EXALTACIÓN DE LA ORDINARIEZ

EDITORIAL

Una persona ordinaria —dice el diccionario de la Lengua española—, es una persona baja, basta, vulgar y de poca estimación


Por Walter R. Quinteros

—¿Tomó la medicación?

—Si Nely, ya la tomé.

—Ya se lo dijo su amiga de Córdoba ¡Esas son mujeres! Está a la vista que lo quiere de verdad. ¿Recuerda que le dijo? Gordito bajá esa panza. Aquí tiene anotada la dieta que le dejó, hágale caso. Le pidió que se afeite, hágale caso. Le pidió que camine, hágale caso. Y ella tan elegante, tan fina, con sus buenos modales, con esa simpatía que tiene, y ¡Cómo le decía que no dejara de escribir! Gordito, escribe que te hace bien y es lo que te gusta. Qué lástima que se fue ahí nomás. Ah, la familia pasaba para La Rioja. ¿Le digo una cosa? Pensé que tenían algo ustedes. ¿Nada que ver? No se ven por aquí esa clase de amistades. Menos mal que vinieron justo cuando estaba limpiando los pisos. "Señora, usted se encarga de cuidarlo mucho", me dijo. Se ve que le caí bien. Qué quiere que le diga, a mí me encantó conocerla. No como a éstas de acá, viejas ordinarias que se la dan de no se qué. Bueno, usted ya se va a dar cuenta que aquí, "no todo lo que brilla es oro". ¿Le cebo unos mates?

—No Nely, gracias.

Lo que acaban de leer, corresponde a un cuento que creo haber escrito en el año 2018/19 y que titulé "Viejas Ordinarias". Allí cuento una conversación entre quién esto escribe y una señora de la limpieza que trabajaba por horas. Ella tenía una capacidad enorme para ponerme al día.

Y me vino de repente a la cabeza, apenas vi las imágenes que repetían por la televisión sobre la asunción de nuestro presidente Javier Milei por parte de la, la... no me sale, ¡Ah! Cristina viuda de Kirchner, en su carácter de presidente del Senado saliente.

Escribe el gordito del cuento al que su amiga le pide que no deje de escribir:

Carta para Cristina.

Hola:
Vos sabés porque vos lo exigiste y lo sabe cualquier ser humano que haya leído el Manual de Ceremonial y Protocolo, rendido y ejercido el cargo, que el color rojo furioso no va para actos oficiales.

Ponele que las cosas cambiaron, pero siempre cambian para tu conveniencia ché, para cobrar exigís que nada cambie, a fin de mes te esperan 14 millones de nuestro devaluado pesito más el aguinaldo, a ése acto en el banco, podés ir de ojotas si querés. Pero este era un acto oficial por excelencia, con la solemnidad que ello implica como es la entrega de mando de una vicepresidente como eras vos, a otra vicepresidente. Y de un presidente que vos elegiste con tus deditos, a otro presidente, y mirá que encima te metiste las manos en los bolsillos...

Meterse las manos en los bolsillos es muestra de desprecio, es quitarle importancia a las cosas. Es dárselas de cancherita y sobradora.

¡Cristina! Te faltaba hurgarte la nariz con el dedo y hacer bolitas con los mocos amasados para arrojárselas de un tincazo a los que gritaban ¡Libertad! ¡Libertad!

Te cuento algo ya que estoy, escribió una vez el poeta y médico estadounidense Oliver Wendell Holmes; "No hay nada más común que el deseo de ser notable".

Mirá tu última foto, levantando el dedo mayor de la mano derecha mientras caminabas, en retirada como siempre, y dándole la espalda a la gente. Lo tuyo es notable. ¡Fuck You!

Bien de ordinaria. Querías que se hable de vos, no se, tal vez algún reconocimiento, o algo... qué se yo, y no se te ocurrió otra idea mejor para salirte con la tuya que eso de robar imágenes en una fiesta ajena que mostrarte sin máscara. En el último acto fuiste vos, como sos vos , la Cristina llena de odio y resentimiento, la que quería endulzar su rabia haciendo groserías tipo tribuna de barras bravas, con las disculpas que los borrachos del tablón se merecen.

No luciste en la ceremonia ni como una estrella de Hollywood ni como una simpática miss belleza. Querías —porque todo director de fotografía sabe—, que el color rojo desvía la mirada, cambia el foco de la atención. Vos querías como siempre, que primero brille tu ego, tu "yo", simplemente tu yo. Eso querías.

Bien de ordinaria. Y demostraste que ser ordinaria no te molesta. Demostraste que te gusta bastante. ¿A qué hora cierra Rapanuí?

Como observador que soy, en cada gesto tuyo de ayer te vi desplegando todo tu potencial para opacar la sobriedad y elegancia de Victoria, nuestra nueva vicepresidente que ni siquiera saludaste. Y no me digas que no porque me basta con verlas caminar a ustedes, para saber hasta qué están pensando, la envidiaste. No querías ni que la aplaudan. Te vestiste de rojo chillón para eclipsar hasta su tierna sonrisa.

Dicen, que las mujeres ordinarias se sienten inferiores, incomprendidas, incompetentes y todo otro calificativo que comience con "in". Dicen, que no dominan el arte de cuidarse. Que dudan. Que ocultan su fragilidad bajo los excesos de forzadas sonrisas y que hasta exageran cierta bondad. ¡Bondad! ¡Demagogia! Mirá que fuiste a inaugurar una canilla, y después tuviste que tirar la ropa que usaste ése día que entraste a una villa.

Vos con el dedo arriba, Cristina, madre y abuela, es la última imagen que nos queda de una persona ordinaria que se despide de la función pública. Eso quería decirte.

Ayer vos lo confirmaste. Las imágenes no son trucadas, no lo inventé yo. Lo vimos todos.




(Imagen TN)


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