LOS APETITOS DE LA DEMAGOGIA

OPINIÓN

Milei llegó para cambiar todo



Por Carlos Berro Madero

Para muchos demagogos la fe proviene de su encarnación en una supuesta fuerza “superior”, que valida la imposición de reglas políticas selectivas para toda la sociedad y su misticismo “a ultranza” somete a la misma, que termina sufriendo un vasallaje ignominioso que destruye cualquier proyecto de vida comunitaria razonable.

Están convencidos que sin líderes mesiánicos que marquen el ritmo social, dicha vida no tiene sentido, desinteresándose totalmente de la verdadera entraña de la realidad, con el fin de legitimar un orden regido por una justicia suprema y excluyente de la que se sienten protagonistas.

De eso hemos comenzado a alejarnos, aun tibiamente, luego del triunfo de Javier Milei sobre el kirchnerismo, quien representa por ahora un dique de contención para ciertos principios políticos de un cariz cuasi religioso, impuestos por quienes habían reclamado la masiva adhesión popular a las erecciones de su voluntad.

La magia funcionó bastante bien hasta que los recursos disponibles para sostenerla desaparecieron y fueron a parar a los bolsillos de estos falsos profetas, luego de haber perpetrado un escandaloso despilfarro de los fondos del Estado, desparramando “prácticas eyaculatorias” que se extendieron como lava ardiente, mientras se presentaban como una suerte de “necesidad causal”.

Con el aumento de sus fracasos y sintiendo que debían aplazar su muerte eventual, presionaron a sus seguidores para que sintiesen que sin “ellos” no podrían satisfacer jamás sus necesidades elementales, porque “la vida es injusta y le da pan a quien tiene dientes y se lo mezquina a quienes carecen de ellos”.

Este mantra fue difundido como si fuera un texto religioso, con el fin de asegurar la vigencia plena de unos supuestos derechos humanos truchos, mientras propiciaba que un grupúsculo de sinvergüenzas fuera edificando el desastre económico y social de órdago que habrá que desbaratar.

Dice Fernando Savater que la voluntad de creer surge a menudo de flaquezas y angustias humanas sobradamente comprensibles y de difícil solución universal permanente, pero que existe al mismo tiempo una incredulidad que proviene del esfuerzo por conseguir una veracidad sin engaños y una fraternidad humana sin remiendos. Y que este último sentimiento termina reivindicando tarde o temprano sus propias razones.

La duración del nuevo giro casi copernicano dependerá, no obstante, de la firmeza que logre cohesionar a una sociedad muy golpeada e incrédula, que hoy muestra sus nuevas “preferencias” en respuesta a los retortijones de sus tripas.

Está en juego en un escenario donde muchos jóvenes no entienden lo que leen, ni pueden formarse ideas claras de lo que ocurre a su alrededor, lo que permite vislumbrar algo inquietante: su intolerancia creciente hacia los males que los aquejan, sin aceptar de buen grado aún los remedios dolorosos que podrían curarlos.

A buen entendedor, pocas palabras.

(Tribuna de Periodistas)


Comentarios