotros le retrucábamos todo con datos. 

Al final, mi viejo murió en la tristeza de su viudéz en aquel 2000 que nos encontró a los argentinos desunidos, tristes y amargados. 

Creo que el enojo de mi viejo fue que entendió primero que nadie que el peronismo había sido capaz de no respetar el espíritu de la Constitución de 1853. Pero lo defendía y, a veces, aceptaba los datos irrefutables. Pero a su enojo lo trasladaba al entonces presidente Menem. "Menem no es Perón", esto es otra cosa, me decía, mientras con mi familia iniciábamos el primer viaje desde Buenos Aires a Brasil de vacaciones con el uno a uno.

Mi padre tenía en claro que desde que él construyó su casa, tipo 1952, nuestra casa, el promedio de inflación anual se acercaba casi siempre al 70% anual. Que nuestra moneda ya había perdido 13 ceros mientras él se nos iba muriendo resignado. 

Debo entonces refrescarles, amigos lectores, que las crónicas señalaban que Perón sancionó 16356 decretos, todos inconstitucionales porque le había arrebatado al Congreso su función de sancionar las leyes. Un Congreso que, desde 1860 había sancionado apenas 12000.

Creo que a nosotros sus hijos, ya grandes, casados, con hijos que lo llamaban abuelo Toño, cada uno con casa y auto, nos miraba sabiendo que ninguno le había salido peronista y, para decir del general, si no éramos peronistas no éramos argentinos, más bien que tirábamos a cipayos, su hijos éramos otra cosa, habíamos roto el molde.

Un poco confundido tal vez, porque en su juventud no se hablaba de inflación, ni de dólares ni euros. En 1950, cuando contrajo matrimonio con mamá, trabajaba de ayudante de cocina en un hotel y ahí nomás, ingresaba al ferrocarril. Mientras tanto, por esos años, nuestro país era acreedor de la mayoría de los países que habían estado en la Segunda Guerra Mundial. Esa riqueza, Perón la despilfarró nacionalizando y estatizando servicios. 

Con el paso de los años, los demás políticos —quiénes le sucedieron al general—, aquellos que se decían más peronistas que Perón, los que venían cantando la "marchita" para llegar al poder, fueron creando un maligno esquema de subsidios plagados de corrupción que se financiaría con la otra maligna presión fiscal que llevaron a la creación de más de 170 impuestos a nivel nacional. Y eso los llevó a emitir más dinerillo, a generar más deudas. Lo sabían, no les importaba. Hablaban de "Justicia Social".

Pero hoy quería hablarles de cómo era mi padre —el enojado con todos—, gremios y gobierno,  porque el ferrocarril había perdido su esplendor. Era aquel esplendor el que le había permitido levantar nuestra casa, mandarnos a la escuela y hasta estudiar en la universidad, decía. 

Con la muerte de mis padres, nunca más volví a aquella casa en un importante barrio de la ciudad de Córdoba. La que en el living comedor tenía un aparador con el busto en bronce del general Perón. 

Hoy me cuentan algunos sobrinos nietos que cuando abren el primer cajón del aparador, se siente el ruido característico del busto de bronce del general que se desplaza hacia adelante cuando sacan los nuevos viejos manteles de las fiestas importantes y, cuando lo cierran dicen, "sentilo al general del abuelo Toño, se vuelve al fondo".

Cosas que a uno le vienen en mente, frente al teclado, en esta puta vorágine diaria.





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