ENTRE EL RESENTIMIENTO Y EL MIEDO

OPINIÓN

Una vez terminada la guerra y ya dividida en dos, Alemania comenzó un periodo de des-nazificación que ocurrió tanto en el sector bajo control occidental como en el sector que operaba bajo control soviético



Por Carlos Mira

Está claro que las maneras de uno y otro fueron diferentes (en la Alemania Federal el proceso tuvo como objetivo la libertad y en Alemania Oriental la comunización) pero ambos se propusieron eliminar de la faz de la Tierra todo vestigio nazi.

En esa misma línea, y salvando las distancias, la Argentina debería iniciar un proceso de des-resentimiento. Un camino al final del cual la idea de “No es que yo quiera estar bien; lo que quiero es que mi vecino esté tan mal como yo” sea desterrada de la faz de la tierra argentina.

El caldo cultural que reverberó en la conciencia nacional del último siglo estuvo dominado, en gran parte, por esa máxima. Esa mentalidad está detrás de la construcción de un Estado enorme cuyo principal objetivo se centraba en satisfacer los objetivos de “cortarle las alas” a todo el que quisiera volar por encima de la “altura permitida”.

Cientos de miles de regulaciones y centenares de agencias del gobierno estaban destinadas directa o indirectamente a impedir que el ejercicio libre de determinadas actividades pudiera ser el vehículo que algunos utilizaran para diferenciarse del resto.

El proceso de des-resentimiento debería operar bajo el precepto de “muerto el perro se acabó la rabia”, en el sentido de suponer que, removido el gen resentido del alma argentina, ya nadie pedirá la sanción de una ley prohibitiva de una determinada actividad y la consecuente creación de una agencia gubernamental de control para evitar el éxito ajeno.

En ese sociológico nudo gordiano se haya encerrada la victoria final del cambio de paradigma que inició el gobierno de Javier Milei.

Si no se lograra des-resentir a la sociedad argentina, el profundo cambio legal propuesto por el gobierno liberal-libertario quedará siempre supeditado al regreso de la envidia.

Por eso el verdadero trabajo que hay por delante es múltiple. Por un lado es obvio que deben ponerse cuanto antes en vigencia los patrones de funcionamiento social normales que han sido probados como exitosos en los países ricos.

Pero como justamente esos patrones conllevan la obvia posibilidad de que unos tengan logros en la vida y otros no (o, para mejor decir, que los logros de cada uno sean de entidad diferente) será necesario una ciclópea tarea educativa para formar mentes nuevas criadas en la cultura que entiende que la diferenciación humana es un factor social positivo y no negativo. Es mas, que es un factor deseable.

Creo que algo de eso hay en el mensaje del presidente acerca de la “estafa de la justicia social” y de la inmoralidad que significa tratar como iguales a los que no lo son o a aquellos que no hacen los mismos esfuerzos.

En ese sentido, no hay dudas de que lo que aquí llamamos proceso de “des-resentimiento” tendrá mucho de “proceso de des-peronización” toda vez que el nombre oficial del partido peronista es, justamente, Partido “Justicialista”, dando -desde su propia identidad- la idea de que ese movimiento tiene como finalidad lograr una sociedad en donde todas las cabezas estén cortadas a la misma altura, sin conformarse conque todas estén sujetas a la misma ley.

Lo interesante de la cuestión (que es lo que viene a probar la íntima relación entre el estatismo colectivista y el resentimiento) es que el “corte de cabezas” a la misma altura lo debe hacer, supuestamente, una nomenklatura iluminada (es decir, “ellos” o, en otras palabras, lo que el Presidente llama “casta”).

Esa necesidad de constituir un ejercito de “cortadores de cabezas” da origen al enjambre de la burocracia estatal y a la maraña de regulaciones que atienden las súplicas de los distintos sectores que piden que tal o cual cosa se le prohiba a tal o cual ciudadano o grupos de ciudadanos.

La existencia de esa nomenklatura se justifica porque su presencia es “requerida” para que venga a imponer “justicia social” impidiéndole a unos el ejercicio de las actividades que, de desarrollarse libremente, generarían una “injusticia social”.

Mas allá de que por acceder a las privilegiadas poltronas del Estado la nomenklatura monetiza ese “servicio”, el sistema da origen a multiples canales corruptos que asocian a la nomenklatura con los “pedigüeños” o “reclamadores”, generándose una turbia red de connivencias que terminan pagándose colectivamente.

Como se ve, detrás de los tecnicismos económicos hay toda una cuestión sociológica o cultural que hay que atender si se pretende que los cambios que se insinúan sean duraderos y no un simple paréntesis temporal en una larga historia de decadencia.

La envidia y el resentimiento necesitan de la prohibición para imponerse. En los esquemas libres, los que más se esfuerzan, los que más estudian, los que tienen más iniciativas o inquietudes avanzan más que los que tienen menos.

El artilugio de que la situación socioeconómica de un individuo o de un conjunto de individuos determinado incide en el resultado, es una deformación ideológica del marxismo claramente desmentida por la realidad.

En EEUU, en Australia, en Canadá, en Irlanda, en Corea del Sur, en Alemania, en Nueva Zelanda y en las nuevas economías que nacieron detrás de la ex cortina de hierro, se multiplican por millones los casos de personas nacidas en la mas absoluta pobreza que, sin embargo, se han convertido en millonarios o en gente de un enorme éxito o influencia porque dentro de ellos vibraba un gen diferente que, de haber sido abortado, no solo se habría producido una enorme injusticia individual para con ellos, sino que esos países se hubieran visto privados, colectivamente, del enorme beneficio residual que esas mentes suelen generar para el todo.

De modo que es imperioso que Sandra Petovello empiece a diseñar este programa de des-resentimiento. Frente a eso tengo dos seguridades: no tengo la menor idea cómo se hace y creo que es absolutamente imprescindible hacerlo.

Al lado de esta dificultad cultural o sociológica, las intenciones del Presidente Milei se chocan con otro inconveniente también cultural aunque no ontológicamente malo como es el caso del resentimiento. Me refiero al temor.

Hace unas semanas circuló bastante en las redes el video de un cóndor que, ya curado de las afecciones por las que había sido rescatado de las alturas imponentes de Los Andes, se aprestaba a recuperar su libertad.

El grupo de veterinarios que lo había atendido lo trae en una enorme jaula hacia el filo de un altísimo risco y le abre la puerta. El imponente pájaro finalmente sale y comienza a caminar. Mientras los médicos lo observan y lo filman él va de un lado al otro del peñón, se detiene, mira el horizonte, vuelve hacia el lado que acababa de inspeccionar… Pero no vuela.

Los minutos pasan y los veterinarios siguen esperando pacientemente. Él sigue investigando el terreno hasta que de pronto se detiene. Levanta la cabeza y mira hacia las altas cumbres que imponen su presencia delante de él. Entonces, agacha un poco el cuerpo sobre sus enormes garras y, en un movimiento instintivo, se impulsa hacia el vacío y vuela…

La imagen es conmovedora. Ahora mismo, al recordarla para describirla, se me caen las lágrimas. Ver a semejante criatura, dotada por la Naturaleza de las más amplias herramientas para vivir en un ecosistema tan hostil, dudar entre abrazar la libertad o volver al cautiverio me rompió el corazón.

Pero verla finalmente tomar ese impulso salvaje y definitivo hacia la recuperación de su propia vida, de su propia autonomía, me emocionó aún más.

La victoria sobre el miedo debe ser uno de los triunfos mas reconfortantes del hombre. El gobierno del Presidente Milei también nos debería invitar a intentar esa victoria. Estoy seguro que detrás de ese convite se pueden encontrar muchas de las respuestas que el propio Presidente anhela y con las que siempre soñaron aquellos argentinos que, ni aunque vinieran degollando, nunca renunciaron a ser libres.

(The Post)


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