LET THE MUSIC PLAY

SOCIEDAD / OPINIÓN / EN PRIMERA PERSONA

Viajando por los pasillos del hospital en camilla y con los ojos abiertos

Por Walter R. Quinteros

Será por eso que recuerdo a la doctora Ana María, que la enfermera de turno llamó desde la guardia del viejo hospital de los corazones rotos acá en Córdoba para que me atendiese. Su sonrisa ablandaba todos los males. Consta en las actas del año 2004. Me tomó de la mano, me hizo acostar en una camilla y comenzó a conectar mi corazón lleno de agujeritos en el electrocardiograma de rigor. No me preguntó nada de problemas personales influyentes en aquella debacle devenida, o en vicios propios originantes del fuerte dolor de pecho. Hablamos de nuestra edad, teníamos la misma edad. Hablamos de música, teníamos los mismos gustos. Me hizo volver al día siguiente para que juntos veamos el resultado de los estudios practicados y luego de eso, y tomados de la mano, me hizo ver los pulmones y corazones durmiendo el sueño eterno en frascos con formol. Cuidate, me dijo y me medicó. Le dejé una flor. Rosa roja.

En la segunda carta de aviso de corte a la buena vida, también estaba solo, año 2013.

Pero llegué caminando, tomándome de las paredes hasta el hospital de los muchachos de la Reforma del '18, y ahí quedé sentado en una silla de ruedas, sin sacar pasaje y visitando los laboratorios para examen de esto y de esto otro. Diana la doctora, me mira, me pregunta mi nombre, me pregunta a quién llamar para avisar, le alcanzo mi billetera y mi celular. Horas después despierto en la clínica de mi obra social. Estuve cuatro días conviviendo en el país de los muchachos moribundos conectado a un cableado enredado. Había 16 tubos fluorescentes en el pasillo que va desde ésa sala hasta el quirófano, los conté de ida y de vuelta. Claudio era el médico jefe que habló de ponerme el famoso stent. Claudio golpeteaba las lapiceras en su escritorio, era un magnífico percusionista, yo lo acompañaba haciendo una especie de sonido de "beatbox", es decir, imitando música por medio de mi boca y golpeteando mis manos. La sala de la previa de la muerte era toda música. Una amiga juró ante los galenos que se haría cargo de mí y llegó el alta. Con el alta mis documentos y mi celular. Y el famoso consejo de que eso no se mira, que eso no se toca, que eso no se come, que eso no se hace, que eso no se dice y que paremos de fumar. "Let the music play".

En el tercer aviso, fue mi adorable compañera quién llegó a tiempo para dejarme en las manos de la Guardia del Hospital de Cruz del Eje. Primero pensé que la tercera era la vencida, pero divina ella, le ganó la carrera a la mismísima parca, en el año 2018. Tres días más de contar tubos fluorescentes por los pasillos. El mundo lo mismo seguirá girando sin mí, pensé. 

Les cuento algo, queridos amigos: Viajar con los ojos abiertos, es para demostrar que todavía estamos vivos, que no somos capaces de rendirnos, es como caminar por una librería, es como mirar la pantalla del cine, los detalles del teatro, una vidriera de juguetes, el vuelo de la pelota lanzada por un wing, es como mirar el paisaje por la ventanilla de un tren. Es como apretujar en el pecho una postal para que se quede a vivir en el corazón, Corazón. 

El doctor Oscar creyó conveniente consultar las epicrisis anteriores de mi corazoncito veterano de guerras y penurias varias. Y, antes de mandarme a Córdoba por esos benditos estudios, hablamos, hablamos del tema. "Es cierto —me dice—, los hombres merecemos que también nos pregunten cómo estamos, qué necesitamos". 

Hago una especie de gimnasia en no hacerles caso a los médicos, cosa de locos.  Pero es como un deporte que practico. Por eso llega el cuarto aviso. Mientras dormía, sueño.

—"Y ahora señoras y señores, a continuación, el magistrado va a leerles quién es el próximo ocupante de la cama 2 de la sala UTI". Dice un tal Elfíates, traicionando a Leónidas.

En mi sueño, los enanos danzantes habían traspasado las paredes, pude contar que entraban a mi dormitorio en fila de tres. Los primeros con furiosos golpeteos rítmicos a sus tamboriles, redoblantes y tamboras, luego seguían los de instrumento de viento, estridentes y agudos. La enana saltarina adornada con coloridas plumas, daba lugar al caballo del magistrado actuante vestido con elegante smoking y tras él, una carroza montada sobre los hombros de gigantes hombres negros encadenados, y sobre una dorada poltrona, la reina de aquel pogo chateaba con sus amigos por el celular lanzando estrepitosas carcajadas, que con algarabía y bullicio, seguían los cientos y cientos de seguidores que ensanchaban las paredes de mi cuarto hasta convertirlo en un gran salón digno de un preinfarto. 

El magistrado sube a una sillita de madera, parece perder equilibrio, dos enanos se apresuran a sostenerlo. El magistrado se limita a seguir con cierta altivez su tarea y desenrolla el bando con esmero. Un enano hace sonar la tarola con sus baquetas voladoras mientras el hombre de las leyes escudriña nuestros rostros, y entonces me señala. El enano para de golpear.

—"¡Usted!" —me dice apuntándome con el dedo índice derecho—. ¡Aquí está su nombre!

La farsa bulliciosa ahora grita enardecida y agitando sus brazos al ritmo de la música, abandona mi habitación. Es entonces que todo gira y gira a mi alrededor.

Desperté así, doctor. Me duele fuerte aquí, me impide respirar bien, y el brazo izquierdo, otra vez, el brazo izquierdo. Otra vez las agujas navegan buscando mis venas, otra vez, el ruidito de rueditas de las camillas, otra vez las luces blancas enumerándose y parpadeando a mi paso como un saludo lejano de pañuelos blancos en los viejos andenes de los viejos trenes de las viejas estaciones en fotos blanco y negro. Y viajo con los ojos abiertos, mirando por las ventanillas, para buscarla entre la gente.

Aquí en Córdoba, me dicen que ya está bien. Que ya es suficiente. "Salimos de esta, y hacemos otra cosa, ¿eh? No lo escuché. Ah, ahora si, esta vez hacemos caso, ¿si?"

Para cerrar.

Viene dando vueltas por mi cabeza una canción que cantaba Barry White que más o menos traducida por mi escaso y malogrado inglés técnico, dice algo así como: "Déme un boleto de entrada por favor / Señor, le pido misericordia, todo el mundo ya está aquí / 'Hey, ¿todo bien hombre?' / Si, todo bien / '¿Seguro?' / ¡Yeah! / Pero ella está en su casa / Ella está en su casa / Tu deja que la música suene / Solo quiero bailar toda la noche / Aquí, justo aquí / Justo aquí es donde me voy a quedar / Toda la noche / Hasta que mi dolor se haya marchado / Let the music play"/

Lo que quería decirles es que convengamos que un hospital no es un buen lugar para festejar el cumpleaños de uno, encima solo, porque nadie sabía nada de esto. Asi es que, al salir de aquí, primero iré a recibir al amigo Javier Milei, como un enano danzante más, agitado y dolorido. En lo posible, planearé los festejos de mi próximo cumpleaños y como les decía, el deporte que practico es no hacerle caso a los médicos.

Asi soy, y es lo que hay.


Córdoba, 16 de noviembre 2023



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