NARRATIVAS, ÉPICA Y 2001

OPINIÓN

En el caso de Milei, por lo pronto, la narrativa pareciera venir por la de un hombre de acción, que se hace presente de forma inmediata donde existe una tragedia que requiere de la presencia de un líder


Por Nicolás Lucca

Desconozco cuántos comunicadores sociales de la academia estarán en este momento abocados al análisis de lo que ocurre con la construcción de la narrativa del Mileísmo. Todo gobierno que quiera ser exitoso necesita de una narrativa. Si puede ser épica, mejor. Se puede mentir, se puede exagerar la verdad, se puede hacer cualquier cosa: una buena historia no requiere más que un montón de personas que se sientan identificadas lo suficiente como para querer participar hasta el final de la obra.

En el caso de Milei, por lo pronto, la narrativa pareciera venir por la de un hombre de acción, que se hace presente de forma inmediata donde existe una tragedia que requiere de la presencia de un líder. Al mismo tiempo, la narrativa se complementa con un permanente recurso de nueva normalidad y de eliminación de privilegios.

Todos los días llega la información de un nuevo horror: infinidades de autos, miles de choferes, gastaderos de plata, edificios en pésimas condiciones. Despilfarro y mala administración en la cosa pública. Y como sabemos que lo primero que debería hacer un administrador temporal de los bienes del Estado es administrarlos correctamente, el efecto es poderoso.

La narrativa requiere de fotos y videos casuales, aunque encuentren al presidente con campera un día de 32 grados a la sombra. También de la participación de todos los funcionarios, aunque no estén acostumbrados a hablar sobre cosas que excedan a su expertise.

El ministro Caputo cuenta que en el ministerio tienen 600 autos. No aclara si son todos autos de lujo, si están para el transporte de funcionarios –no hay tal cantidad–, o cuántas son camionetas de traslado, relevos o logística. Pero, supongamos, que son todos Ford Mondeo 2023. Es una bestialidad, ¿no? Amerita, cuanto menos, una suposición de malversación de recursos y administración fraudulenta por parte del ministro saliente. Supongo que, tras su desconcierto por el abuso de privilegios, presentará la denuncia correspondiente en Comodoro Py.

Vamos a vender el avión de YPF, aunque no sepamos bien cuántos hay. Puede que uno, puede que dos, qué va. Sí, todo lo que vos quieras con que una empresa como YPF necesita un avión para transportar a sus profesionales a destinos donde las líneas no tienen frecuencia habitual. ¿Pero no viste que lo usó Cristina para irse a descansar los fines de semana a El Calafate? ¿Ya la denunciaron? ¿Y al que le habilitaba el avión?

Mostraron con un video las condiciones de la Casa Rosada. En 2020 ya había notas periodísticas al respecto. Dejo el dato por si quieren hacer la correspondiente denuncia: hay funcionarios encargados del mantenimiento de la Rosada. Durante la gestión de Alberto Fernández fue Julio Vitobello.

Denuncien. Ante la Justicia. Si necesitan hacer una consulta, van con Rodolfo Barra y le dicen “tordo, haga la denuncia”, que para algo lo nombraron.

Al cierre de esta nota, llevo doce días de escuchar todas las brutalidades cometidas por el gobierno saliente. Todas brutalidades que ya conocíamos, que nadie puede decir “uh, no sabía que era para tanto”. Llevo doce días de escuchar que “emitir el 20% del PBI para ganar una elección no sale gratis”. Y se ve que sí, que salió totalmente gratis. Porque la joda la pagamos nosotros, una vez más, mientras los responsables están en otra, solo angustiados por no haber ganado la presidencia. Y, en realidad, si se sostiene que se orquestó una catástrofe económica con un fin que no tenía nada que ver con la correcta administración del Estado, estamos ante un delito. Y los delitos se denuncian.

¿De qué me sirve que me recuerden por qué perdió Massa? ¿Para qué puedo utilizar la información de que destrozó la economía con fines personales, si a la noche apoya la cabeza en la almohada y duerme plácidamente en su domicilio sin tener, siquiera, una citación a indagatoria por un delito que, evidentemente, está absolutamente comprobado, tal como se desprende de cada declaración de los funcionarios entrantes? ¿Ni siquiera van a denunciar los resultados de la auditoría en AySA?

Denle una mano a Javito y denuncien. Pobre hombre, presionado para ir en contra de todos sus principios anarco capitalistas y de todas aquellas cosas que sostuvo hasta hace quince minutos. Tanto patriotismo pragmático merece las más altas contraprestaciones y que los responsables de esta situación respondan ante la Justicia con su libertad y su patrimonio. Más que nada para no sentirnos flor de pelotudos.

Porque todo, absolutamente todo lo mencionado arriba pasará al olvido con lo que la oposición kirchnerista esperaba: que Milei haga lo que prometió hacer. Con lo de la devaluación no podían criticar mucho, porque de economía no entienden. Ahora, eso de tocar las cajas, desregular la economía y quitarle el tongo a la Cámara del Juguete y los textiles, fue como mucho.

En campaña, Milei también dio a entender que el Congreso sería expuesto ante la sociedad si es que no quiere llevar a cabo las reformas que él desea. Ante el amparo de que la legitimidad del voto popular da vía libre, firmó el decreto de 366 artículos con un montón de cosas que deberían pasar por el Congreso. Y pasará por el Congreso con quilombo.

Cuando comencé a estudiar, a principios del año 2000, un profesor de la primera materia dijo que la Argentina tenía “inflación legislativa”. Íbamos por la ley 25 mil a nivel nacional. Estamos al borde del número 28 mil. Tres mil leyes nuevas, sumadas las provinciales, los decretos, las ordenanzas, las resoluciones de ministerios y secretarías nacionales y provinciales, las disposiciones direccionales y la mar en coche.

Yo sí leí los artículos. No había forma de leerlos antes de salir a golpear cacerolas. El mayor problema con el que se va a encontrar la oposición es que ningún pobre se verá afectado por lo que ocurra con Aerolíneas Argentinas, ni por el aumento de las prepagas. Mucho menos puede importarle lo que ocurra con el sindicalismo, lujo burgués del trabajador registrado.

Si vuelvo a lo que aprendí en los libros, el mayor problema del DNU de Milei no lo veo en el Congreso. Antes, mucho antes tiene que enfrentar la prueba del Poder Judicial. Los amparos llegarán en forma de lluvia. Los juzgados contenciosos administrativos finalmente tendrán cosas nuevas para hacer.

Sin embargo, en caso de que alguna vía judicial desemboque en la Corte Suprema, me intriga cómo funcionará el asunto: de los cuatro ministros, dos dan clases de derecho constitucional gratis a cuanto periodista le consulte para una nota y tres están peleados con el cuarto. Ah, el cuarto es el autor del Código Civil de 2015 al que el decreto hace puré en buena parte de su articulado.

Y, más allá de todo, es inexplicable el nivel de civismo que vivimos. La Constitución sólo aparece en la oposición mientras sea oposición. Si el 90% del electorado activo vota a una persona que decreta que todos debemos amputarnos la nariz, no hay ningún mandato a cumplir porque no es argumento válido. Que el gobierno se agarre de ese argumento es brutal, pero también es un derecho adquirido tras largas presidencias en las que “la voluntad popular” es todo lo que importa.

Y las redes. Siempre demodè, el kirchnerismo ahora quiere dar la batalla de la calle, la que perdieron hace más de una década, cuando el campo de pelea hoy está en otro lado.

Un Congreso de mierda, una ciudadanía dispuesta a cualquier cosa a cambio de orden, una oposición que no puede decir nada sin que se le caguen de risa por cínica. ¿Ahora les joden los decretazos? En bolas estuvimos los boludos que denunciábamos los delitos cometidos por el aparato estatal bajo el amparo de los decretos de encierro de Alberto Fernández mientras se ponían la remera de Pedro Cahn y se tatuaban a Putin en las nalgas.

Todo, absolutamente todo nos ha traído a este punto en el que aceptamos que democracia es cheque en blanco, mayoría es totalidad y las cosas se hacen por la fuerza o nunca se harán. Si es que se entiende lo que se festeja o se critica, claro, que todas las discusiones por ahora pasan por posiciones políticas y no por entender qué se decretó el miércoles.

No sé si se trata de una cuestión astrológica o de corrientes climáticas, pero la Argentina debería estudiar otras dos reformas: cambiar la fecha de traspaso de mando presidencial de diciembre a cualquier otro mes del año y adoptar una religión que no celebre fiestas en diciembre o rinda culto a otro régimen de calendario. Diciembre en la Argentina es un suplicio, el parto de un hipopótamo de culo, Nessun Dorma entonada por L-Gante, un Tinder en la Isla de los Estados.

Quizá sea herencia de los inmigrantes europeos que celebran la noche más larga desde milenios antes que el judaísmo y al cristianismo como forma de renacimiento, como sinónimo de a partir de ahora, se acaba el frío, se acortan las noches, triunfa la luz. El Sol Invictus ancestral, los árboles iluminados del paganismo, las velas de Janucá, el nacimiento del Cristo Redentor.

Nosotros, cagados de calor, a las puteadas por lo que cuesta un kilo de grasa y calorías en forma de pan dulce, en noches que se acaban a las 4.30 de la madrugada y con 60 grados a la sombra, no podemos soportar con calma ni el jadeo del perro. Para nosotros, diciembre representa, año por medio, el deleite del que ganó, la bronca del que perdió. Y cada cuatro años, medio país celebra que es Argentina y se ríe de la otra mitad, convertida en una Francia que llorará por todo.

Y en el medio la psicopateada de “2001” convertida en cultura pop, como un pin de mochila con una molotov, un mural de Banksy que revolea un plan social o un par de medias de helicópteros. Hasta la banda de sonido de aquellos años se convirtió en consumo masivo de la campaña de Milei, como los globos de Mauricio Macri y con los mismos fines prácticos: no tenemos idea de qué tenían que ver. Panic Show de La Renga dio inicio a los actos de Milei. Se Viene, de la versión más troska de la Bersuit, dio cierre a cada acto. En el medio, la muchachada cantó una y mil veces “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”.

Es la contracara perfecta, el resultado obvio tras décadas de recordarnos que el 2001 fue el punto culminante de un modelo neoliberal que, en un desconocimiento total de la bondades del respeto por la temporalidad de los sucesos, dieron por iniciado en 1976. Durante añares el kirchnerismo nos comió la cabeza –y a generaciones enteras que no conocieron otra cosa– con que el modelo terminó con un colapso en el que la gente pidió que se vayan todos. Lo decían con la misma cara de piedra con la que aplaudían junto a Diana Conti, Juan Manuel Abal Medina, Eugenio Zaffaroni, Majo Lubertino, Nilda Garré, Débora Giorgi y Martín Sabbatella, todos funcionarios de De La Rúa.

Ese impulso, ese queme permanente a la paciencia de los boludos pagadores de impuestos llevó a que sean demasiados los que comenzaron a hacer una comparativa que parte de una ecuación más que lógica: si la paso como el tujes con estos tipos que dicen ser todo lo contrario de lo que había antes de ellos ¿qué tan malo era aquello?

En medio de todo, hay que sumar el papel inmejorable de los mercaderes de 2001, un grupo de inviables que encontraron su primer emprendimiento redituable recién con las asambleas barriales de aquellos años en los que creían que un país federal puede gobernarse mediante reuniones de consorcio.

¿De qué épica de 2001 quieren hablar? No hubo ninguna. De hecho, más de una vez he dicho que este país vive un interludio perpetuo de aquel 2001 que nunca terminó, jamás. Antes decía que vivíamos un 2001 en cuotas. Luego me arrepentí ante lo apabullante de las cifras.

Nunca mermó el odio hacia el que tiene lo que otro desea. La violencia delictiva es fruto de este odio, más allá de la droga, la pobreza, la educación y el resto de las boludeces que digan los progresistas de cotillón para justificar al delincuente frente a la sociedad que lo margina. Pero si tenés décadas de gobernantes que te dicen que “lo que a vos te falta lo tiene otro”, el robo pasa a ser un acto de justicia.

Durante el kirchnerismo nos mostraron informes de pobreza de aquel fatídico 2001 para atemorizarnos. No hacía falta ir a buscarla a ningún archivo cuando alcanzaba con filmar el Paseo Colón de noche: seguían ahí. A lo largo de la larga década ganada, los salariazos de las paritarias apenas alcanzaron para correr atrás de la inflación reconocida. Pocos sindicalistas se quejaron.

De La Rúa se fue con 11.8 millones de pobres. 16.5 millones, si los medimos con la metodología actual. Veinte años después: 21 millones. Y todavía falta computar diciembre. Si quieren comparamos el poder adquisitivo del salario real y nos terminamos de matar.

Un tercio de los laburantes no cubre la canasta básica total. Son pobres con laburo. Uno de cada cinco argentinos vive en lo que ahora llamamos “situación de inseguridad alimentaria”. Seis de cada diez menores de 17 años viven bajo la línea de la pobreza.

Al que diga que todo es producto de los últimos años, que deje de leer, que no quiero ser responsable de un derretimiento del lóbulo frontal: para 2008 ya habíamos recuperado la cantidad de pobres que teníamos en 2001. Uno de esos hitazos que el kirchnerismo prefiere no mencionar de aquellos años que recuerdan como dorados.

A 22 años del caos inicial aún hace falta la implementación de planes sociales para paliar de forma infructuosa la miseria de los sectores más vulnerables. 264 meses transcurridos y la pobreza nos sopapea en cada esquina, debajo de cada puente, en el pasillo de cualquier subte. Mil ciento cuarenta y ocho semanas han pasado y todavía utilizan los números macroeconómicos para decidir si estamos bien o estamos mal, mientras la desnutrición, la delincuencia y la falta de oportunidades continúan en su costumbre de hacer estragos.

Los cartoneros eran una novedad horrorosa, ahora se entregan carritos para el cartoneo con logos municipales. La desnutrición nos dolía, hoy ni preguntamos. La inflación anual de todo 2001 fue del 4%, menos de la que registramos entre el lunes y el jueves de esta semana. Es más, la inflación total de este 2023 equivale a vivir 47 veces todo el año 2001. Ni hablar de nuestros parámetros de corrupción para no tener que recordar lo puristas que eran todos con las coimas en el Senado frente a la normalización del choreo sistemático que vino después.

Los trueques aún existen. El abuso policial se institucionalizó. Durante los últimos veintidos años vimos aparecer 1.100 nuevas villas de emergencia en el conurbano bonaerense. ¿Hubo mejoras al principio? Para muchos tener un poco de paz, cambiar el auto y poder irse de vacaciones fue motivo más que suficiente como para sentir que lo peor ya había pasado. Me encantaría hacer un mea culpa pero yo la miré de afuera permanentemente: la bonanza kirchnerista no me tocó ni con una mira láser.

La mayoría de los que en 2001 estábamos por cumplir veinte años, aún hoy alquilamos. Ya pasamos nuestros cuarenta años, lo que quiere decir que, si este fuera un país con acceso al crédito, ya no calificamos para un hipotecario a treinta años: moriremos en el alquiler. Y cuando tuvimos por años la única esperanza depositada en mantener el mismo poder adquisitivo, ya ni eso nos quedó.

A grandes rasgos, nada cambió para mejor. Sólo nos acostumbramos a estar cada vez un poquito peor o a aspirar, apenas, a estar menos peor que en 2001. Y nunca lo conseguimos.

Básicamente porque en 2001 estábamos mejor. Cada tanto, me gusta recordarlo. ¿Tenía otro final mejor? Nunca lo sabré. Y eso también me gusta recordarlo. Porque estamos en diciembre y hay que sufrir.

Feliz Navidad. De corazón.

(Relato del PRESENTE)


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