SOCIEDAD / OPINIÓN
La RAE acaba de agregar en su última edición del diccionario el término "doula" —del griego ‘servidora’—, con el sentido de mujer que, entre otras cosas, acompaña física y emocionalmente en el parto, el puerperio y la lactancia
Por Juan Bautista García Bazán
Este dato, sumado al llamado del Papa Francisco, a que se trabaje más el rol de la mujer en el cristianismo primitivo, y a que haya más teólogas mujeres en una iglesia que cometió el pecado de masculinizarse, nos brinda la ocasión de meditar acerca de la Navidad a la luz de tradiciones que no son las habituales de los cuatro evangelios canónicos.
Precisamente, las noticias de los apócrifos* hablan de dos mujeres que habrían presenciado el milagro del nacimiento de Jesús (se conservan ecos preciosos en el arte medieval). El Protoevangelio de Santiago, de mediados del siglo II d. C., nos muestra a un José anciano que lleva a María sobre una burra y que decide depositarla en el interior de una cueva porque había comenzado a tener los dolores de parto. Sale deprisa en busca de una partera y encuentra a una mujer anónima (en el evangelio del pseudo-Mateo se le da el nombre de Zelomí). Tanto José como la mujer presencian un portento: sobre la gruta desciende una nube luminosa y aparece María amamantando al niño. A continuación, dice el escrito:
Cuando la comadrona salió de la cueva, vino a su encuentro Salomé a la que dijo: «Salomé, Salomé, tengo una maravilla nueva que contarte: una virgen ha dado a luz, cosa incomprensible para su naturaleza». Replicó Salomé: «Vive el Señor mi Dios, que, si no meto mi dedo y examino su naturaleza, no creeré que una virgen haya dado a luz».
Se advierte que esta Salomé comparte la misma profesión de partera (así lo demuestran las referencias del pseudo-Mateo). En el evangelio de Marcos solamente se habla de ella, pero como una de las mujeres que ayudaba o que seguía a Jesús. En este caso, se menciona, en tanto que representante femenina de la incredulidad: necesita tocar para creer al igual que el apóstol Tomás en el relato juanino. Estamos ante un Jesús de la Navidad, mientras que, en el caso del apóstol, ante un Jesús de la Resurrección. Cuando María logra acomodarse y recibir a Salomé, esta la palpa y grita: «¡Ay de mí, por mi maldad y mi incredulidad! Porque he tentado al Dios vivo, y he aquí que mi mano se me cae quemada».
Luego de este castigo se arrodilla con una súplica: «Oh Dios de mis padres, recuerda que soy descendiente de Abrahán, Isaac y Jacob. No me pongas como escarmiento para los hijos de Israel, sino devuélveme a los pobres, pues tú sabes, Señor, que en tu nombre realizaba mis curaciones y recibía de ti mi salario»**.
Es interesante el perfil humano que se muestra: Salomé pide volver a los pobres y aclara que realizaba su tarea con el beneplácito de Dios. Luego se presenta un ángel e informa que el Señor escuchó su oración y que debe tocar al niño y alzarlo para tener “salud y alegría”. Salomé sigue las instrucciones y adora al niño, lo reconoce como futuro rey, y recupera su antigua condición.
Si le creemos a otros testimonios como los de José el carpintero, esta incluso acompaña a María para que escape a Egipto; el Evangelio armenio de la infancia la hace hablar con Eva. Aunque son los mosaicos bizantinos los que retratan a las dos mujeres: se las ve tomando en brazos al niño o preparándole un baño.
En otras obras no hay más registros de la primera mujer. De Salomé, en cambio, persisten otras informaciones en el llamado Evangelio de los egipcios, de origen gnostizante y en fragmentos que la ubican como única interlocutora de Jesús. Quizás, habría que tener en cuenta al Evangelio de Tomás o al Primer Apocalipsis de Santiago, dos obras en idioma copto provenientes de Nag Hammadi, en donde se la reconoce como discípula digna.
En diciembre de 2022 circuló el anuncio de que se había hallado, en el Parque Nacional de Tel Lachish, en Israel, la tumba de Salomé. El emplazamiento es antiguo según los arqueólogos. Quizás lo más llamativo sean las inscripciones en la pared y los restos votivos que hacen pensar en una suerte de capilla en su honor que perduró hasta el siglo XI.
En todo caso, cabría afirmar que Salomé fue la primera en haber recibido un milagro de Jesús. ¿Partera incrédula, o mujer sabia y discípula? Es difícil estudiar estos testimonios porque pertenecen a distintas épocas y porque no coinciden con la doctrina. Sin embargo, están ahí, y son las piezas de un rompecabezas que nos hablan de la relevancia de las mujeres en la historia del cristianismo y de una espiritualidad frondosa, y por momentos callada, que nutrió por siglos a estas comunidades.
* Escritos cristianos primitivos, en parte paralelos a los libros del NT, pero no aceptados por la Iglesia.
** Traducción de A. Piñero, Todos los evangelios, Edaf, 2009.
Juan Bautista García Bazán es doctor en Filosofía y docente de Historia de la Filosofía Antigua y de Tradiciones Filosóficas del Mediterráneo Oriental en la Universidad del Salvador.
(PERFIL)
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