DE CARROZA A CALABAZA

EDITORIAL

Despertaron, para ver la realidad que a fuerza de dádivas negaron

Por Walter R. Quinteros

Entro a veces, a las redes sociales para conocer a los ciegos, sordos y mudos que deambularon inconscientes, ajenos a la realidad de nuestro país durante cuatro años.  Para verles la cara a los que solo preguntaban por el IFE, por el Potenciar Trabajo y otro plan de maravilla que les permitiese dormir hasta el mediodía sin trabajar y que hoy, ponen cara de enojados, de afligidos que se sumergen en las aguas de los reclamos eternos. 

Y descubro que no son los morochitos descalzos a los que ellos mismos —los políticos—, se han empeñado en conformarlos con un bolsón a cambio de un voto. No, no son ni los niñitos huerfanitos ni los descendientes de nuestros aborígenes, ni aquellos que las vida les dio un lugarcito para una piecita lastimosa en las villas. 

Son algunos profesionales y sindicalistas que alarmados, pierden favores y clientela. 

Son los que ahora parecieron despertar para ver la realidad que a fuerza de dádivas, negaron. Y hasta hay periodistas que se quedaron sin la famosa pauta, que asoman escandalizados y nos recitan artículos de memoria de la Constitución y hablan de derechos como catedráticos.

Son los que ahora pasean sus cámaras en trenes, nos muestran villas miserias, sonrisas sin dientes, cuerpitos cubiertos con ropa vieja y sucia ¿Cuántos viven en esta casa? ¿Le alcanza señora para alimentar a sus hijos? ¿Ha pensado que quiere para su futuro? Dan asco. 

Como si fuese que, hasta el 9 de diciembre vivíamos todos en el castillo del príncipe de Cenicienta y al primer minuto del día 10 nos convertimos en  ratones y calabaza.

Y, los que la pasaban bien de verdad, con todos sus privilegios de "punteros militantes", más brillantes que John William Cooke, se convirtieron en ése preciso instante en algo parecido a una mafia, en los exvillanos salvadores de descamisaditos y descargando contra este gobierno democráticamente elegido, una furia ciega, intensa, llena de odio y venganza.

Antonio Pigafetta, el escribiente de Américo Vespucio queda hecho un poroto ante estos relatores escribas malintencionados que hoy pululan como hormigas hambrientas ante una planta nueva de hojitas frescas en las redes sociales y en cuánto lugar les venga bien. 

Casualmente, Antonio Pigafetta, de quién escribí un artículo años atrás, fue uno de los pocos supervivientes que logró dar la primera vuelta al mundo y relataba con un mágico realismo:

"Un día de repente vimos a un hombre desnudo de estatura gigante en la orilla, bailando, cantando y arrojándose arena en su cabeza. El capitán general envió a uno de nuestros hombres hacia el gigante realizando las mismas acciones como una señal de paz. Una vez hecho esto, el hombre llevó al gigante a una isleta donde el capitán general estaba esperando. Ante nuestra presencia, se maravilló mucho e hizo señales con un dedo levantándolo hacia arriba, creyendo que habíamos llegado desde el cielo. Era tan alto que nosotros le llegábamos a la cintura. Y estaba bien proporcionado".

Después relata que: "Desembocamos por el Estrecho para entrar en el gran mar, al que dimos en seguida el nombre de Pacífico, y en el cual navegamos durante el espacio de tres meses y veinte días, sin probar ni un alimento fresco. El bizcocho que comíamos ya no era pan, sino un polvo mezclado de gusanos que habían devorado toda su sustancia, y que además tenía un hedor insoportable por hallarse impregnado de orines de rata. El agua que nos veíamos obligados a beber estaba igualmente podrida y hedionda. Murieron diecinueve y entre ellos el gigante patagón y un brasilero que conducíamos con nosotros".

Ahora, todos se dan cuenta que no tenemos casi industrias, que las galletas son incomibles, que los impuestos eran excesivos, que el agua era hedionda, que hubo fábricas y más de 23 mil PyMES que cerraron y no me quiero hacer mala sangre contando las empresas que abandonaron este país, porque el gigante Patagón de Pigafetta se vuelve a morir en este realismo mágico del peronismo que recién se acuerda que aquí había un país.

Lo que quiero decirles es que ellos, con estas políticas pésimas abrieron una gigantesca fábrica de pobres y que ahora, sedientos de venganza, nos quieren hacer ver que la culpa de todos los males es un DNU que nos convirtió de princesa imaginaria a calabaza real.

Aunque el gobierno anterior vivía raspando la olla de este Estado agonizante, entregando subsidios por medio de tarjetas y, culpando de la inflación a los otros, ellos se amparaban diciendo graciosamente que el aumento del consumo era gracias a los planes sociales. 

Fiesta en el castillo del príncipe: Más bocaditos para la mesa dos fila cuatro, sale con fritas.

Esto es lo que tenemos, esto es lo que hay. Y hay que pagar aquella fiesta. 

Y ha comenzado una guerra en plenos calores de este enero: Comisiones contra comisiones, radicales contra radicales, peronistas contra peronistas, izquierdistas contra izquierdistas, panqueques, contra veletas, traidores contra vendidos. Y alianzas también urgentes entre ellos mismos. Ya no gritan !Lawfare, lawfare! Ahora gritan ¡DNU, DNU!

Ahora todos creen que saben de todo, y coinciden que la culpa es del 56% del electorado, que le dio cuerda al reloj que marcó las 12 de la noche para acabar con este derroche del príncipe en el castillo de Olivos.

El relato se les cae a pedazos, el reclamo tardío carece de ética y moral, solo muestran las hilachas al viento, los blancos corceles se convierten en ratones, y la carroza en calabaza. 




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