LAS SEGUNDAS OPORTUNIDADES

EDITORIAL

Cometer errores forma parte de la vida 


Por Walter R. Quinteros

Y a mí me ha pasado varias veces esa cosa de cometer errores, tanto en la vida laboral como en lo personal. Lo que sucede es que soy humano. Alexander Pope dijo que "Errar es humano, perdonar es divino, rectificar es de sabios". Creo que es prácticamente imposible aprender algo con destreza sin cometer miles de errores en todo ámbito. Podríamos estar señalando especialistas y novatos a granel. Ejemplos nos saldrían a millones. El tema pasa en saber reconocer errores porque eso —créanme—, dignifica a las personas.

Se le atribuye a Winston Churchill una frase que señala: "El éxito no consiste en la ausencia del fracaso, sino en ir de fracaso en fracaso sin eliminar el entusiasmo". Y esto me recuerda en que hubo momentos en que he querido decir algo ante un auditorio lleno de sindicalistas y periodistas. Mi cabeza navegaba por otros mares. Fue hace algunos años, cuando era funcionario de la municipalidad de Córdoba y había que mostrar entereza, dejar certezas para dar por finalizado un conflicto laboral que afectaba a toda la sociedad. Lo intentaba en la soledad de mi oficina, pero nada me salía, nada que me haga ver como un funcionario con convicciones y aspecto de líder pragmático. Hasta que apareció el señor del cafecito, el dependiente municipal se sentó frente a mí, algo que nunca antes había hecho, por esas cosas de que no le correspondía —entre otras—, y me dice que todos me están esperando, "usted sabe, usted puede", me dijo. 

Me imagino que quieren saber el final de aquella áspera reunión. 

Había descubierto que hay una distancia enorme entre el "yo quiero" y el "no puedo". Sabía ahora que sin esforzarme no llegaría jamás a lograr convencer un sindicato entero, y con la prensa de testigo. Entonces me di cuenta que se trataba de miedo. Y recordé la frase del señor de la cafetería. "Usted sabe, usted puede". Al café lo tomé tranquilo, como siempre, sonreí, y potenciando lo que creo son mis habilidades, ingresé a la sala de reuniones sin saludar, sin desearle buen día a nadie, me quedé parado y escribí en el pizarrón a mis espaldas. "Aquí es la oficina de soluciones rápidas y efectivas". Me di vuelta, los enfrenté y les pregunté si creían en Dios, si había alguien que no fuese creyente, nadie contestó y seguí; "Entonces seamos agradecidos que tenemos trabajo" y pidamos al Señor que nos perdone setenta veces siete, por dejar a los otros trabajadores sin transporte. Y pidan perdón por ser malas personas.

Diez minutos después el paro se levantó. Fue en Córdoba, allá por el 2007.

Decía Charles F. Kettering que los fracasos "son las señales hacia el camino del éxito". La parte política de esta historia consistía ahora en decirle a la prensa sobre "el alto concepto de colaboración demostrado por el Cuerpo de Delegados en darle final a este conflicto, sin su ayuda y aporte seguiríamos en un callejón sin salida". Ellos no habían fracasado. Habían aprendido que no debían dejarme hablar. Yo, del fracaso de políticas municipales malas que llevaron al paro, aprendí que debía escucharlos. Nunca nombré al intendente como parte del acuerdo, y eso fue otro error que en política me dejaba una gran enseñanza.

Al final todos dejamos nuestros puestos, aquellos sindicalistas, tiempo después, perdieron las elecciones internas. Yo terminé mi mandato y me fui a vivir a Brasil. Los conflictos lo deben solucionar los que "figuran arriba, los líderes", no los subdirectores como era yo.

Hay veces, en que me siento a escribir con cierta nostalgia. Eso me lleva a reflexionar y caigo en la cuenta que mi vida siempre ha estado llena de obstáculos, de imperfecciones propias y las ajenas de quiénes me acompañaron. 

El motivo de esta nota, es porque en estos días anduve por Córdoba, en busca de otra segunda oportunidad en política, y estaba en eso cuando de repente, un señor parecía reconocerme y me saludaba desde una vereda de la calle Obispo Trejo. Reconozco que no sabía quién era. Pero lo saludé simplemente levantando la mano. Insistió en el saludo y esta vez me llamó por mi nombre, me saludó con un fuerte abrazo, y me dijo que siempre me recordaba, desde aquellos días en que me llevaba el café a la oficina en la municipalidad. 

—¿Por malo o por bueno me recordás, ché?

—Por cómo puteabas. Todo el día insultabas jefe. Eras una máquina de putear.

Nos tomamos un café en la esquina de Pueyrredón entre recuerdos y anécdotas. Le agradecí aquella frase "Usted sabe, usted puede". Me dice que me dijo eso porque recordaba haberme visto solo, muy solo, abandonado por la cúpula y me agradeció haberlo dejado estudiar para ser inspector de Tránsito en mi oficina, y ascender en categoría hasta jubilarse. 

—Estamos viejos -le dije.

—Y gordos, -ríe-, el saco y pantalón que me regalaste ya no me entraban.

Por eso digo que hay veces en que me siento a escribir con nostalgias. Por soledad, por falta de estímulos amorosos, porque me sale, o porque vivo de esto. Y lo que quiero decirles a ustedes, amigos lectores, es que a pesar de todas mis broncas y de tantos insultos irrefutables que he lanzado este año, los canallas de siempre se solidarizaron con sus conciencias y me llamaron para darme otra —y no se cuántas van ya—, segunda oportunidad.

Y en eso debemos aprender a ser agradecidos, por todas esas segundas oportunidades que se nos presentan. Ya sea en el trabajo, en la familia, y ojalá, en el amor también.

Eso si, manga de atorrantes inservibles. Manteniendo siempre los mismos ideales, la misma ética, el mismo estilo y el mayor entusiasmo.





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