OPINIÓN
Ese pedante habitante de la nube de pedos más grande que haya visto el país, promulgó la ley que terminó de asesinar a la clase media argentina. Ahora busca una propiedad para mudarse. En España
Por Nicolás Lucca
Una Dodge sin verificación al día cruza la avenida General Paz rumbo al conurbano bonaerense. Una pareja con un niño sentado en la cabina –en infracción– emprende un viaje evidentemente triste. Una voz en off que, damos por sentado, es de la madre. Mientras un muchacho conduce el penoso flete, la mujer se queja: “¡Qué mudanza! Si al menos lo hiciéramos a una casa más grande… Pero no: más chica, más lejos y más venida a menos.”
Así, redactada por un analfabeto con carencia de ácido fólico durante su gestación, comienza uno de los spots del Frente de Todos en 2019. El spot que más rápido desapareció del mapa. A tal punto se borró que ni siquiera se lo puede encontrar en sus canales oficiales. En esa misma tanda de spots lastimosos, el que pasó a la historia fue el del entristecido sujeto que, con un mate en la mano, mira el patio de su casa con parrilla y se queja de no poder cocinar asados.
Cualquiera diría que hay un choque brutal entre ambos conceptos: uno que sacrifica un gusto mientras vive en una casa con comodidades extras versus una familia que pierde su vivienda, su círculo social y la felicidad del chico. Cada uno tiene sus prioridades.
En una Argentina mayoritariamente descendiente de inmigrantes provenientes de países con serios problemas habitacionales, hay un chip que se instaló en la cabeza de cada niño y niña nacido desde la fundación de Buenos Aires en 1580: la casa propia.
Décadas enteras de créditos blandos, de una inflación que, durante mucho tiempo, superó las tres cifras anuales sin que afectara el sueño de ser dueños, de cooperativas que construían viviendas como si quisieran vivir allí, de un sinfín de facilidades para obtener un techo, hicieron que el chip se convierta en mandato a cumplir: primero la casa; luego, el resto.
Por cuestiones generacionales, los millennials nos despedimos de ese sueño con tan solo llegar a la vida adulta. La única opción es provenir de una familia adinerada que nos regale un techo con tal de que nos vayamos de casa, o ser hijos únicos y esperar a que nuestros padres pasen a mejor vida.
Sin embargo, basta una crisis económica en manos de un partido distinto al que solo gestiona pobreza para que las ideas más delirantes encuentren cómo llevarse a cabo. Sugerencias dañinas y contrarias a toda norma de éxito a nivel global. Y, como vivimos en la Argentina, país en el que nos encanta probar qué pasa si hacemos ruedas cuadradas, eso fue lo que sucedió: un daño descomunal.
En 2018, con una inflación que hoy nos parece un sueño húmedo, un grupo de inviables con ganas de obtener licencia para ser okupas, consiguieron que un diputado les abra la puerta y escuche sus delirios. Y ahí estaba parado y peinadito Daniel Lipovetzky para presentar un proyecto de ley. De nada sirvieron las advertencias, algunas de las cuales incluso lo enojaron. Tampoco sirvieron las advertencias para el resto de los diputados. En 2019 el proyecto fue aprobado en la cámara baja.
“Encima lo tengo que cambiar de escuela”, dice la angustiada madre mientras la cámara hace un primerísimo plano de un chico visiblemente conmovido. “Como si fuera fácil conseguir vacantes”, agrega. Por suerte para ella, se muda hacia la provincia de Buenos Aires. Para marzo de 2020, ya no necesitará vacantes. Axel se encargará de que no sea necesario ir al colegio por un par de años.
Cuando comenzó la mayor expansión económica que haya vivido la Argentina en su historia, en la ciudad de Buenos Aires –la más densamente poblada del país– uno de cada cuatro hogares residía bajo el régimen del alquiler. Es una ciudad que hace unos cuarenta años no modifica la cantidad de habitantes de censo a censo, aunque tiene un dinamismo de mudanzas constante. O tenía. Tras la peor administración de recursos que podamos imaginar, hoy alquilan uno de cada tres hogares. De un cuarto a un tercio mientras, por si fuera poco, crecieron vertical y horizontalmente los asentamientos marginales históricos. Literalmente: duplicaron la población de las villas. Pero ahora no se les llama villas. Win-win.
“No sabés, me parte el corazón tener que alejarte de tus amigos”, continúa la amargura del anuncio de Alberto y Cristina en 2019. Y eso que los chicos fueron los grandes olvidados de estos cuatro años. O sí fueron tenidos presentes, pero para hacerles pomada la psiquis con encierros brutales, imposibilitados de toda socialización con sus pares.
El spot es imbatible. Obvio que pega en la cabeza de los padres, que sienten que no pueden cumplir con su principal rol que es el de mantener con vida y felices a sus hijos. Tener que mudarse por cuestiones económicas va de la mano del sacrificio del barrio. Para un nene, es cambiar de universo, mudarse de país, abandonar su grupo de pertenencia por cuestiones que no consigue entender del todo. Si sus padres tienen empleo, ¿qué pasó? Sus padres tampoco entienden.
“Pero creeme, estoy segura que no va a ser por mucho tiempo”. Sí, así lo escribieron. En aquel 2019, cuando apuntaban al golpe bajo de cagarle la vida a los hijos, los alquileres aumentaban por detrás de la inflación y requerían del 30% de un salario promedio. Hoy, sábado 2 de diciembre de 2023, tras cuatro años de una gestión de mierda, en la ciudad de Buenos Aires existen en alquiler tres propiedades con dos dormitorios por debajo de los 300 mil pesos. Tres. Una no es apta para vivienda. Las otras dos, son oficinas reconvertidas alejadas de zonas con colegios, hospitales, clínicas, parques, juegos infantiles, jardines de infantes, clubes y zonas de esparcimiento.
Dos departamentos, no más, que requieren del 70% de un salario promedio. O de dos salarios mínimos. O de más de tres jubilaciones mínimas, esas que cobran dos tercios de nuestros adultos mayores. Obviamente, fuera de este cálculo queda ese tercio de la población activa argentina que se encuentra en la informalidad.
Luego de mirar la propaganda mil veces noté que tiene todo mal. No solo envejeció como el orto, sino que, encima, se olvidaron de llevar la cama del nene. Pero llevan una plantita y un ventilador de pie. Marca Axel. Nada mal.
Hace exactamente tres años que nos rige una ley que se aprobó con 191 votos a favor entre los 215 diputados presentes aquel día, y con el voto de los 41 senadores oficialistas unos meses después con el cambio de composición de las cámaras. La inmensa mayoría acompañó un proyecto del que no lograron comprender las alertas. No tuvieron en cuenta las advertencias o no les importó. La oposición justicialista y de izquierda psicopateó al oficialismo, el oficialismo se dejó psicopatear y aceptó ser culpable de todo lo ocurrido en la Argentina desde que el continente se separó de África. El origen de las grandes tragedias: las acciones de los que creen que hacen lo correcto. Y ni hablar si, además, están lejos de la realidad que creen comprender.
Comienzan a vencer los primeros contratos celebrados con esta ley de alquileres. ¿Novedades? Nadie renueva. Literalmente. Y tampoco hay ofertas de unidades para alquilar. Impagables, dolarizadas o en venta. Los precios para comprar se desplomaron a niveles ínfimos para un mercado que no tiene acceso al crédito para aprovechar el ofertón.
Y si el flamante gobierno quiere que no se le prenda fuego todo, en ese paquete enorme de bombas que pretende desactivar en las primeras semanas, debe meter sí o sí una solución a la cuestión inquilina. Cualquier solución, incluso una que parezca una solución. Porque nada parece indicar que haya propietarios dispuestos a rematar su rentabilidad con contratos a tres años. Menos cuando se promete aún más inflación por los próximos dos años.
Pero urgente es ya, eh. Espero que puedan verlo porque la angustia comienza a correr por las venas de ese tercio de habitantes que vive bajo techos contratados.
Cuando leo a analistas decir que “nobleza obliga, Lipo fue el primero en reconocer el fracaso de su propia ley”, no sé si reír, llorar o salir a romper todo. Se lo advirtieron y se lo advertimos. Se lo advertí. Antes, durante y después de la votación. Los mismo hicieron e hicimos con los legisladores que cruzamos en alguna entrevista. Al pedo. Totalmente al pedo. ¿Qué hacemos con el reconocimiento del error más anticipado de los últimos tiempos? ¿Les damos una medalla? ¿Un premio a los más lentos para comprender riesgos? ¿Un diploma de honor por pedir disculpas?
Por eso quiero dejar aquí plasmado un listado que puede joder, pero más jode no tener dónde ir a vivir aún con cinco laburos de lunes a lunes.
Ahora me toca a mí hacer un pedido a las siguientes personas que votaron a favor de esta ley en 2019 en la cámara de Diputados:
Romero, Rossi, Matías Rodríguez, Rosso, Saadi, Salvarezza, Russo, Santillán, Sapag, Selva, Abdala, Donda, Sierra, Siley, Solanas, Martiarena, Ginocchio, Allende, Valeria Alonso, Alume, Álvarez Rodríguez, Arroyo, Asencio, Bahillo, Bianchi, Bucca, Brügge, Kossiner, Carro, Caselles, Cassineiro, Castagneto, Castro, Leavy, Cleri, Llanos, Contigiani, Cresto, Lavagna, Igon, De Ponti, Delú, Huss, Derna, Di Stéfano, Herrera, Doñate, Fernández Patri, Ferreyra, Grosso, Frizza, Filmus, Flores, Frana, Franco, Garré, Correa, Grana, Grandinetti, González, Massetani, Guerin, Horne, Kirchner, David, Larroque, Llaryora, Ciampi, Lotto, Carol, Cerruti, Medina, Carmona, Miranda, Camaño, Cabandié, Moreau padre e hija, Britez, Bossio, Bevilacqua, Passo, Pastoriza, Pereyra, Martín Pérez, Tundis, Pietragalla, Zottos, Ramos, Rauschenberger, Raverta, Wellbach, Morales, Vigo, Vázquez, Gioja, Vallejos, Tailhade, Soria, Soraire, Vallone, Volnovich, Yedlin, Yaski, Zamora, Pretto, Peñaloza, Moyano, Navarro, Nazario, Muñoz, Moisés, Mercado, Mastín, Riccardo, Ricci, Rista, Macha, Arce, Austin, Ayala, Banfi, Basterra, Lousteau, Kronerberger, Lacoste, Del Cerro, Echegaray, Carlos Fernández, Carrizo, Silvia Martínez, Burgos, Cantard, Mendoza, Cano, Bazze, Benedetti, Nanni, Najul, Borsani, Pastori, Petri, Zamarbide, Regidor, Villavicencio, Quetglas, Suárez Lastra, Reyes, Negri, Mestre, Menna, Monfort, Matzen, Maquieyra, Aicega, Ansaloni, Bragagnolo, Caballero, Carambia, López Koenig, Huczak, Enriquez, Gayol, Hummel, Massot, Monaldi, Brambilla, Berisso, Torello, Polledo, Wechsler, Villalonga, Villa, Ocaña, Nuñez, Medina, Olmedo, Ramón, Martínez Villalda, Campos, Campagnoli, Brizuela del Moral, Neder, Olivetto, Vera, Terada, Schlotthauer, Del Caño y Del Plá.
Y también a los Senadores que la sancionaron en 2020:
Almirón, Blas, Caserio, Catalfamo, Closs, Doñate, Durango, Duré, Espínola, Fernández Sagasti, García Larraburu, Giménez del Valle, Teresa González, Nancy González, Ianni, Kueider, Leavy, Ledesma Abdala de Zamora, López Valverde, Lovera, Luenzo, Mayans, Mera, Mirabella, Mirkin, Montenegro, Neder, Pais, Parrilli, Pilatti Vergara, Recalde, Rodas, Rodríguez, Rodríguez Saá, Sacnun, Sapag, Snopek, Solari Quintana, Taiana, Uñac y Weretilneck.
A todos ustedes, decía, les pido un sencillo acto: pongan en alquiler todas sus propiedades al precio de 2019 actualizado por el índice del Central. Y luego salgan a buscar un techo de alquiler mediante el sistema inmobiliario. Nada de dueño directo, gronchear a la AFIP, pedir prestado a amigos, ni otra cosa. Quizá así la entiendan.
Todos ellos fueron coautores de este desastre sin solución a corto plazo en un contexto de desesperación brutal. ¿Qué puede ser más grave que no saber a dónde ir a parar? Condenaron a vivir debajo de un puente a familias de clase media. Nos arruinaron psiquiátricamente y ni siquiera alcanza para las pastillas.
¿Cómo pudieron ser tan imprudentes? Decir que “en aquel contexto tenía sentido, pero no en este de gran inflación” es desconocer la historia de los ciclos económicos y, fundamentalmente, haber aterrizado en la Argentina provenientes de otro sistema solar distante. Un país que en más de cincuenta años sólo conoció nueve años con inflación por debajo de los dos dígitos y que vivió la mitad de ese tiempo con aumentos sostenidos de tres dígitos anuales. Lo que nunca hubo en todo ese tiempo fue tanta unanimidad para hacer mierda el sistema de alquileres.
También va para Sergio Massa, que en su adicción al gasto público para dar vuelta un resultado electoral, disparó la inflación a niveles récord, la cual impactó como Exocet contra los precios de los alquileres. Y no quisiera olvidarme del inconsciente que tuvimos por presidente con minúsculas durante cuatro años. Un tipo que vivió de prestado en un departamento de un financista de la campaña a cuya esposa pusieron frente a un ministerio sin que nadie salte a plantear conflictos de intereses. Ese pedante habitante de la nube de pedos más grande que haya visto el país, promulgó la ley que terminó de asesinar a la clase media argentina. Ahora busca una propiedad para mudarse. En España.
Forro.
(Relato del PRESENTE)
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