OPINIÓN
En algunos momentos de la vida, sólo las exageraciones parecen ser verdad, ese instante donde estallan en pedazos las fronteras y se produce un súbito impulso hacia adelante
Por Federico Pavlovsky
En 1971 el escritor, politólogo (y futurólogo) Alvin Toffler, en su texto «El shock del futuro», describió que en relación a la tecnología ocurriría un cambio acelerado, no lineal, de una velocidad incomprensible y en corto tiempo, que no podría explicarse del todo con las referencias conceptuales de la época, a tal punto «que sería negado por personas cultas y refinadas».
En algunos momentos de la vida, sólo las exageraciones parecen ser verdad, ese instante donde estallan en pedazos las fronteras y se produce un súbito impulso hacia adelante. Toffler señalaba, por ese entonces, que la irrupción tecnológica generaría no una sociedad cambiada, ni tampoco una sociedad ampliada, sino una nueva sociedad: una revolución que destruiría instituciones y relaciones de poder. Estamos atravesados por un cambio no lineal, sino en saltos, giros y retrocesos: un nuevo escenario, individual, con circunstancias desconocidas, donde comienzan a dejarse atrás los problemas técnicos y científicos, para dar lugar a la ética y la política como claves de supervivencia.
A modo de ejemplo, los autos guiados por inteligencia artificial (IA), deben tomar decisiones en situaciones límite: en caso de una colisión inminente que podría dañar a terceros, ¿qué decisión tomar? ¿Proteger la vida del ocupante a cualquier precio? ¿elegir el escenario de menor daño posible, que podría implicar la muerte del ocupante? Estas decisiones no serán espontaneas, sino la implementación de una programación realizada por humanos, con preferencias, sesgos e intereses.
Para entender cómo piensan los científicos y los desarrolladores de tecnología en particular, tomemos como ejemplo paradigmático al físico Robert Oppenheimer (creador de la bomba atómica), quien luego de haber trabajado por años para crearla, luego de presenciar la primera detonación experimental de la bomba (julio de 1944), dijo algo así como «¿Que hicimos?, ¡Somos unos hijos de puta!» En los siguientes años Oppenheimer se transformó en un militante del no uso bélico de la energía atómica, a tal nivel que el FBI lo termino acusando de comunista.
El ejemplo Oppenheimer nos ilustra una situación actual, los desarrolladores no se van a detener respecto a la investigación, producción de resultados y lanzamiento de nuevos productos. La máxima advierte que, a mayor desarrollo tecnológico, los productos son más transitorios. Veremos, en cambio, intentos de regulación y algunas advertencias de los mismos desarrolladores de tecnología con más o menos preocupación (o culpa) respecto a los alcances de este experimento social.
El documental «El dilema de las redes sociales» (2021), o la carta publicada de los principales CEO de las compañías tecnológicas solicitando retrasar el desarrollo de la IA por seis meses (2022), son algunos ejemplos. El cambio a toda velocidad va a continuar y ellos lo saben. Un tipo de inteligencia humana no tiene ninguna chance de competencia con la IA, eso se preanuncio desde la década de los 60, pero el recuerdo más nítido lo tenemos en 1996, cuando la computadora Deep Blue le dio una buena paliza al mejor ajedrecista del mundo (Garry Kasparov), marcando una tendencia irreversible, que luego se trasladó a otros juegos de estrategia, como el Go.
Un “tipo” de inteligencia, porque las máquinas aún hay cosas que no saben hacer, a tal punto que seguimos tildando en el casillero «No soy un robot» cuando hacemos un trámite, para confirmar que no somos un bot, paso que las maquinas aún no comprenden, hecho que se conoce como prueba de Turing. Pero los algoritmos se metieron en nuestras vidas, desde el cine a encuentros sexuales, desde los viajes a las preferencias a la hora de scrollear. En esta nueva sociedad de conexión, inmediatez y super estímulos que nos mantienen atrapados en la nube de datos, surgen posibilidades como desafíos.
Los sentimientos están encontrados, por un lado, los avances de la IA en medicina en los campos de genética, imágenes, oncología, fabricación de medicamentos y cardiología parecen incipientes y, al mismo tiempo, fascinantes. En otro plano, y como si fuese un homenaje al mismo Freud en su texto «El malestar de la cultura» (1929), estamos consumiendo como en ninguna otra época, empachándonos de datos, narcotizándonos con imágenes, reels, likes, posteos e incluso espirales de ira virtual (que dejan heridas no virtuales).
En adicciones, las sustancias que gatillan con más frecuencia un pedido de ayuda son el alcohol, la cocaína y el cada vez más poderoso cannabis (de 2% de THC paso a 20% en dos décadas). Como novedad poco sorpresiva, teniendo en cuenta el contexto, estamos viendo por primera vez un crecimiento estable de adicciones comportamentales: las apuestas on line y el consumo de pornografía, en ambos casos con una edad promedio de 15 a 20 años como pico de prevalencia.
Es posible que se modifique el mapa de las adicciones en los próximos años, así como la necesidad que los tratamientos de adicciones (ya obsoletos) se redefinan desde cero, lo que quizá no sea una mala noticia. Hasta acá, el «adicto» era una persona autodestructiva que debía ser corregida y en muchos casos aislada. Pero qué pasa cuando el contexto (con nosotros adentro) ha enloquecido, cuando las mismas herramientas que producen innovación y posibilidades también nos enferman, cuando los adultos estamos igual de perdidos que nuestros hijos (o más).
Alvin Toffler lo dijo en el siglo pasado: se vendrá un shock y un momento de perplejidad y confusión para muchos, de nuevos padecimientos, nuevas preguntas y nuevas soluciones.
*Psiquiatra, magíster en psicofarmacología y en drogodependencias
(HOY DÍA CÓRDOBA)
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