RITA

EDITORIAL

Hay que experimentar

Por Walter R. Quinteros

Les voy a hablar de Rita. Rita es un cortometraje italiano de 2009 dirigida por los directores Fabio Grassadonia y Antonio Piazza. Trata sobre una persona ciega.

Pero para empezar a hablar del tema déjenme contarles una anécdota. Siempre que viajo a Córdoba, o cuando salgo por aquí, y tengo ganas de tomar un café o comer algo, me sorprenderán sentado en cualquier lugar, en cualquier bodegón o restaurante. No tengo límites ni preferencias. Hay que experimentar.

Lo extraño es que a mis amigos —que son nacidos y criados aquí—, no les pasa lo mismo. Siempre hay un motivo, los precios, el lugar,  las luces, la ambientación. El miedo a qué  les dirán. Que estan Fulano y Mengano. Que por aquí pasa la Zutana y la Perengana.

Siempre el miedo a lo distinto, a lo diferente. Hablando de eso, me manifiestan algunos sobre el miedo de votar a Milei. Es como salir de la zona de confort que significa pasar por el cajero a retirar dinerillo sin hacer nada para merecerlo y del futuro de ése plástico en sus manos.

Después de mucho tiempo de escuchar sus quejas, un día les pregunté. ¿Por qué siempre venimos a comer aquí cuando hay tantos lugares? 

Respuesta; "La verdad, no me gusta, pero más vale malo conocido que bueno por conocer".

Los animalitos de costumbres no ven más allá de la rutina, se reconfortan con lo cotidiano.

Pero volvamos a Rita.

Rita es una chica ciega. Vive con su madre autoritaria, una mujer que la mantiene encerrada en la casa. Pero Rita sueña con su libertad, y tiene carácter. 

Vamos de nuevo. Rita sueña con su libertad, y tiene carácter. Pide elegir.

La trama transcurre en Sicilia y el sueño de Rita es poder ir al mar. A la madre de Rita esas cosas no le interesan, ella ignora todos los deseos de Rita.

Y esto me recuerda a otra Rita que conocí en un viaje desde Buenos Aires a Córdoba, llovía a cántaros, y había en el ómnibus algunas goteras, algunas personas se mojaban y protestaban, por ejemplo esta señora que iba sentada justo delante mío. Ella había optado por cubrirse con un ejemplar de un diario. Este reciente divorciado que ahora escribe esta nota, hizo lo que haría cualquier caballero, la llamé a que ocupe el asiento vacío a mi lado. 

Me costó convencerla hasta que finalmente aceptó con la condición que traslade su equipaje cerca de ella, cosa que hice. Casi llegando a Rosario, me contó que se escapaba de su marido. Que se sentía temerosa. Que sabía que pronto la encontraría, pero que al fin se sentía libre. Que tuvo el coraje para enfrentar la situación. 

A esta Rita, y al llegar a Córdoba, la dejé en manos de una amiga que trabajaba por aquellos años en Cáritas. Los Nokia no fallaban. Y, a Rita nunca más la vi. 

En el cortometraje italiano, aparece en la vida de Rita un joven. Allí es donde juegan los directores de la película, ya que no dejan en claro si ese muchacho existe o si es el fruto de la imaginación de ella. 

Rita pide al muchacho que la lleve al mar, lo sigue, y luego le pide que le enseñe a nadar. 

En el agua, y por primera vez en su vida, Rita siente la experiencia de la libertad. 

Luego el chico desaparece y Rita se encuentra sola en su casa. 

Quizás solamente sea la conclusión de un sueño. Quizás se trate del mensaje de los directores y que el tema estaba dirigido a la pérdida de los miedos a lo distinto, a lo diferente, a escapar de lo rutinario.

Por eso quería hablarles de Rita, porque veo que se les hace difícil reconocer que sienten temor a los cambios, tal vez, a que no puedan controlar lo que sucede y lo que pueda suceder. Pasean sus adornos gastados de conformismo. 

Esto nos pasa creo, porque la información que nos llega es limitada, y con eso dominan nuestros procesos racionales y provocan, que tomemos decisiones apresuradas en respuesta a la incertidumbre. Nos meten miedo.

—"Más vale malo conocido que bueno por conocer". Me dijo un integrante de la mesa de los "Salitas Verdes" del Café.

—Cagón, le contesté. Lo que deben hacer todos ustedes es perder el miedo. Como ya perdieron las banderas, y nadie dijo nada porque estaban en la cola del cajero.

Para Cerrar.

La Rita porteña subió a un ómnibus cualquiera, el primero que encontró. Tampoco su familia debía saber nada. Dos licenciadas en Asistencia Social de Cáritas la estaban esperando, al lado de mi amigo José, el chófer de la unidad de traslado y que estaba a punto de jubilarse. 

¡Qué tiempos aquellos de grandes amistades!

La Rita de la película se llama Marta Palermo, actriz, y ella obedece al pie de la letra el guión. Los directores se encargarán que en la pantalla solo se vea el tierno rostro de Rita. 

Un mérito, porque el espectador querría ver lo que está en torno a ella —como a su madre, al muchacho, al mar—, pero no puede. El espectador tiene que enfrentar algo distinto como lo hace la protagonista ciega, tiene que escuchar e imaginar. Percibir las voces, los ruidos, y de vez en cuando el sonido de la mano de la madre que acaricia la cara de su hija.

Un mismo nombre, dos historias que perdieron el miedo. Eso les quería contar.





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