AL BORDE

OPINIÓN
Le aumentaron los sueldos, le aumentaron los insumos, le aumentaron los impuestos, le mandaron a las nubes el costo del transporte de mercadería, le devaluaron la moneda y pretenden congelar los precios de su rubro

Por Nicolás Lucca

Una vez les conté de Germán, un hombre de hábitos, distintos a los de otros, pero hábitos al fin. Le gusta levantarse temprano para desayunar en el bar de la esquina. Antes lo hacía todos los días, luego bajó la frecuencia. Hoy llega una vez de vez en cuando, lo suficiente para que el mozo le pregunte si se fue a algún lado. El martes, Ger tuvo que levantarse nuevamente en contra de su voluntad y de lo indicado por su médico, que le ordenó dormir. Ah, los placeres del trabajador cuentapropista, sin feriados ni vacaciones pagas y con una salud a prueba de convenios colectivos inexistentes.

Qué fácil que la tiene el galeno. ¿Dormir? Germán labura todos los días, sin fines de semana ni horarios fijos para, entre otras cosas, pagar un servicio de salud. Todo para que le tiren la receta más obvia del mundo. Es como ir a un vidente y que le diga “morirás algún día”. Y sí. Es obvio que Ger necesita dormir. Un siglo entero. Pero también es sabido que, en el mundo de los monotributistas, el sueño es un lujo más caro que el adelanto al impuesto a las ganancias presuntas.

Prendió la tele y la dejó de fondo mientras se daba una ducha. Noticias que ya no son noticias, pero que cumplen muy bien con la misión de cagarle la existencia desde bien temprano. Hace tan solo unos días gritó un gol en la ducha al escuchar que el ministro de Economía anunciaba la suspensión del pago del monotributo por seis meses. Se abrazó al toallón mientras escuchaba “para las categorías A, B, C, D”. Y cerró ahí, no más. El grito continuó, pero a las puteadas.

Seco y vestido, Germán se acercó a la tele para apagarla mientras escuchaba cómo un periodista resolvía un crimen desde un estudio de tevé. “Qué cuadrazo se perdió el Poder Judicial”, lamentó mientras tomaba las llaves.

Llegó al bar por un café y pidió el diario. “El gobierno autoriza un aumento del 25% en Precios Justos de electrodomésticos y motos”. Un cuarto de aumento de un sablazo y con permiso. Por suerte, abajo leyó que el tipo de la Aduana y el de la AFIP están a cargo de arreglar los aumentos del resto de los productos.

Con la misma reacción de quien acaba de leer el pronóstico, dio vuelta la página y se encontró con una idea para que salgan a flote 300 mil millones de dólares que alguien cree que los argentinos tienen fuera del sistema. El fomento es perdonarlos por obligarlos a evadir. Sus amigos celebraban en el grupo. Uno avisó que ya podían poner a circular sus 120 dólares sin que nadie se enterase. Lo putearon. Les recordó que el resto desmintió que se pueda, siquiera, salir del cepo en un plazo decente. Le dijeron viejo meado. Podría ser el bisnieto del que supone que 300 mil millones de dólares elegirían un país psicótico con un solo punto de encuentro en la opinión: el funcional al peronismo es el otro.

Germán se desanimó por tener que ir a ese lugar en el que se matan a toda hora. pagó el bar, dejó propina y se fue con sus ingresos mancillados por un café con leche con dos medialunas. Pensó en pedirse un tostado, pero no quería que le cayera una patrulla de la Unidad de Información Financiera.

Preparó la SUBE para ingresar al andén, pero no funcionaban las máquinas. Todos gratis. Justo lo que necesitaba el tren demorado. Germán pensó que será un alivio para muchos, pero también que la calidad del servicio va de la mano del precio abonado.

Al final no llegó a la terminal de Constitución. El comité de bienvenida a la Capital de la República no tuvo mejor idea que organizarle la recepción en medio de las vías. Algo decían de un pase a planta, pero Ger no llegó a escuchar bien porque los corrieron a piedrazos. Esta vez Germán llegó con el celular dentro de sus posesiones, pero se evaporó su billetera. Quizá haya sido una costumbre adquirida de los pesos que, así como entran, desaparecen en minutos. La lógica lo llevó a pensar que se la sacaron con dos deditos en el apretujón del tren. El folklórico juego urbano de tener que adivinar si es una apoyada o un punga.

Tarde, a pie, con la ropa arrugada que apesta a sudoraciones propias y ajenas, Germán finalmente llegó a su lugarcito en el mundo laboral: la librería escolar técnica que abrió con dos amigos igual de boludos que él. La tele, de fondo, daba cuenta de que el ministerio de Trabajo autoriza aumentos salariales de a docenas. “Imaginate un aumentos salariales cuidados”, dijo Germán mientras reía. Sus compañeros lo miraron con cara de culo.

Germán comenzó su periplo de llamar al banco. Lo derivaron a la tarjeta de crédito, pero no le pudieron tomar la denuncia por la de débito, para la que primero tenía que llamar al banco, donde le aceptaron el recambio de la de débito, pero no ingresó la baja de la de crédito. Por las dudas, consultó si hubo algún movimiento. Le reventaron las dos tarjetas en treinta minutos.

Mientras esbozaba una suerte de puchero, Germán comentó lo sucedido a sus amigos.

–¿Pero no piden documentos los comerciantes?– preguntó Juan
–¿A vos te los piden?– contestó Ger
–Técnicamente, nadie debe pedir documentos a nadie– acotó Migue y fue interrumpido por un lapicero volador cuando se aprestaba a dar una explicación técnica, jurídica, legal y cuasi anarquista. Razonable, pero con menos sentido de la oportunidad que una muestra gratis de laxantes en un avión.

Luego de preguntar qué impuesto vence ese día –todos los días vence, mínimo, uno distinto–, Germán se dio a la loca tarea de intentar descifrar el listado de aumentos de costos que le enviaron desde la cámara de transporte. Mientras, pidió ayuda.

–¿Dónde está Pablo?– preguntó Germán.
–Ni idea, qué necesitás– le contestó Juan.
–Que me vaya a comprar una SUBE nueva.
–Ahora averiguo. ¿Viste que vuelve Gran Hermano?

Nuestro protagonista no entiende a quienes pierden tiempo con el reality. Menos comprende cómo puede volver y volver sin gastarse. Sin embargo, no lo hace de snob dado que se divierte con otras boludeces, como comparar las encuestas electorales con las predicciones astrológicas.

Germán comenzó a desgranar el 20,3% de aumento del transporte de mercaderías en un sólo mes. 17,98% de combustibles. “O sea que al camión cisterna le sale más barato cargar el combustible que transporta que el que le corresponde”, pensó en voz alta mientras comenzaba a sentir el latido de un párpado. El izquierdo. Y continuó: 27,52% los lubricantes, 42% en peajes, 21,5% en seguros… “Ese lo tenía”, recuerda con una lágrima en el ojo por las 25 lucas que se le van en el seguro básico de su VW Gol 2017. Para redondear, se encontró con un acumulado del 100% desde enero en el aumento de los costos. De estos costos, a los que tiene que sumar sus propios costos y el precio de sus productos. Si es que consigue precios. Si es que consigue productos.

Así recordó que no llegó el paquete de cartucheras con la foto de la Selección en Qatar. Arribaron de China, pero en la Aduana les pareció que daba para joderle la vida. Qué es eso de despilfarrar dólares cuando la Patria nos necesita.

Preguntó por Pablo. Nadie le dio pelota. En la Aduana le dijeron que los treinta y ocho burócratas con los que habló previamente no tienen nada que ver, que la traba está en el Correo, que también controlan los mismos brutos.

Con el agotamiento físico a cuestas, llamó al bendito Correo. El que lo atendió tampoco tenía puta idea de qué pasó con sus cartucheras, pero le mangueó una para cuando las encuentre. “De recuerdo, ¿vio?”.

Mientras insultaba a todos los santos por haber tenido la idea de emprender en este país, Germán le comenta lo sucedido a sus compañeros. Le recordaron cuando le cagaron un envío por no pagar un monto superior a la importación a una cuenta que le habían enviado por SMS.

La radio como sonido ambiente llevaba una hora con un editorial soporífero de alguien que quiere que sus radioescuchas recuerden que vivimos en un purgatorio con bandera. Como si no lo supieran.

–¿Dónde mierda está Pablo?– pregunta Germán con una voz que denota un principio de arritmia.
–Lo mandaste a comprar una SUBE– dice Migue.
–Pero si todavía no lo ví.

Harto, Germán salió a buscar una tarjeta por sus propios medios. Probó en el kiosco. Ese, el que vende desde camisetas de la selección made in taller clandestino que nadie se calienta en perseguir porque no hay otra forma de conseguir la camiseta. El mismo que tiene cientos de chips de celulares de cualquier empresa para que todos puedan incursionar en el mundo artesanal de la estafa virtual. Pidió la bendita tarjeta. Lo miraron como si hubiera pedido una bolsa de cocaína.

Volvió a la oficina a buscar las llaves del auto del laburo. Sus amigos discutían. Germán interrumpió para saber si sabían algo de Pablo o ya tenía que presentar un Habeas Corpus.

–Pará, ¿a vos te parece mal que se homenajee a víctimas del terrorismo?– pregunta Migue.
–Y no, cómo me va a parecer mal– contesta Germán hasta que es interrumpido por los gritos de Juan a Migue.
–¡No me cambiés de eje! No digo que esté mal, digo que llevan dos años en la legislatura y justo se les ocurre homenajear en medio de la campaña.

Germán miró a sus amigos gritarse y no supo si revolearse por la ventana o buscar a alguien que le practique una terapia de regresión. Desde hace tiempo sospecha de que en alguna vida pasada fue una suerte de Torquemada y por eso lo mandaron a la Argentina en su actual encarnación.

Con los gritos aún de fondo, Ger se subió al auto. En reserva. Nuestro amigo paró en la primera estación de servicio. Aumentó la nafta. Por la radio escuchaba a Massa amenazar con ir “con todo el peso de la ley contra quienes aumenten”. El aumento fue autorizado por el gobierno. Un pibe pasó y le ofreció medias, soquetes, pañuelos y porta tarjetas.

–Si tenés una SUBE para meterle, te compro– bromeó Ger.
–¿No quiere dos? Así aprovecha el saldo negativo– contestó el buscavida mientras sacaba un paquete de tarjetas azules como pibe con figuritas repetidas en el patio del recreo.

Al borde del llanto –pero con una SUBE, un hermoso porta tarjetas de Bob Esponja y tres pares de medias– el protagonista de esta historia regresó al local. Le gritó a Pablo que le traiga un café. Más calmados, pero sin hablarse entre ellos, uno de sus socios le preguntó cómo le fue con la compra. Germán comenzó a llorar mientras leía el mail del banco que negaba cualquier tipo de responsabilidad por la guita perdida.

–Al final te quejás por boludeces, Ger. La guita es lo de menos, lo que importa es que no te hicieron nada.

Pensó en dar un largo soliloquio sobre su visión de las cosas. Germán cree que no se puede ser tan manso como para llegar impasible a un punto en el que tenemos que agradecer que cualquiera violente el derecho humano a la propiedad privada a cambio de que nos permita conservar el de la vida.

Técnicamente no necesitamos del 99% de nuestras posesiones. El que llega en auto a saquear a una familia, tampoco. ¿Por qué agradecería que no le hicieron nada?

Luego de tomar aire, Germán suspiró y prefirió callar. Se quedó sin ganas de nada. Hoy entiende a los que se adormecen con Gran Hermano del mismo modo que él lo hace con documentales.

–Sí Pablo se materializa ¿le piden un café?– dijo, casi entre susurros, Ger.
–Che, hablando de Pablo: hay que pagarle un bono –acotó Migue.
–¿En concepto de…?
–De campaña electoral.

Le aumentaron los sueldos, le aumentaron los insumos, le aumentaron los impuestos, le mandaron a las nubes el costo del transporte de mercadería, le devaluaron la moneda y pretenden congelar los precios de su rubro. Germán solía sospechar que el gobierno era psicópata. Hoy se conforma con asumir que son idiotas sin noción de cómo funciona una bicicleta.

Ya olvidó lo que es un aumento en sus ingresos. Hace demasiados años que los ceros se acumulan en los balances pero le alcanza cada vez para menos. Siquiera es que puede ir a pedirle a su jefe.

–¿Ustedes se dieron cuenta de que pagamos seguridad social en el monotributo pero no nos cubren un mango si nos tomamos quince días de licencia por estrés?– lanzó nuestro héroe.
–¿Qué fumaste, Ger?– le contestó Juan.
–Nada… No puedo más…
–¿Y por qué no te vas?
–En cuanto aparezca Pablo.

Migue, desde su nube de pedos, anunció que Pablo llamó para avisar que pegó faltazo. Tiene el turno médico que sacó en diciembre del año pasado.

Lo que queda de Germán se puso de pie, miró con cariño la ventana mientras se dirigía al pasillo y rumbeó hacia la cocina. Se preparó un batido de café, modafinilo, cafiaspirina, una latita de energizante, maca peruana y Coca-Cola, lo bajó de fondo blanco y emprendió la vuelta a su domicilio. Lo bueno de viajar como vaca al matadero es que pudo descansar los ojos en la bolsa de dormir formada por gente. Obviamente, se pasó de estación.

Tirado en la cama, Gerchu hacía zapping. Apareció Michael Douglas en Un día de furia. “Blandito”, murmuró nuestro triste héroe vernáculo, seguro de que, si hubiera estado inspirada en la Argentina, William Foster se habría suicidado en el minuto cinco. Y chau peli. Cambió de canal. Vio a Milei decir que Sturzenegger fue un héroe maltratado por la runfla que rodeó a Macri. Cambió de nuevo. Bullrich sumó a Sturzenegger a su equipo. En el chat de la oficina, uno puso “si Pato suma Sturzenegger pierde mi voto”. El otro tira que “Milei considera que el mejor presidente de la historia es el que indultó a los terroristas que asesinaron a los que homenajeás”.

Y así, luego de asumir que vive en un país que sale de una grieta para meterse en otra, enganchó un documental para conciliar el sueño. Unitarios contra Federales. Le rezó a Ivana Nadal para que mandase un insulto al universo en su nombre y buscó la edición chilena de Gran Hermano. En definitiva, también es un documental sobre lo bien que puede vivir una persona al estar aislada del mundo exterior.

Germán los envidia y nota que, cuando la guita depende de uno mismo, ni en Gran Hermano se enferman.

(Relato del PRESENTE)
 

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