OPINIÓN
Hubo una época en la que todos entrábamos a Twitter a divertirnos con otros y a costillas de otros
A medida que el tiempo pasó, y más allá de la oleada de corrección política y deconstrucciones varias que surgieron, todavía es un lugar en el que vuelan sillas y la gente se burla de todo y de todos. El tema es que, desde no hace mucho, quienes se ríen, insultan y hacen bardo, son funcionarios políticos o pretendientes a serlo.
Todo se torció. Antes teníamos boludos que truchaban info sobre fotos que solo podían comerse los conspiranoicos miopes, hoy ascendieron a principales asesores. Un viejo le da la comunión a Videla y dijeron que se trataba de Bergoglio, un photoshop con Macri al lado de algún milico dictatorial, información trucha sobre delincuentes que, en vez de ayudar a juntar información sobre sus casos delictivos, hacían que restara. Si son delincuentes, ¿para qué inventar hechos?
Considero que hay una etapa para todo y que a veces hay que elegir. Si querés dedicarte al atletismo de alto rendimiento, sabés que hay cosas que no podrás volver a hacer. Al menos hasta que te retires. Sin embargo, en política hubo límites que se corrieron tanto y fueron tan aceptados, que no nos quedó margen para frenar.
Un funcionario público no puede enriquecerse al aprovechar su función pública. Pero como la inmensa mayoría lo hace, la frontera se corrió. Y como el kirchnerismo ha llevado la corrupción al paroxismo, cualquier cosa menor nos parece un negoción o ni lo notamos.
Lo mismo ocurre con la comunicación. Durante el kirchnerismo tuvimos a 678 y al coro gregoriano de medios financiados con la nuestra, todos abocados al escrache perpetuo de todo aquel que opinara distinto. Y también tuvimos a un enorme grupo de blogueros y tuiteros altamente activos que pasaban todas las horas de sus días dedicados a boxear virtualmente a los que no creían en las virtudes del modelo de redistribución de la riqueza con base en matriz diversificada.
Ahora vemos la cultura del meme de la mano de tuiteros, como siempre, pero con una gran diferencia: muchos ocupan lugares en listas o son, directamente, legisladores en funciones. Tuiteros de la vieja guardia, contestan con memes, boludean, se prenden en todas, ventilan cuestiones privadas ajenas, editan videos para descontextualizar, editan imágenes para que digan lo que no se dijo, y lo hacen circular lo máximo posible.
Cuando sos un humilde tuitero, dale para adelante, campeón. Si ya son otra cosa, ¿tan seguros están de que no se les va a volver en contra? Disponen de un montón de información personal de otro montón de personas gracias a los que tenían espacio en otros partidos y se fueron a las fuerzas del cielo con tal de no perderse el calorcito que brinda la Factura C. ¿Qué les hace pensar que no les pasará lo mismo algún día?
Para quien lea y no entienda, me refiero a todos los asesores o funcionarios de Macri y/o Larreta que quedaron huérfanos tras la declinación de Ojitos de Cielo de competir por una presidencia que solo en sus cabezas veían posible y hoy emigraron hacia las filas del libertario. Allí coexisten con los que vieron a Milei en los sketchs bizarros del Canal de la Ciudad y lo reconvirtieron en una figura política. La convivencia con los massistas es tan aceitada que pareciera que estamos en 2013 y Sergio aún promete encanar a los ñoquis de La Cámpora.
Si fuera una cuestión ideológica –se opusieron al aborto y emigraron, los peronistas en Juntos por el Cambio les da comezón o lo que fuera– es más que aceptable: es loable y respetable. Pero cambiaron de ramal hace dos días, cuando las reglas del juego democrático los hizo quedar en banda. Apostaron por un espacio, ese espacio ni quiso participar, quedaron afuera, cambiaron de vereda. Si al menos mantuvieran un respetuoso silencio, todos se harían los otarios. Pero no: atacan y señalan a los que permanecen en el lugar en el que ellos estuvieron hasta hace quince días.
También es sorprendente lo que prefieren, eligen y seleccionan para callar. ¿En serio no conocen los nombres de las listas que apoyan? ¿No les llama la atención? Algunos cambios fueron tan precoces que ni siquiera google pudo desindexar las declaraciones en tuits que ya fueron borrados, pero que aún figuran en el buscador.
Obviamente, toda generalización es injusta. Hay queridísimas personas que públicamente bancan a las fuerzas atmosféricas y se mantienen los códigos intactos hasta para las jodas y bardeadas. Pero muchos, esos que aprendieron a usar Twitter cuando los primeros ya estábamos con varias canas, pareciera que tienen un manual.
Hace más de un año –junio, 2022– desde esta misma página conté que Javier Milei y su hermana partían en vuelos privados desde San Fernando a cualquier destino del país en el que fuera necesaria su presencia. Al menos desde enero hasta entonces. Y que Karina, sin ocupar ningún cargo ni percibir ningún salario, comenzó a moverse en auto con chofer.
Lo curioso es que no hacía falta pedir ningún informe especial para cotejar ingresos vs. gastos: el propio legislador sortea cada mes su sueldo. Es muy, pero muy probable que cada uno de esos vuelos fueran pagados por algún particular. ¿Está mal? ¡Para nada! Hoy, el candidato se mueve en avión de línea en una cercanía con la gente que finaliza en cuanto se sube a su vehículo custodiado.
Son detalles al pedo que me tienen absolutamente sin cuidado. A mí. Pero no soy yo el que puso un afiche en colectivos con la cara de Milei y Marra y una frase que dice “en este colectivo no viajan políticos”, cuando el último vehículo de transporte público que se tomaron fue en alguna vida pasada. Ni tampoco soy yo el que utiliza una foto en un avión de línea para demostrar austeridad.
La torsión extrema es cuando vemos la oleada de barbaridades que se disparan sin piedad. Es cuanto menos curioso que le llamen incorrección política a la psicopateada y la mentira patológica, sea en redes sociales, o ante periodistas incapaces de repreguntar. No registran lo que les dijeron hace cinco segundos, imaginen tener que buscar mentalmente algún archivo contradictorio del entrevistado.
También es curiosa la selección del adversario y el criterio de campaña. En la Ciudad de Buenos Aires, el candidato de las fuerzas del cielo le pega al candidato del Frente de Todos con la intención confesa de “pelearle el segundo puesto”. Estrategia digna de quien se ve tercero y aspira a limar a quien le sigue hacia arriba. A nivel nacional, el que se ve primero no busca restarle votos al que va segundo, sino a la que “va tercera y cómoda”.
Si fuera candidato a ministro de Economía, esta discusión pasaría por otro lado. Pero es candidato a presidente. Diría que repite todo lo que le dicen, pero no es ningún boludo: sabe lo que dice, de quién lo dice y no le importan las consecuencias. Básicamente, porque a sus más activos amplificadores de mensajes tampoco le importan.
Ya hay con qué pegarle a Bullrich cada vez que tira una idea nueva sin sustento legal –como la propuesta de grabar las conversaciones de los detenidos con sus abogados– como para que necesiten de la invención. ¿Estuvo presa en Devoto? Sí, menos de seis meses, por pintar con aerosol la puerta de la Facultad de Filosofía en 1975. ¿Para qué exagerar? Por otro lado, con la composición de esas listas, ¿conviene jugar al pasado político?
Tienen un candidato a diputado de la provincia de Buenos Aires que salió del PJ, entró a Diputados por Cambiemos en 2017 y se pasó al Frente de Todos en 2019. Lo echaron a la mierda de su sindicato cuando dijo “son como los judíos, por ahí no tienen patria y no saben dónde están”. Sólo en la ciudad de Buenos Aires tienen dos candidatos que vienen del massismo reconvertido en lavagnismo, recontrareconvertido en libertarialinismo. Y nadie cambia de ideas tan rápido.
Pero es el problema cuando alguien con mucho potencial de llegar a un cargo descomunal tiene sus espaldas vacías: es un colectivo a punto de salir de la terminal y la gente se agolpa para asegurarse un asiento. Le ocurrió a Vidal en la provincia de Buenos Aires en 2015 y aparecieron, rápidos y serviciales, un montón de massistas dispuestos a poner el hombro a cambio del honor y un sueldazo con caja chica.
En el caso del León está a la vista de todos desde hace tiempo. Pero en un país que tiene que ver a Insaurralde a bordo de un yate en el Mediterráneo para recordar que hay corrupción, el país que ya olvidó los bolsos en un convento de madrugada, las pilas de dólares pesadas en Puerto Madero, los hoteles, las rutas que no van a ningún lado y todo el etcétera que podamos racontear, en ese país es normal que no recordemos quién tenía la fotito en las boletas electorales de 2019.
Este no es un texto que intente bajar a un economista que siquiera tuvo una consultora propia. De hecho, creo que es normal que gane y tiene altas probabilidades de conseguirlo. Estas líneas, al igual que los textos anteriores, son tan solo un cuadro de situación para saber qué nos espera con la nueva política rosquera de quienes ven en el León un ticket numerado para conseguir, finalmente, lo que no pudieron nunca en sus espacios de origen: ser reconocidos.
Quizá sea lo único que los une con el candidato a presidente que comanda las fuerzas del cielorraso: la necesidad urgente de reconocimiento.
Párrafo aparte merece la cuestión de los medios. Milei se enoja con todos la prensa menos con los que cree potables. O sea: con aquellos que lo tratan bien. Y los medios, convengamos, no ayudan mucho. A Macri le preguntan tres veces consecutivas sobre Milei. Al borde de la implosión testicular, el expresidente dice que su candidata es Patricia Bullrich y que, si llegara a darse otro escenario, confía en que apoyarán las medidas que crean necesarias. Titulares: Macri coquetea con Milei. Xwitter no ayuda mucho y, como algunos políticos recién llegan, se comen la curva y mandan a Macri a afiliarse a las fuerzas galácticas.
Diría que llama la atención eso de aplicarle el test de la blancura a un espacio por sus contradicciones –incluso cuando no se dé el caso– y al mismo tiempo dejar pasar las preguntas que todos se hacen menos los periodistas. Qué se yo. Quizá se dé otra vez lo que ya dije hace un año y medio sobre por qué es conveniente al periodista político contar con un gobierno que le dé letra para continuar en su estrellato. En un país normalizado, el periodista político no es reconocido en un bar.
Fue un consumo irónico por demasiado tiempo. Me resultaba simpático cuando tenía un sketch en un canal financiado por impuestos. Ese lugar en el que comenzó a hablar de sexo tántrico, la vinculación entre el dolor testicular y la necesidad de eyacular. Ahí, donde destrozó una maqueta del Banco Central por primera vez.
Consumo irónico que derivó en esto porque fue, primero, identificado por quienes gustan de bizarros. Y cuando se hizo popular, fue utilizado por los más ambiciosos operadores de la nueva generación; esos que tienen una pata de confianza en cada partido político y siempre ocupan un cargo marginal para no llamar la atención. Esos que, como buenos miembros de la generación que salió a la vida pública durante el kirchnerismo, cree que la única forma de hacer política es con dinero.
Hoy tenemos esto, un liberartario que considera que “si se meten con tu vida privada y resulta que es cierto, bien”. Liberalismo de la escuela Torquemada en la que todos estamos a tiro de un ataque en tiempos en los que no importan las pruebas ni los hechos, sino cuántos creen que son ciertos o no.
Un espacio con tantas contradicciones como las de cualquier otro, solo que se visten de unidad tras un líder que, con tal de contener, puede estirar sus conceptos de pureza hasta los extremos. Así es que puede elegir a quién pegarle sin que nadie se sonroje. La candidata a vice puede decir que la propuesta de grabar las conversaciones de los presos con sus abogados es inconstitucional, sin que nadie le marque que claro que es inconstitucional, pero no más que las propuestas de las fuerzas del techo.
Y mientras discutimos si habrá margen de gobernabilidad en base a los números presidenciales, por delante nos pasa una caravana de elefantes. Si el 22 de octubre tan solo se repitieran los números de las PASO, las fuerzas de la estratósfera tendrían 41 bancas de diputados, mientras que Unión por Marbella bajaría de 122 a 96 legisladores. Al ver cómo están conformadas las boletas, no creo que bajen demasiado en voluntades.
Pero son puntos de vista. A mí me enseñaron que es normal cambiar de ideas y de visión de la vida. Lo que no está bien es conservar las ideas y disfrazarlas para conservar el statu-quo personal.
Pero como no soy político, no juzgo.
P.D. Como ya dije en catorce textos distintos a lo largo de los últimos cuatro años: Ojo con Massa.
(Relato del PRESENTE)
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