OPINIÓN
La Argentina es una estructura que eslabona decadencias y empobrece sin parar
Por Julio Bárbaro
Con forzada naturalidad, un ex ministro del gobierno anterior expresaba en un programa de televisión que su fuerza política está llamada a ocupar el lugar de oposición. Duele asumir que si la experiencia previa es la alternativa a la presente, la sociedad se encontraría en un desfiladero entre dos fracasos: el gobierno que se fue y el que hoy se va desplegando lentamente. Es lamentable ver instalados en la comodidad de opositores a ciertos personajes que nos trajeron hasta aquí, los mismos que le regalaron el poder a Milei, tanto como Macri lo hizo con Alberto Fernández o Cristina, con Macri. La Argentina es una estructura que eslabona decadencias y empobrece sin parar.
El triunfo de Milei fue mayoritariamente el fruto de un voto de repudio a los años del kirchnerismo en los que el peronismo quedó reducido a una secta. Sin embargo, el drama existe en la misma medida en que la política, en sus dos versiones, la burocrática kirchnerista y la liberal de mercado, propulsada por Milei, conllevan derrota y decadencia para nuestro país.
Como es sabido, el fanatismo absoluto, en democracia, implica achicamiento y fracaso. Por eso, asombra tanto la falta de comprensión de los kirchneristas que continúan sin asumirse como padres de la derrota con lo que termina siendo el resultado de la necesidad de superar esos vicios de los cuales ellos eran tristes portadores. La burocracia es letal para el futuro. Constituye el anquilosamiento de cargos, intendentes, gobernadores, legisladores, personajes que se subieron a la política, muchos de ellos con voluntad y sueños transformadores y se fueron convirtiendo en seres rentados, enriquecidos a partir de la aceptación de este juego en el que cayó la política argentina: la ideología de la complicidad.
Nadie que conozca en serio el sistema político argentino puede creer que un sector es más corrupto que el otro. Ostentaciones como la del intendente navegante, las hay, fuera de duda. Pero la corrupción esencial nace con las privatizaciones, y la privatización de lo que da pérdida genera un subsidio del cual parasita la esencia de la burocracia. La destrucción de lo nacional impulsada por el kirchnerismo- la privatización de YPF y sus insensatas deudas, esas ventas insólitas a cambio de ganancias futuras- es semejante o simétrica a la deuda externa de Macri , que él jamás hizo pasar por el Parlamento, o a aquel endeudamiento a cien años que quiso imponer Caputo, de triste vigencia.
Lo más molesto es que a veces, con desconocimiento de la realidad de la región, se dice que son problemas comunes a todos los países del continente. No es así. Brasil crece hace mucho y lo hace también Uruguay, Bolivia lo ha hecho y Chile está en una crisis, aunque distinta de la nuestra. Digamos que el triunfo de la codicia sobre el sueño colectivo llamado patria se da en el golpe del 76, se reafirma con el menemismo, se acentúa con Macri, y ahora, se instala en una forma que se pretende definitiva con este señor al que podríamos llamar “El hombre que amaba a los perros”, aludiendo a la novela de Padura, pero no por su referencia a Trotsky, sino porque quizá su lugar en la historia se acerque al de Ramón Mercader.
Dos palabras sobre las recientes declaraciones de Adolfo Aristarain con cuya descripción del poder actual coincido, sin admitir la crítica al votante, a quien respeto, por ser su elección el resultado de los errores del gobierno que se decía peronista sin serlo. Nuestras equivocaciones generaron la demencia actual. Lo triste, lo absurdo es que en ambos espacios antitéticos -no hablo de grieta, escisiones ha habido siempre en nuestra historia- impera la misma concepción de propietarios de la verdad. Como con los años sigo adhiriendo a la máxima justicialista de que “la única verdad es la realidad”, pienso que la casta del poder no es la política, sino una mucho más amplia. La casta es empresarial, es sindical, es de los bancos y está unida por un elemento central, la connivencia. En el fondo, en la Argentina, aquellos que son elegidos para ayudar a quienes más necesitan terminan siempre ayudándose a sí mismos y entre sí. El enriquecimiento de la dirigencia es la contracara en nuestra sociedad del empobrecimiento de los humildes, es decir, la transferencia de ingresos de una clase empobrecida a una clase poderosa.
La interpretación de las medidas de Milei no necesitan de estudios económicos. En primer lugar, la lamentable e innecesaria multitud de elementos que abarca su pretendida reforma constitucional, donde mezcla con más mala fe que buenas intenciones el arte y la cultura con los derechos, las limitaciones y algunas necesidades reales de la sociedad. Cuando uno piensa, sin ser economista, que la Argentina produce lo mismo y los pobres están más pobres, asume en el acto que el señor Milei vino para ensanchar las ganancias de los ricos. En realidad, esto es así desde el último golpe: se formula otra Argentina rentista cuyo parecido mayor es la exuberancia en la riqueza de los ganadores y los padecimientos de los esclavizados perdedores.
La sociedad integrada duró desde Yrigoyen hasta el 24 de marzo del 76. La dictadura asesinó para imponer los bancos, hubo juicios y condenas a los responsables, es cierto, pero no fuimos capaces de alterar su proyecto central: el modelo de los bancos, el modelo parasitario improductivo donde de la Argentina ganadera vendrá la Argentina industrial y luego la Argentina parasitaria o rentista.
En cuanto al debate en el Parlamento, es lamentable advertir que, por momentos, la agresividad es superior al talento y desnuda la profunda falta de convicciones. Sus miembros se gritan sin escucharse, expresan conceptos poco elaborados y se sumergen en una pobreza que lleva a la sociedad a una confrontación entre esas dos variantes del fracaso, ya mencionadas. En última instancia, no hay que escandalizarse por los gritos e interrupciones. Basta con ver alguna vez un debate parlamentario en Gran Bretaña, por ejemplo. Que no nos consuma tampoco la pacatería.
Sería tan necesaria una sabia comprensión de alguien que se ubique por encima de estas confrontaciones. La idea de que la verdad de Milei debe ser apoyada porque si no se cae todo es tan engañosa como antidemocrática. También es inconducente la concepción de que quienes perdieron la elección se conviertan en oposición. En todo caso, si están dispuestos a revisar su pasado inmediato, deberían juntarse con otras fuerzas democráticas para oponerse a la peor derecha, la que representan Milei y los suyos, o bien, llamarse a cuarteles de invierno. Para mí, esta sería la mejor opción porque no creo en cambios de conducta por parte del kirchnerismo.
En síntesis, al cabo de un mes, Milei multiplicó con creces las ganancias de los grandes grupos y sobre esa libertad se instaura la limitación de los salarios. Es una concepción del país que se explica mediante su curiosa teoría de los cien años. Por más que responsabilice a todos los gobiernos que lo precedieron, cien años para atrás, lo que él hizo fue acrecentar la concentración de la riqueza, un nuevo paso de la destrucción del país iniciada en el último golpe de estado con el otorgamiento del poder a los bancos y a los grandes grupos concentrados dominantes para los que la política es solo un medio que facilita su enriquecimiento. No sucede en toda la región, como ya señalé, nos es propio. Un ejemplo de ello es el grotesco del destrato hacia China recibiendo a Taiwan, en un rol de obsecuencia con Estados Unidos que, por su parte, desde Kissinger hasta hoy negocia y convive con otras potencias. Parece que lo nuestro es también un retroceso de cien años, previos al poder de China a la que mucho le debemos en la adquisición de ganado, créditos, represas, entre otras cosas.
Nadie tiene derecho a emplear el verbo resistir porque el pasado del que salimos fue muy dañino para los humildes y es responsable de lo que generamos. Se impone proponer y superar. Reiterar experiencias políticas pasadas es coadyuvar a que este nefasto poder que hoy gobierna encuentre una justificación más para hacer lo que le parezca en contra de los intereses de la nación.
(Infobae)
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