MAL DE AMORES

SOCIEDAD

Viajar, escapar, ¿es el camino?

Por Walter R. Quinteros

Eran los últimos días de septiembre cuando Leandro Fortunato salió de Buenos Aires, lleva a cuestas un mal de amores, unos pocos pesos y su guitarra. Ahora camina por tierra brasileña.

“Hace 20 días salí de Buenos Aires sin un rumbo… Hoy en Santa Fe decidí que tenía que estar en la final”, escribía en su cuenta de Instagram el pasado 12 de octubre. Había decidido, con lo poco que tenía, ir a ver la final del equipo de sus amores por la Copa Libertadores, en Río de Janeiro.

“Con pocos pesos y ganas de escapar de una realidad que no puedo volver atrás... Sólo espero llegar a ver por última vez al único amor que nunca me va a abandonar”. “Acá estamos viajando. Para sanar el corazón, la cabeza, el cuerpo y el alma”. Decía.

Por el mal de amores 

Esto me recuerda a Gabriel Urbino, que bajó con su bicicleta de un camión brasileño en Osorio, RS, Brasil, y que lo había levantado "fazendo carona" en cercanías de Laguna SC, Brasil. Me decía que era colombiano, que ingresó a Venezuela y luego a Brasil con sus papeles en regla, que quería llegar a Rosario, quería conocer Mendoza, y quería cruzar a Chile pedaleando. De Chile subir los caminos hasta volver a Colombia, que confía en la voluntad de los camioneros, cuando se sienta muy cansado.

Para ese tiempo, me decía, "la calentura de su mujer para con otro hombre, debía ya de morirse y tal vez, se alegre al verme regresar". Durmió en la galería del bar, el garçom de las mesas lo cubrió con una manta olvidada por otro viajero.

En otra oportunidad encontré a Enrique, era de Rosario, Santa Fe, no me dijo su apellido, pero señalaba al río Uruguay desde Uruguayana recuerdo que me dijo, "vos sabés bien cordobés, las leyes de mierda que tenemos cruzando este río. No es que aquí las cosas sean mejores, pero aquí nadie se ríe de tus penas de amores porque nadie te conoce, es el destino que llevamos nosotros, los que sufrimos el mal de amores". 

Me pidió que le pague la cerveza y por el sambódromo, caminó hacia la rodovía que lo lleve a Porto Alegre. Quería escapar del fantasma instalado en su cabeza.

Juan Celestino Ramírez, no se olvidaba para nada de su Pedro Juan Caballero natal, hoy, ciudad narco paraguaya, sonreía, hablaba un poco en guaraní, un poco en español. 

"No, no me importa la mujer argentina, quiero conocer en Córdoba una mujer boliviana, ésas son fieles, ésas son más mujeres", me decía en el edificio en construcción de la avenida Colón, en Alberdi. Le pregunté por las peruanas, argentinas y uruguayas que también viven ahí.

"Ñemboñes, kuña rekovaí, o algo parecido me dice y en español aclara que son trolas, ustedes les dicen trolas", se van con cualquiera, trabajás y trabajás para nada chamigo.

Hace poco, en el Día de la Lealtad peronista un senador sufrió el mal de amores, su amigo y compañero peronista, estaba haciendo el amor con la esposa peronista de quien horas más tarde, optara por elegir el camino del suicidio.

Las estadísticas son crueles.

En esta semana, un policía de la ciudad de Córdoba me dice, "llevamos el control diario de la gente sola que viene a pernoctar a la Terminal de ómnibus, hay un promedio que varía entre 70 y 80 personas, 10 son mujeres, lamentablemente algunos de ellos con problemas psíquicos, pero controlados, no hacen daño, no lastiman, no molestan, hay de todo pero la mayoría con problemas ante el fuero de Familia, son hombres que no tienen dónde dormir, desarmados por problemas de mal de amores y ¿sabe una cosa? Cada vez son más. Claro, si, como usted dice, no solo influye la falta de trabajo, nadie de su familia los contiene, tampoco admiten ayuda".

Ahora voy a publicar algunas respuestas de estas personas que prefirieron no darme sus nombres, aquí hay hombres y mujeres que solo se limitaron a responder mis preguntas, entre los bancos de la terminal de ómnibus.

Mujer tatuada, pañuelo en la cabeza, fumando.
—"Hay veces en que todo sucede así, te pasan cosas que te bajonean y los planetas no se alinean, es como que pierdes la Fe. Buscamos refugio entre los que perdimos la Fe".

Hombre joven, tose, come pan y toma agua. Escribe canciones, tiene una guitarra.
—"Usted sabe que hay días malos, noches malas, cada acontecimiento diario que nos suceden desencadena una serie de recuerdos, los recuerdos no son felices".

Hombre con aliento alcohólico. Bien vestido.
—"Cuando estás abatido, nada parece contenerte viejo, tomás un camino, los caminos tienen bifurcaciones, ¿entendés? Depende que sepas elegir, porque siempre te llevan a zonas oscuras y perversas, estar aquí es buscar la salida".

Mujer, toma mate sola, mira con calma, aplomada. Sonríe. "Llamame Marcela", me dice.
—"A mí me soltaron la mano, todos, todos. Tanto mis familiares como amigos y compañeros de trabajo, todos. Parecían de repente psicólogos, filósofos".

—¿Se volvieron como una especie de fundamentalistas de los consejos?

—"Já já. Si, a una le dicen que tenés que hacer esto, o no hubieses hecho esto otro, ¿viste que yo te dije? ¿Viste que te avisamos? ¿Sos boluda? ¿Siempre haciendo cagadas vos? Y que patatín y que patatán. Hablan por hablar, pero no escuchan.

—Cuénteme, ¿que necesitaba de ellos realmente?

—Un beso, un abrazo, palabras de aliento, decir que estaban conmigo, brindarme estímulos.

—Tal vez no haya un Manual con directivas expresas para eso. ¿Tiene miedo?

—Miedo... Creo que el miedo siempre acecha, Walter. Y hay una clara lucha interna entre la razón y el corazón. Miedo, dudas, ¿aciertos?, ¿certezas? Hay decisiones, mi decisión es la de viajar, viajar, irme, escapar, me gustaría solo hablar de viajar, de conocer caminos y anota esto: Los viajes otorgan distancias, esperanzas, salvación, quizás olvidos.

A las 05:30 las ventanillas que venden pasajes encienden las luces.

Mal de amores.



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