CUENTOS DE VERANO: NÉLIDA

CULTURA

Nélida quitaba la traba del portón del fondo para entrar, con su cabello largo, negro y suelto brincando sobre sus hombros por la brisa de siempre, cada lunes a la mañana



Como si fuese un ángel de figura esbelta, vestida de blanco y regalando caricias con su luminosa sonrisa a las aves del corral, saludando a los perros de mi abuela. Yo la veía desde la ventana de mi cuarto, la del fondo del parral, y mientras me vestía con la ropa de fajina para carnear. Las escuchaba hablar a través de la puerta entreabierta, se contaban cosas, reían, se querían. A mi abuela le gustaba que Nélida trabaje en su casa, le decia m'ija, contame m'ija, decime m'ija, ayudame con esto m'ija. Nélida limpiaba, hacía la comida, la acompañaba. Así era de lunes a viernes en la casa de mi abuela. Nélida volvía a la suya los viernes a la tarde, y la vida entonces se volvía lenta y triste. Había noches, raras veces, que los tres cenábamos juntos. Eran las tardes que no había tanto trabajo en el frigorífico y mi patrón me devolvía al campo, a la casa de mi abuela, en su camión Bedford, pero yo entraba por la puerta del frente solo para mirar a la Nélida moverse entre las ventanas sin postigos de las piezas. Mi abuela me decía muchacho, a ella le decía, fijate que le hace falta al muchacho m'ija, y ella, ahí, sólo ahí me miraba. Raras veces nuestras miradas se cruzaban, muy escasas veces, en meses, y por algo fortuito nos rozábamos con Nélida en alguna puerta, en algún pasillo.

El jueves pasado le conté a la abuela que el sábado ése que fui al baile del pueblo había conocido a la hija de doña Lucrecia, la viuda del almacenero don Celso, a la niña Nazaria, que usted conoce porque la ha visto varias veces en el almacén, el sábado pasado, cuando usted abuela, estaba con la visita de la tía Ercilia, ¿se acuerda? que le trajo los vestidos lindos que le hizo coser a doña Leoncia. Bueno abuela, sepa que la hija de doña Leoncia bailó conmigo tres piezas, pero después nos acercamos con Nazaria y creo que nos gustamos y que por eso bailamos toda la noche. Ya me dijo mi patrón don Elpidio que cualquier cosa, él mismo va a interceder con doña Lucrecia para que nos veamos un poco más seguido con Nazaria porque según él, desde esa noche ando medio distraído. ¿Me da la bendición abuela? Le dije. Y ella suspirando, con sus manos rugosas armando su cigarro grueso de la noche me contestó así; Usted la tiene muchacho, ya está usted grandecito. Ya lo he cuidado a falta de sus padres, solo le pido que si tiene buenas pretensiones pa' con la niña sepa que tiene que respetarla, como su padre respetó a su madre, como le gustaría que respeten a sus hermanas, que Dios Santo Padre y la Virgen Santa sabrán por dónde andarán. Tiene mi bendición muchacho, ándese sosegado. Me dijo mi abuela apoyando una de sus manos en mi frente.

Nélida se levantó de la mesa a lavar los platos y la abuela después se fue a dormir. No se a que hora de la noche me desperté para ver desde la ventana, allá lejos sobre los cerros, a las estrellas de siempre, pero me parecía que esta vez, estaban más brillantes que nunca, sin la luna que las opaque ni un poquito siquiera, cuando entró Nélida a mi pieza del fondo del parral, despacito, en la oscuridad, y sin hacer ruidos acercó su boca diez años mayor que la mía, y en un sereno susurro nocturno, me dijo que me quede tranquilo, que ella me iba enseñar hasta que salga el sol, ésas cosas que guardan escondidas las calenturas del amor.

(© Walter R. Quinteros - San Nicolás, enero 2024 / Dibujo: Nicoleta)




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