ESCUELA DE PEDANTES

OPINIÓN

Desde que tengo memoria se habla de crisis en los sistemas educativos argentinos

Por Nicolás Lucca

Aquí están, estos son los resultados obvios. Desde que tengo memoria se habla de crisis en los sistemas educativos argentinos. Desde hace por lo menos unos diez años se menciona la decadencia total. Y desde hace por lo menos un lustro tenemos plena conciencia del estado catastrófico. Lo dicen las pruebas de estándares internacionales que mencionan la carencia total de comprensión de textos, lo dice Carlos Tevez cuando cuenta que terminó la escuela sin poder asimilar lo que leía, o que jugadores de su plantel no saben sacar cuentas simples.

Más temprano que tarde esa degradación terminaría por impactar en lo más alto: la dirigencia política. Nos reímos del nivel de palabra de cámaras legislativas tan burras que sólo así se explica que a Cristina Fernández le hayan colocado la medalla de gran oradora. Nos matamos de risa de que Kicillof no pueda hilar una oración sin cometer treinta y dos pifies. Hasta que vemos lo que nos costó el paso por el ministerio de Economía de un tipo que no puede escribir su propio nombre sin errores de ortografía.

Todo es risas hasta que cae el telón, se prenden las luces y ahí estamos, desnudos y sentados en el piso, cuando habíamos entrado vestidos a una sala de cine con bonitas butacas.

Puede que llegue a su fin la lenta agonía de lo que podemos pretender de un dirigente político. Ahora, lo que antes era absolutamente marginal, es una factibilidad de poder.

En la época en que los blogs eran la única forma de interactuar con otros internautas por fuera de foros, muchos convivimos con lo más variopinto de la sociedad: los megainformados, lo conspiranoicos, los graciosos con altura, los burros, los sabios. De todas las clases de comentaristas, había uno que sacaba lo peor de mí: el pedante. La RAE tendrá su definición académica del vocablo “pedante”, pero a mí siempre me gustó la definición del barrio, esa que dice que el pedante es un pelotudo ilustrado. Un tipo que quiso suplir su carencia total de inteligencia con la lectura de cosas que no comprende pero que utiliza como armas de destrucción masiva. Y lo único que destruye de forma masiva son las pelotas de los pobres sujetos que tienen la desgracia de leerlos.

Nada peor que el pedante en una discusión, sea real o por medios virtuales. Porque uno puede pasar por alto hasta al imbécil que entra a insultar. Él sabe lo que hace: entró a agredir y es consciente de su actitud hostil. Ahora, el pedante desconoce su condición de pedante. Posee la difícilmente valorable cualidad de no saber que no tiene idea de nada y hace ostentación de todo lo que aprendió sin tener la más pálida noción de que sus conocimientos no sirven de nada si tiene la sinapsis de un australopithecus. Eso, de un modo más que obvio, lo lleva a colapsar cada vez que algún interlocutor no queda encandilado ante tanta sabiduría al pedo.

En este mismo blog, previo a la era de las redes sociales, solían darse comentarios de a cientos por cada nota. Entre los asiduos comentaristas se encontraba uno que tenía la manía compulsiva de demostrar que había leído sobre las falacias. Cualquier cosa que se dijera, era respondido por este sujeto con “eso es falacia ad-hominem”, “del hombre de paja”, “del pito chico” o de lo que viniera. No solo era insoportable, sino que nunca dimensionó que calificar la respuesta ajena en base a un listado del supermercado que tenía pegado al lado de la computadora, tampoco era una argumentación.

Como a todo pedante, con el tiempo lo olvidé. Con el tiempo noté en carne propia que interactuar con pedantes en vivo y en directo es contraproducente para la salud mental y la estabilidad laboral. Pero incluso en esos casos eran cuestiones marginales que ocurrían de vez en cuando. El resto de los pedantes podían pasear su bella pedantería en aquellos lugares donde ser pedante no deriva en ningún contratiempo: videos de YouTube, comentarios por todos lados, spam en redes sociales y, en caso de ser un pedante adinerado, algún libro autogestivo.

En algún punto, la carencia total de un sistema educativo acorde a las exigencias de una república democrática con división de poderes y administración federal del territorio, iba a pasarnos la factura del milenio. O sea: empleados medio pelo que hace una década no hubieran pasado de comentaristas pedantes de un blog, en otros tiempos podían aspirar a llegar al Anabela Ascar Freak Show. Hoy tienen sus nombres inscriptos en boletas electorales.

Siempre hemos visto una colección de impresentables en los cuartos oscuros. Pero el pedante acarrea un serio problema para la ciudadanía cuando tiene una cuota de poder: ahora tiene la certeza de que el mundo ha vivido equivocado y quedó demostrado que, efectivamente, son superiores a los demás.


Cuando era adolescente me sorprendía que el país en el que vivía, ese de los años noventa, fuera el mismo que cuando yo nací vivía una dictadura en guerra internacional. Quizá fuera ese el motivo que me llevó a creer que cualquier cosa que pasara no destruiría la realidad de un lugar llamado Argentina.

Pero en esa misma adolescencia noté que países enteros desaparecían. Durante el mundial de Francia ‘98 vi que jugaba una selección llamada Croacia y otra llamada RF Yugoslavia, pero que en realidad era la selección de Serbia y Montenegro. El mapa de Europa que había estudiado ya no me servía.

Lo que hoy vemos como la normalidad de cinco países, hace 30 años eran uno solo. Y antes eran muchos más, y así. Y en mis pensamientos introspectivos, mientras devoraba los tomos de la enciclopedia de Historia Universal de editorial Barcelona, me preguntaba cuánto duraría aquello que me gustaba y disgustaba, pero que prefería a cualquier cosa. O sea: cuánto duraría mi cultura occidental humanista, liberal, capitalista, democrática y globalizada.

Luego las crisis me llevaron la cabeza a otros lados. En tiempos de urgencias no hay tiempo para pensar en otra cosa que en sobrevivir. Supongo que eso hizo que los países desaparecieran pero no sus habitantes. Hace unos años llenó mi mente la misma preocupación de mi adolescencia, pero ya no en relación a toda la cultura occidental, sino tan solo a mi país. ¿Cuánto durará un Estado como este con tantos tiros en los pies en tan poca cantidad de años? Porque son dos siglos de existencia en 200 mil años de historia humana. Llevamos con bandera propia sólo el 0,001% de historia global.

Me crié en una familia italiana sin pensar demasiado en cruzar ese dato con la historia de Italia. Y es que mi abuelo nació en un país que ya no existía: el Reino de Italia. A su propio abuelo le pasó lo mismo cuando llegó al mundo en el reino de las Dos Sicilias. Sus ancestros lo habían hecho en el Regno ‘e Nàpule. Y todo sin que ninguno de ellos hubiera emigrado. De hecho, nadie se movió del mismo pueblo.

Ese reino existió por siete siglos. La Serenissima Repubblica del Venetto duró un milenio. La Italia que conocemos no tiene más de 70 años. La misma historia se repite, con matices, en todo el mundo. ¿Cómo podemos dar por sentado que nada puede tener un final abrupto?

Hace unos años, mientras entrevistaba a Arturo Pérez-Reverte, todo volvió a mi mente como un sopapo. “La cultura occidental está condenada a muerte”, me dijo don Arturo, y prosiguió: “Aristóteles, Homero, Dante, Virgilio, Shakespeare, Borges, Cervantes, Rembrandt, Bioy, todo eso se va al carajo. Porque ha pasado su época, porque ahora viene otra época distinta. Tardará a lo mejor un siglo, dos siglos o tres, pero eso pasará y vendrá otra cosa, otra cultura diferente, mezclada, mestiza, no lo sé, no me importa, no voy a estar aquí para verlo. Pero es evidente que hay un sistema de valores, que son la Ilustración, la Revolución Francesa, las ideas, los derechos del hombre, que están en cuestión”.

En tiempos en los que Hammas nos recuerda que el mundo es una mierda en la que siempre estamos amenazados, Israel nos recuerda que nuestros valores occidentales se defienden a sangre. Y todo para que desde nuestra comodidad de estar lejos y seguros algunos puedan hacer que sufren en redes sociales. Un ratito, no más, para quedar como antisemitas cool.

Ahí están y nos recuerdan lo fácil que nos resulta todo cuando la sangre la ponen otros.

Alguna vez he mencionado mi fascinación por la novela The Man in the High Castle de Phillip K. Dick. Allí, en la carrera por la bomba nuclear, los nazis llegan primero. La arrojan en la capital de Estados Unidos, en la del Reino Unido y en la de Rusia. Ganaron la guerra. Pero va más allá de la ciencia ficción ucrónica: es un ensayo antropológico. Me puso la piel de gallina notar que no había ninguna exageración en lo fácil que se adapta la gente a un nuevo régimen mientras no la jodan.

Y lo barato que nos resulta esta libertad producto de tres políticos y millones de soldados y océanos de sangre derramada. Y todo para que no nos demos cuenta de que podemos quejarnos de las falencias de este sistema gracias a que vivimos en este sistema. La queja es el ejemplo de la victoria del sistema.

¿Por qué meto a los hijos de puta de Hammas en todo esto? Por el chiquitaje pedorro que vivimos en este país que no sabe que aún no se dio cuenta de que es un país, que tiene instituciones, que tiene un manual de instrucciones. Este país que no sale del agujero de gusano que nos deposita una y otra vez en lugares random de nuestra historia, me obliga a repensar por qué me da miedo. Sí, miedo, pánico atroz.

Y ahí aparece de nuevo don Pérez-Reverte, que con una sonrisa en una terraza en la que estamos solos con el Flaco Lerke, me mira a los ojos y recita: “Nuestros abuelos, la generación que precedió a la mía y todavía parte de la mía, tenía también la certeza de que el mundo es un lugar peligroso, hostil y donde las cosas son caducas, donde se muere con facilidad, donde el ser humano es un hijo de puta depredador. Pero eso lo hemos olvidado, porque somos tan estúpidos… Educamos a nuestros hijos diciendo ‘el Titanic es insumergible’. El Titanic tiene siempre un iceberg delante. Estamos creando generaciones ajenas a la realidad, incapaces de comprender. Entonces, cuando viene el golpe, cuando viene la dictadura de Videla, cuando viene la bomba del montonero, cuando viene la guerra civil española, cuando viene el tsunami, cuando viene la guerra de Aleppo, cuando viene el meteorito, la gente dice ‘no puede ser’. Claro que puede ser, idiota: son las reglas, solamente que lo habíamos olvidado. Occidente ha olvidado de dónde viene, ha olvidado su historia”.


De todos los Cuentos Asombrosos de Spielberg, uno se había convertido en una pesadilla cuando era niño: el del hombre que sueña con un accidente aéreo absolutamente vívido, con detalles como ositos de peluche, rostros y demás. El sujeto hace lo imposible por querer evitarlo y es al pedo. Este capítulo representa algo que a todos nos ha pasado en diversas situaciones: no es la suposición, sino la certeza de que algo pasará. Y no poder hacer nada por evitarlo.

La semana pasada me recordaron un texto del 12 de noviembre de 2022, llamado Huyan del Autoboicot, en el que iniciaba con una anécdota sobre el día en que, sin quererlo, arruiné una oportunidad laboral por preferir hacer algo egoísta la noche anterior. Me puse en pedo, básicamente.

En ese texto, que releí estos días dije, literalmente:

«Hace ya demasiado tiempo que vemos que en el principal espacio opositor se ponen en pedo el domingo anterior al examen. Es tan, pero tan obvio que el oficialismo no tiene chances de ganar, que todos parecieran estar confiados en un triunfo inevitable.

¿En serio se puede estar tan seguro? Faltan nueve meses para las PASO. ¿Tenemos noción de lo que son nueve meses en tiempos políticos para este país hiperkinético? Sólo para dimensionarlo: tres meses antes de las PASO de 2019, nadie recordaba a Alberto Fernández. Dos meses antes de esas PASO, Sergio Massa se sumó al Frente de Todos.

Ya lo he dicho numerosas veces, pero va de vuelta: si nos vamos a poner en puristas respecto de qué corno es Juntos por el Cambio, el listado es breve pero interesante. Primero: no es el PRO, sino el PRO junto a la Coalición Cívica y la Unión Cívica Radical.

Segundo: si fuera solo el PRO, es un partido que ha tenido dos mutaciones claves, pero que en todas sus fundaciones y refundaciones giró en torno a la figura de Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta, Diego Santilli, Maximiliano Corach y Christian Ritondo.

Tercero: Desde su fundación y hasta hace muy pocos años, Patricia Bullrich no solo no estaba dentro del PRO sino que denunció a Mauricio Macri, a varios de sus ministros y hasta enfrentó al expresidente cuando éste ganó la Jefatura de Gobierno.

¿Todo esto es una incoherencia? ¿Quiero decir que Pato no tiene nada que hacer? ¿Acaso defiendo al Baldosas Larreta? No, sólo es negro sobre blanco. La gente cambia, la gestión muestra otras caras de personas que antes no convencían y otras caras que se caen. Hoy Patricia Bullrich es la presidente del Partido al que odiaba.

Y acá el debate es entre halcones y palomas. No sé si se dieron cuenta que un halcón se alimenta también de palomas. ¿Se piensan comer entre ustedes? Yo creí que querían ser gobierno.

(…) ¿A qué voy con todo esto? Sencillo: ¿De verdad cambiarían el color de voto en función de quién es el candidato cuando lo que les une es el espanto frente a lo que tienen en frente? Con una mano en el corazón y otra en el pasaporte: ¿En serio?

A mí no me divierte votar siempre por lo que menos desagrado me genera, pero con años de terapia llevé el autoboicot a cuestiones que me hagan mierda solo a mí y no a terceros. Todo un lograzo, les juro.»


Ya es al pedo cuantificar cuánto le costó la interna a Juntos por el Cambio. Mi suspicacia, ahora, pasa por el otro factor: los que se fueron a donde puedan obtener un conchabo porque el candidato que querían no quiso presentarse. Pero, nuevamente, ahí está la realidad: en 2021 Juntos por el Cambio era el futuro gobierno. Pasaron cosas y, con financistas que algún día saldrán en la tapa de todos los diarios, apareció un nuevo espacio plagado de personajes tanto o más pedantes que su líder absoluto. Un hombre que, cuando se queda sin argumentos, recurre a los peores ejemplos que una mente sana podría asimilar.

O dice que todo es una falacia.

Lo que pase este domingo, independientemente del resultado, deberá marcar un camino a seguir: sacrifiquen cualquier cosa, pero denles a sus hijos la mejor educación que puedan pagar. Coman arroz por catorce años, cosan las medias cuando se escape el dedo gordo, laven la ropa a mano, saquen del fondo del placard los zapatos leñadores de 1994, pero gasten toda la que tengan en que sus hijos puedan comprender lo que leen, que sepan poner en contexto histórico las ideas que estudian, que puedan asimilar la diferencia entre la teoría y la práctica y que, por sobre todas las cosas, logren comprender que el mundo tiene otros 8 mil millones de habitantes afuera del metro cuadrado que habitan. Que es imposible construir con quienes quieren destruir. Que es imposible disfrutar del sistema mientras se pide que se lo destruya gracias a los permisos que da el sistema.

Y que no todos tienen que cargar con sus caprichos.

PD: Este texto cumple con todos los requisitos para ser publicado durante una veda electoral.

PD 2: El que diga que no, incurre en la falacia de la ballena franca austral. Creo que acabo de inventarla, pero seguramente algún pedante ya la inventó y clasificó.

(Relato del PRESENTE)


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