DIAGNÓSTICO ARGENTINO

OPINIÓN

Lluvia de pelotudos



por Nicolás Lucca

Cierta vez, no hace mucho tiempo, hice un comentario para el que utilicé un calificativo psiquiátrico como referencia. Para qué… Lluvia de pelotudos que, para remarcar una falta de empatía y solidaridad de mi parte hacia toda la mancomunidad de psiquiátricos en el mundo, hicieron ejercicio de esa misma empatía reclamada para desearme las peores cosas.

Son los tiempos en los que nos toca vivir y no está tan mal si repasamos la historia de la humanidad. Hoy me putean, a otros los quemaron en la hoguera por mucho menos. Y ni hablar de aquellos que fueron fusilados por el pecado de nacer como nacieron, una marca registrada de la humanidad desde que al primer homo sapiens le dijeron que había otro punto de vista.

Pero dormí. Tendría que haber dicho que yo estoy bajo tratamiento psiquiátrico, así intentaba, al menos, que sintieran un cachito de culpa. Infructuosamente, claro.

El asunto es que estas semanas conversé mucho con otros compañeros de la Unión de Colifas Argentinos, adherente a la Internacional de Trastornados y Discapacitados Emocionales. Nuestros asuntos no fueron ni las discusiones sobre quién es el verdadero Napoléon, ni si Calígula estaba loco o tenía un punto de vista divergente. Composición, Tema: Sobrevivir en la Argentina.

La teoría dicta que los ataques de pánico como consecuencia del trastorno de ansiedad generalizado, tiene como disparador la falta de control. Y es un poco chistoso, debo reconocer, porque uno no puede controlar siquiera si mañana se va a despertar con vida. Uno puede planificar ir al kiosco de la esquina por unos caramelos de fruta y volver a casa, pero para que ello termine correctamente deben ocurrir una serie de variables que, si las cuantificamos, el resultado deseado llega al nivel de milagro.

Atravesamos miles de milagros por día. Piense por un segundo todo lo que debe ocurrir para que dos personas que viven en diferentes lugares logren encontrarse en un tercer punto: tener ganas de encontrarse, poner un punto de cumbre, fijar un día y horario en los que ambas partes puedan hacerlo. Y comencemos a sumar. Por ejemplo, que en ninguna parte de esa cadena que ya parece compleja, se cruce la cagada de ninguno de los 8 mil millones de seres humanos que habitan este planeta.

Eso es lo gracioso de la crisis de ansiedad: que queremos tener el control cuando nadie tiene el control sobre nada. Pero algo pasó para que la Argentina haya batido récords regionales de epidemia de ansiedad en los últimos años y no pueda culpar a la pandemia que afectó a todos.

Uno intenta estar bien, licenciado. Se lo juro, lo intento. Pero a todo ese listado de supermercado que le acabo de mencionar, debo sumarle como imponderable que el Hiperministro de Economía, Presidente de Facto y candidato a Emperador Vitalicio y Restaurador de las Comarcas Argentinas recuerde que tiene que pagar la nafta. ¿Me explico? Espero que no entienda lo que quiero decirle, porque si llega a dimensionar lo que vivo, no me va a creer y va a pensar que chiflé del todo.

Me despierto como puedo y antes de salir de la cama me castigo al chusmear los titulares de los principales portales. La onda es comenzar el día bien, pero bien en la lona. El dólar blue sube por la inflación, los precios suben por la inflación, el oficial está atrasado por la inflación. Pero si actualizan el oficial, se trasladará también a precios. Disminuye la recaudación por exceso impositivo, bajan los impuestos, cae aún más la recaudación porque los boludos que más impuestos pagamos somos los que estamos en el sistema.

Salgo a la calle y debo contener mi humor mil veces por cuadra porque todos, absolutamente todos están agotados emocionalmente. Una discusión por una silla de café puede terminar con tres patrulleros. Llego al trabajo luego de parar en cada una de las farmacias que tengo en el camino sin conseguir mis pastillas. Veo las caras de mis compañeros y trato de averiguar si alguien falleció. Todos estamos más sensibles, irritados, extenuados. Y recuerdo que lo que más me molestaba del uso de máscaras durante la pandemia era la prohibición de la sonrisa visible. No hay más mascarillas, pero parece que las sonrisas se fueron con ellas.

Intento esquivar una, dos, trescientas conversaciones que, indefectiblemente, tienen solo dos posibilidades: la respuesta hipócrita y condescendiente, o la honesta que da pie a la discusión. La eterna disyuntiva del ser humano: ser feliz o tener razón. Pero todo se discute, todo, absolutamente todo.

Y no es que yo sea la dicha en movimiento, que usted lo sabe, licenciado. Pero para media tarde comienzo a preguntarme si aumentaron los diagnósticos psiquiátricos o todo es tan de locos que es probable que ese mismo aumento se haya quedado cortísimo.

Llega la noche, sigo sin conseguir las pastillas para sobrevivir a la realidad. Camino seis kilómetros a la redonda, de un punto al otro, de farmacia en farmacia, me gusta la noche, me gusta el bochinche, se hace de madrugada y nadie tiene más que una oferta de 2×1 en gomitas. Ácidas. La lógica de todos los meses de los últimos años. Que no consigo, que yo no tengo, que me queda una caja, que no tengo en esa dosis pero podemos hacer un combo entre esta de tantos miligramos, y este otro laboratorio de otros miligramos. Pará, esperá que me fijo en el sistema, a veeeer doooonde tieeeenen. ¡Acá! Acá tienen. Mirá, si te vas a la sucursal de Lomas del Ojete, tercer ombú a la derecha, le pegás dos leguas en dirección hacia la luz mala y aprovechás que Plutón acaba de entrar en conjunción con Venus, conseguís las dos cajitas que nos quedan. Metele gamba.

Como Lomas del Ojete me queda un poco lejos, no tengo nafta para el auto y no hay donde cargar SUBE a las dos de la mañana, comienzo una caminata en la que debo esquivar a vendedores que exigen que les compre un plato de comida que no puedo pagarme y que me aceptan mercado pago, que les pase el celular para anotarme el CVU, y otros que están en las esquinas aullando a la Luna y me recuerdan que tenemos un sistema de salud mental de mierda producto de una dirigencia política que demuestra empíricamente la diferencia entre un psicótico y un psicópata: el primero requiere una pastilla para ser normal, el otro es un hijo de puta al que no le colocaron el chip de la empatía cuando fue ensamblado en la Argentina. Y no hay nada que se pueda hacer para corregirlo.

Es terapéutico, no se vaya a equivocar. Está bueno saber que podría estar tirado en la calle sin que nadie se tome otra molestia más que levantar el pie para no pisarme, pero que cuento con posibilidades. Y no gracias al Estado, sino a pesar del mismo. También está bueno para despejar la cabeza un ratito, ¿vio? Porque eso de tener una farmacia en el edificio de al lado, otra en frente, una más en la esquina, otra en el sentido opuesto y cinco más a tan solo 300 metros de mi casa, presta para la vagancia. Y uno tiene que tener una mente sana en un cuerpo sano, como dice Sergio Massa, ese que redactó el Preámbulo de la Constitución Nacional.

Sin embargo, licenciado, debo confesarle que no me funciona el tratamiento intempestivo de la realidad. Verá, usted sabe lo mal que me hacen los cambios de planes sobre la marcha. Sí, ya sabe, eso de tener todo armado y que, a último minuto, se cancele. Termino recluido, inmerso en mis pensamientos más negativos, y demoro mucho tiempo en encontrar alguna luz al final del túnel que no sea la de una locomotora que viene de frente.

Y acá me cambian los planes todo el fucking tiempo. ¿Vio que casi no llego a la sesión de hoy? Salí con una horas de anticipo, como siempre, por las dudas que me agarre algún contratiempo en estos 3,7 kilómetros que nos separan. Pero qué me iba a imaginar que el combustible vendido a cuentagotas iba a generar tanto caos en el tránsito. Yo pensé que exageraba con la anticipación horaria, si desde que Massa es candidato ni siquiera hay piquetes del cagazo que tienen a perder frente al representante de nuestro gremio. Porque vio que hay reclamos que no pueden esperar, salvo cuando el culo se llena de preguntas.

Acá me tiene, doc. La verdad que no sé qué decirle. Mi cabeza está seteada como la de los comics, donde hay buenos y malos, algunos grises, pero fáciles de saber para qué lado tiran cuando las papas queman. Como Gatúbela, ¿vio? Y ahora resulta que tengo miedo, mucho miedo porque todos me dicen que el malo es el otro y juran venganza porque el país, la república, las Comarcas Argentinas están en riesgo. ¿Cómo puede ser que estemos en riesgo? Si este país todavía tiene una bandera que flamea, es porque estamos olvidados hasta por el Diablo.

Cuando era chico le tenía miedo al colegio. Hoy le dicen bullying, pero en aquel entonces le decíamos “te tomaron de punto” y listo. Todo dependía de que una maestra sin ganas de irse a fumar a la sala de docentes en el recreo, prestara atención al pobre pelotudo al que fajaban entre diez. Si uno tenía suerte, aparecía un ángel de la guarda con delantal en vez alas. Y pelo largo, fleco noventoso, zapatillas de lona y nombre de princesa a cargo de, supongamos, Tercer Grado B, turno mañana.

Pero después uno crece y comienza a tener que depender de las instituciones. Y resulta que, en este país, las instituciones dependen más de los hombres que al revés. ¿A dónde creen que van, de la mano, los bullies del colegio y los que sufrieron bullying y no pudieron resolverlo? Ahí están, ahí los tiene. Si no pueden ser queridos, que sean temidos, pero bajo la apariencia de que nos quieren mucho.

Lo maravilloso del político argentino es que, cuando gasta, no lo hace de su bolsillo. Pero se le agradece como si hubiera tenido que vender a su madre para darnos lo que, por derecho, nos corresponde. Y en realidad no tiene una madre para ofertar. Porque ya la vendió.

También poseen algo que es genial, genialísimo, pero de toda genialidad: pueden meter miedo por omisión. ¿No se dio cuenta? Antes, para meter miedo, un político contaba con una milicia propia, un grupo parapolicial o algo por el estilo. Hoy le alcanza con decir que, si no gana, no tendremos lo que él ya nos quitó. Se ve que no hizo mierda la economía por ese experimento de poner a un abogado tardío al frente de la papa más caliente del brasero patrio, sino que tan solo nos secuestró todo. Nos escondió la consola, la pelota y al pichicho hasta que lo votemos y ahí nos devuelve todo.

No sé si soy yo que nunca fui bueno para entender el sarcasmo, pero el tipo pareciera que habla en serio cuando opina de los problemas de ese país que pareciera no habitar ni administrar.

¿Y usted quiere que mire la vida con otra óptica? Si tiene algún oculista para recomendar, chifle, que con las pastillas veo todo igual. Usted también… ¿Cómo pretende que 150 miligramos de antidepresivos mayores, 200 de ácido gamma-aminobutírico y un par de kilos de ansiolíticos me ayuden a ver las cosas de otra forma? ¿Usted lee las noticias? ¿No cuenta los likes en Xwitter? ¿No vio lo solemnes que se ponen los periodistas para sus editoriales paranoiqueros?

Lo único que me alegró la semana es saber que los rosqueros que le puso Massa a Milei para jugar al TEG con nosotros como fichas, tuvieron que desaparecer tras el acuerdo del Mesías con Ojitos de Cielo. Ahí están, tuiteando huevadas tras una semana en la que ni el jefe anterior les atiende el teléfono y relevados de cualquier negociación. Sí, obvio que ya se garantizaron sus kioscos, pero a ellos les gusta chapear casi tanto como la guita. Y no sé si más, porque les duele no poder ostentarla.

Por lo demás, acá me tiene. Hago magia para no deprimirme aún más. La distimia se me caga de risa mientras me hace montoncito con los dedos y me pregunta si de verdad quiero tener ganas de hacer algo en el lugar donde no se puede hacer nada. El pánico se toma un whisky –nacional, no quiera saber cuánto cuesta un Johnnie– con mi ansiedad mientras charlan sobre mí y hacen apuestas de cuánto clona deberé tomar esta tarde para digerir mis pensamientos a futuro. Y por futuro me refiero a este lunes, jefe. Si se me ocurre pensar a seis meses, descorchan un champán. Con el corcho en dirección a mi ojo. Guarda, quizá sea la mejor forma de mirar las cosas de manera distinta, ¿no?

Qué se yo. La verdad es que siempre digo que no tolero un maltrato más. Pero pareciera que lo digo mientras estoy con la camiseta de boca en medio de Los Borrachos del Tablón. Y ya no sé si me bajoneo por cuestiones psiquiátricas o por otras cosas. ¿No le causa gracia que para combatir la depresión y la ansiedad deba gastar un salario solo en pastillas, lo cual me lleva a bajonearme aún más?

Somos la cinta de Möbius de la psiquiatría universal. El país es una constante de falta de previsión, en la que todos somos potenciales enemigos del que tenemos al lado, donde llegar de la calle sin haber recibido un maltrato es tema de conversación en la mesa, pero no zafamos del maltrato de las noticias de nuestros queridos funcionarios. Acá, donde cuesta discernir si los monstruos son fantasmas de nuestras neurosis o los vemos de verdad, de saco, con sonrisas perladas, en un inmenso psiquiátrico a cielo abierto donde nos clasificamos entre los que estamos medicados, los que algún día lo estarán, y los que deberían estarlo hace tiempo.

Porque, al final, cuando usted me recibió por primera vez y quiso saber por qué venía a terapia, debería haberle respondido de forma simple: por todos los que no vienen.

En fin… ¿Cuál era su pregunta? Ah, sí, cómo estoy. Bueno, no sabe la noticia que tuve que digerir este martes…

P.D: Ojo con Massa

(Relato del PRESENTE)


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