EDITORIAL
En primera persona
Por Walter R. Quinteros
1) Alborotos nocturnos
Sarmiento, Domingo Faustino, me miraba desde su pedestal o cuadro con cara de malo, rostro adusto, o áspero, ponele, parecía que no le gustaba que yo fuese un alumno tipo onda inquieto, pendenciero, de los que se peleaban a trompadas en los recreos, a pedradas a la salida. Tres veces me cambiaron de escuela por mal comportamiento.
Hoy, este modelo implantado en las escuelas, diría en mi defensa con el equipo interdisciplinario a la cabeza, que yo vivía en un entorno familiar muy aburrido y que la escuela era para mí, el lugar donde podía exteriorizar mi estado emocional, no se, digo, cosas así dirían, con disculpas de los profesionales.
Pero el tema era que en las trifulcas cotidianas no me gustaba perder. Si perdía —queridos amigos lectores—, era porque había peleado contra dos o tres, porque mi nariz sangraba, o mi guardapolvo estaba roto y por eso, recibía la segunda paliza, en casa, y esta vez provenía de parte de mamá y sus espontáneos tirones de orejas sin juicio previo.
Sarmiento, Domingo Faustino, que me perseguía con su mirada por todas las escuelas por dónde anduve merodeando con mi portafolios de cuero marrón, mi frasquito de tinta y plumines para escribir, me miraba ché, con su cara de malo, con su rostro adusto, áspero y severo, para corregirme y amedrentar.
Con el paso del tiempo, esas pequeñas escenas de pugilato cotidianas, fueron menguando. Y finalmente, muchos años después y por un hecho fortuito, firmé la paz con el padre de "laula", Sarmiento inmortal. Fue en una noche fría de un cruel invierno en un pueblo frío, quieto y aburrido del sur de la provincia.
La mano vino así. El intendente de aquel remoto poblado, quería emplazar el busto con rostro adusto, áspero, severo y desabrido de Sarmiento, Domingo Faustino, junto al del excelentísimo general libertador de media sudamérica Don San Martín Matorras, José Francisco de, persiguiendo con ése propósito que ambos compartan la única plaza.
Enterado de eso, en una mesa con paño verde del Club Social, Deportivo y Biblioteca, donde se jugaba al Chinchón con cuarenta cartas y enganche vale doble, suspendí la partida y me puse a escribir la proclama en contra de tal medida, esta vez, en la mesa de los vasos vacíos de ginebra con gaseosa.
Papel en mano, todos los hombres salimos juntos del bar del Club, los perros seguían a sus dueños. Era cerca de la medianoche, el viento se arremolinaba en las ochavas pálidas apenas iluminadas por la lamparita de luz que colgaba de los cables que atravesaban las esquinas.
El alboroto hizo que el cura también nos acompañara a pedido de algunos parroquianos. Los dos policías no podían hacer arrancar la camioneta provista, una Estanciera pintada de azul, y se limitaron a pedirnos tranquilidad.
El intendente y también jefe de la oficina de correos, abrió la puerta de su casa, pasaba las manos sobre su escasa cabellera canosa y despeinada y, ajustándose el abrigo sobre su pijama, nos pidió que hable uno solo y con calma. Alguien me palmeó la espalda y entonces avancé hacia él. Le entregué el papel con 27 firmas de vecinos y escuchó al cura pedirle que "tuviese usted la bondad de poner en consideración de su buena voluntad la voz del pueblo reunido, para bien de esta tranquila comunidad". Bien señores, mañana formaré una comisión para que estudie el caso, dijo el intendente, y nos despidió a todos.
Satisfechos, cada uno de los participantes espontáneos, volvían a las bondades que ofrecen los hogares, pero esta vez, con algo para contar. A la noche siguiente, el salón del bar del Club Social, había colmado su capacidad. Y la comisión pro nueva plaza para el prócer con cara de malo, de rostro adusto, áspero, severo, desabrido y rígido, se comprometía a: "En un corto plazo, ubicar un terreno, nivelarlo, embellecerlo, y emplazar el busto de Sarmiento, Domingo Faustino, para regocijo de esta población al sur del Valle de Calamuchita".
La presidencia recayó en quién esto escribe. La secretaría en una joven y bonita mamá, vecina y viuda. La tesorería en un empleado panadero, leal como nadie. Los vocales eran: el director del hospital y legislador por el departamento, la directora de la escuela primaria, dos empresarios almaceneros, el martillero y el gerente de la sucursal del banco.
La primera vez que pude conversar a solas con aquella secretaria de la comisión pro plaza, fue una noche en que decidí acompañarla hasta su casa, lloviznaba y cada tanto la luz se cortaba. Para cruzar el río que separaba el pueblo en dos, tuvimos que tomarnos de la mano, al llegar a su puerta y, en el oscuro, me dijo aferrándose a las solapas de mi campera: "Haz entrado en política, ahora sos un político, contá conmigo, yo no te voy a soltar la mano, y quiero que sepas que en política, es mejor que se hable mal de uno y no que nadie tenga nada para decir". Y me abrazó. Todos los hombres de buena voluntad hemos tenido el placer de ver temblores de pechos bajo las blusas de las damas, pero sentirlos, muy pocas veces.
2) Hechos, no palabras
El busto del ahora mi amigo Sarmiento, Domingo Faustino, llegó una calurosa mañana de septiembre en un camión de la Fuerza Aérea Argentina, y fue recibido por las autoridades del pueblo, el círculo de notables, la comisión pro plaza, y los alumnos formados en la hectárea cedida por los herederos de un juicio de sucesión por fallecimiento. Los policías hacían el saludo de rigor llevando su mano derecha a la sien y en posición de firmes. Los empleados municipales lo subieron al pedestal. Los jardineros embellecían el lugar con champas, plantines y flores recién regadas.
Cuando me cedieron la palabra en el acto, poco tuve que agregar a la excelente oratoria de la directora que expuso sobre la rebeldía, el carácter, la pasión y obra del padre del aula Sarmiento inmortal. Poco tuve que agregar a las palabras de aquel intendente que valoraba el esfuerzo de los vecinos y particulares que apoyaron la construcción de la nueva plaza. Pero les hablé a los chicos, y a ellos les recordaba las responsabilidades que tenemos ante la sociedad y ante nosotros mismos, del compromiso como ciudadanos que debemos tener para respetar nuestros próceres, nuestro orden y nuestra libertad. Les hablé sobre la Lealtad, el respeto a las instituciones y el valor de las palabras.
Aquel acto, contó con un desfile cívico y la banda de Música y Guerra de la Escuela de Aviación Militar, luego y para cerrar, una escuadrilla de tres aviones Mentor, nos saludaba con sus vuelos rasantes sobre nuestras cabezas. Valió la pena el abrazo final.
3) Son tantas las cosas
Quién esto escribe, tenía 33 años en aquel entonces, y 33 kilos menos, aclaro. La última vez que viajé hacia allá, calculo unos veinte años atrás, lo abracé. Abracé a Sarmiento y, en su pedestal, encontré una placa que nos recordaba a todos aquellos que con entusiasmo y deber cívico, trabajamos para la construcción de su plaza.
Pero hace pocos días, me encontré con un señor, hoy abogado y oriundo del lugar, ex alumno secundario y testigo de aquellas jornadas. Conversamos en un bar de la Terminal de ómnibus de Córdoba. Me dijo que por cuestiones políticas, hubo que devolver el terreno cedido, que algunos traidores ordenaron cambiar de lugar el pedestal y quitaron esa placa. Argumentaban que ya nadie recordaba aquella comisión, que la mayoría había fallecido. "Mire, sólo queda viva la señora que siempre lo esperó, y de usted, decían que se había ido al Brasil, nadie sabía nada don, vamos, venga ese abrazo".
Amigos lectores, sepan que; de mis queridos padres, guardo la educación, la formalidad en el trato y los buenos modales. De quiénes también me formaron, guardo las exigencias de sus enseñanzas, el rendimiento físico y psíquico, la disciplina, el cumplimiento de los deberes, el lenguaje ingenioso, la frase certera y la competencia leal. Las emociones intensas propias ya venían conmigo, en cada latido que mi madre, sentía en su vientre.
Me salió esto, pero en realidad, quería escribir sobre las mujeres de Sarmiento. Lo dejamos para otro día. Hablando de abrazos, mi mejor amiga, que hoy cumple años y vive en Córdoba. La amiga que me acompañó cuando papá y mamá me dejaron huerfanito. La amiga que me permitió estar a su lado cuando falleció su mamá. Fue la amiga que supo decirme hace unos días atrás por celular, que todo lo que yo necesitaba, era un abrazo. Me lo dijo así:
"Ay, gordito gruñón que se te ve en las fotos con esa cara de severo y aburrido todo el tiempo. Vos necesitás un abrazo urgente, de ésos que te hagan sentir los latidos del corazón".
Por eso recordé estas cosas, y son tantas las cosas.
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