Y TODO EN QUINCE AÑOS

OPINIÓN

Nada mal para un blog

Por Nicolás Lucca

Hubo un tiempo jurásico en esta historia de las ya no tan nuevas tecnologías de la comunicación. Faltaban años para la primavera árabe, muchos más para que se cuestione la desnaturalización de las comunicaciones humanas. Hablo de casi un siglo antes de que a Elon Musk se le ocurriera recordarnos que una cloaca puede oler aún peor, del auge de los conspiranóicos con tildes azules, de las oleadas de cancelaciones.

Ni siquiera sabíamos qué era una red social cuando llevaba unos años dedicados a la escritura diaria de todo lo que me pasaba por la cabeza. Lo hacía al final de la noche, sobre una plantilla blanca provista por Blogger, allá por 2004. Hoy tengo alumnos nacidos aquel año.

Los blogs eran redes sociales sin que lo supiera. Quizá ya existían estudios al respecto, pero para mí era sólo una cuestión de escribir y, si alguna vez vencía la timidez, compartir una nota con un amigo.

La era de lo que nos presentaron como Internet 2.0 coincidió con un abaratamiento brutal del costo del servicio y un aumento igual de bestial en el ancho de banda. Comenzamos a cargar nuestros propios contenidos. Y comenzaba a cambiar una forma de ver la comunicación que, aquellos que no estudiamos carreras afines, no podíamos dimensionar. Quienes estudiaron, tampoco.

Para 2007 contaba ya con tres sitios, colaboraba en otros, me juntaba con personas que tenían blogs colectivos y comentaba religiosamente en todos los blogs de aquellos que comentaban en el mío y viceversa.

Mis textos eran básicos: qué pasaba por mi cabeza, cosas de la adolescencia, anécdotas judiciales y, de vez en cuándo, una apreciación política sobre lo que me generaba rechazo. Un blog, una bitácora, un diario personal. Si hablamos de esos años, ya había pasado Skanska, ya había trascendido el primer entramado recaudatorio de Julio De Vido y hasta algo había sido publicado sobre un tal Rudy Ulloa –desaparecido en democracia– y un fulano llamado Lázaro Báez.

Si miró hacia atrás, es fascinante notar cómo hablábamos de lo que los medios tradicionales no abordaban. Era la época en la que Héctor Magnetto cenaba con el matrimonio Kirchner, por lo general los jueves. En la Jefatura de Gabinete de Alberto Fernández funcionaba la Unidad de Servicio de Información Nacional, dedicada 110% a monitorear en tiempo real qué se publicaba y qué se decía en todos y cada uno de los medios de comunicación. Luego, llegaban los llamados telefónicos a las redacciones.

Yo no ejercía el periodismo ni mucho menos: era un empleado administrativo legal. Un burócrata leguleyo, un cagatinta de biblioratos, leyes administrativas, resoluciones y un montón de normativa aburrida que abracé cuando el fuero penal consumió mis ganas de un mundo mejor.

Pasé por varias dependencias judiciales del conurbano sur, Departamento Judicial de Lomas de Zamora, allí donde hace más de veinte años conocí el mundo del paco, los motochorros, las leyes de mierda, la falta de recursos. Allí, donde un turno de 15 días finalizaba con más de 300 detenidos y una decena de homicidios. Allí, donde me enteré de que es una realidad que se da en todos lados. Desde entonces, dudo que las estadísticas mejoraran alguna vez. En aquel entonces había patrulleros que se quedaban sin GNC en medio de una persecución. Hoy, hay policías que deben recurrir a Amazon para renovar las placas de sus chalecos antibalas. Y pagarlas de su bolsillo, claro.

Quienes no andaban por estos lares, no podrían darse una mínima idea de cómo se vivió la elección presidencial de 2007. Estábamos al borde del colapso mental frente a lo inevitable y con una oposición más fragmentada que la honestidad intelectual de Massa.

Años después recordaría este trauma una y otra vez, con voces que abandonaron “al mejor presidente de la democracia” para espantarse, indignados y frente a cámara, por lo que se podía ver desde el día cero.

Para 2008, cuando los medios comenzaron a hacerse eco de una notable grieta en la sociedad, en la blogósfera ya estábamos con los cascos puestos, con varias batallas encima y atrincherados en dos polos de atracción: la peronósfera y el universo antikirchnerista. Todos en algún momento caímos en Todos Gronchos. En mi caso ocurrió en 2007. Fue como llegar a una estación de servicio en medio de una ruta oscura, a las dos de la mañana de una madrugada lluviosa. Y descubrir que no estaba solo, que éramos muchos a quienes nos unía el espanto sin importar las ideologías.

En 2008 ocurrieron las plazas en apoyo al gobierno nacional en su Guerra Santa contra los proveedores de los dólares que necesitaban para hacer política. O sea, el sector agropecuario. Aproveché para darme una vuelta por los eventos y luego redactar crónicas para mi humilde blog. Cámara en mano, tomaba fotos de todo y luego seleccionaba. Todavía recuerdo cuando una farola cayó sobre la cabeza del tucumano que estaba a dos personas de distancia. El ruido a rotura no fue del vidrio. El acto se llevó a cabo igual, que la Patria puede esperar. Donde había un muerto, media hora después estaban paradas dos personas.

En julio de ese mismo año recibí algo que no esperaba: un mensaje con datos demasiados personales como para tomarlo a la ligera. Y yo era un boludo de 26 años que temía por su familia y por su sueldo. No tenía ganas de averiguar si había sido la CIA, un vecino o el delegado gremial de mi oficina. Decidí crear otro sitio, disfrazarme y escribir lo que se me cante, cuando se me antoje y del modo que quisiera. Una amiga mendocina me ayudó a pensar un nombre mientras descartaba todas mis propuestas por aburridas o poco impactantes. Así estuvimos por días, hasta que Cristina Fernández, por entonces de Kirchner, dio un discurso olvidable. Cargó contra los medios y dijo, textualmente: “Hay otro relato que nos quieren imponer”. Y me cagué de risa.

Justo ella, que hasta hacía unos meses degustaba corderos con los capos de todos los medios. Justo ella y su marido, que cerró su gestión presidencial con un decreto que autorizó la fusión de Cablevisión y Multicanal. ¿A quién le hablaba? Mi amiga mendocina me chifla que ahí tenía material. Mientras regresaba a casa escuché a Víctor Hugo Morales mencionar nuevamente la palabra Relato. Ya tenía el nombre.

En la tarde del domingo 8 de agosto de 2008, mientras me debatía entre ir a comprar facturas o pegarme un corchazo, abrí una plantilla de blogger, escribí un par de párrafos, y publiqué. Y sí, esta semana se cumplieron quince años.

Un día ocurrió una marcha gigantesca y la crónica de aquel hecho fue leída por Tenembaum en el programa de Lanata. Otro día me aburrí tanto de mi trabajo que nada me daba satisfacción, solo escribir.

Para 2012 me ofrecieron por primera vez sumar mi blog a un portal de noticias. Gratis y con nombre y apellido. Agradecí y seguí en la mía. En 2013, un trío de locos compuesto por Germán Ángeli, Juan Marcos Bouthemy y Damián Taubasso me ofrecieron agregar el sitio a la versión digital de Perfil y accedí. Unos meses después, pegué el mayor salto de mi vida laboral: renunciar a la planta permanente e irme a laburar de periodista.

Es muy loco saber que en junio cumplí diez años de haber puesto nombre y apellido a mi primera nota. Pero hacerlo en Relato del Presente era distinto. No es tan loco saber que en unos meses más se cumplirán diez años de cuando tuve que ser medicado.

Mejor que nadie, creo, puedo explicar la diferencia entre ser guapo desde el anonimato y los costos a pagar cuando se pone la cara. Salvo que hablemos de un sociópata, el resto pagamos un precio alto en la salud.

Y, finalmente, en un loop impensable, a los 31 años me encontraba en el lugar en el que la Carli, mi profe de Literatura de la secundaria, dijo que debía estar. Un lugar del que mis padres decían que me mataría de hambre, o estrés o ambas cosas. Obvio que tenían razón, pero no viene al caso: en el saldo, me gusta lo que hago. Mucho más que cualquier otra cosa. No siento que pueda dedicarme a una labor distinta sin morir de aburrimiento, tristeza y frustración.

Me enseñaron a titular y a suprimir los gerundios. Aún odio el clickbait. Me fascina ver el cambio de paradigmas de los nuevos medios digitales que, al notar que nadie consume una sola noticia política, tienen que llenar sus portales con historias de nazis, artistas que murieron trágicamente, y crímenes del pasado.

En estos quince años aprendí, fundamentalmente, a escribir. Leo mis textos al azar y recién puedo sentir algo de conformidad a partir de 2012. Algo. Al menos comenzaba a divertirme con los juegos de palabras, como bautizar “kirchnereo” al hurto sin carpa. La tentación de corregirlos es difícil de resistir, pero sería una falta de respeto hacia ese que escribió aquellas líneas. Y este yo de 2023 no es ése de 2008.

También aprendí que las relaciones humanas están sobrevaloradas, que la amistad puede depender de algo tan voluble como el interés personal, que demasiadas personas sienten los vínculos como transacciones.

Aprendí que el voto es menos racional de lo que creía y que la adhesión sin críticas a una figura política entra en la misma dinámica que la del enamoramiento. Tomé conciencia, dolorosamente, que todas aquellas cosas que pueden unir a dos o más personas que se hallaron cuando se encontraban perdidas, pueden desaparecer cuando se identifican con un líder.

Perdí la cuenta de la cantidad de textos que me fueron afanados. Todavía hay personas que no me saludan. Y todavía hay colegas que me llaman bloguero. Agradecido, que ya expliqué que los blogs tomaron relevancia por el silencio de los profesionales.

Un día me sugirieron un libro. Otro día me costó mucho publicar el segundo. Todavía me indigno con demasiadas cosas y aún me alegra la vida cuando a un texto le va bien.

En 5.478 días vi pasar a demasiados que se sintieron moralmente superiores mientras practicaban el mayor de los fascismos desde la televisión pública, desde medios inventados para agredir con la nuestra a cada voz que osara cometer el pecado de cuestionar algo a Santa Cristina de Toulouse.

Hoy están despatarrados en lugares aún más marginales que este sitio, pero con menos dignidad. Acá no hubo venta. Jamás, siquiera, se vio un banner cuando hay sitios que, con tres visitas anuales, tienen abrochados a todos los municipios en los que vieron la luz prendida. Un vaso de agua y una pauta no se le niega a nadie.

Mirá si no me iba a sentar a esperar si vi pasar a diez ministros de Economía y un dólar que se fue de $3,03 a ¿602? ¿800? ¿1.000? ¿Quién da más? Ya no me asusta el desastre económico de hoy sino cuánto lo extrañaré en un par de semanas.

Terminé en la tele, la radio y algún documental. Bastante para un blog nacido a la sombra de una crisis personal hace quince años. Nada en mi vida duró tanto.

Cambié de barrio, cambié de ciudad, cambié de estado civil. Tuve once empleos distintos, me mudé cuatro veces. Tuve que vender mi auto en 2009, no volví a tener uno hasta 2017. En 84 cuotas atadas a la cotización del cero kilómetro, como corresponde en la República Inflacionaria Argentina.

Cambié de ideas. Más de una vez en algunos casos. Incluso noté que las convicciones podrán ser firmes, pero algunas son más heredadas que adquiridas y en algunos mercados existen comerciantes que las ofrecen al mejor postor.

En estos 180 meses murieron tres expresidentes, hubo un falso positivo de tiroides, internaciones presidenciales varias, aviones norteamericanos secuestrados, bases chinas, cien anuncios de las represas de Santa Cruz y quichicientas inauguraciones del Hospital de Niños de Ciudad Evita. Pasaron cosas, volvió el FMI, nos agarró una pandemia que fue mundial, la guerra de Ucrania que nos sube la inflación solo a nosotros y una Rusia a la que le ofrecimos ser la puerta de entrada a América Latina y demostró que, cuando quiere entrar a un lugar, no pide permiso.

Tuvimos tres presidentes en cuatro presidencias, dos finales y una Copa del Mundo. Quince años en los que vimos cómo la tasa de homicidios de Rosario pasó de 8 cada 100 mil a perforar con comodidad los 22. Tres lustros donde 51 personas fueron aplastadas por el óxido de los trenes que la corrupción pintó de progreso, donde nunca sabremos cuántos la quedaron en la inundación de La Plata ni quién mató a un fiscal una calurosa noche de enero. Y todavía no logro computar todo lo que vivimos en la gestión de una pandemia en manos de un grupo de analfabestias con menos empatía que el Clan Manson.

Quince años con la soja es un yuyo, si el choque ocurría un sábado morían menos personas, vamos por todo, me quiero ir, medir la pobreza estigmatiza, voy a barrer a los ñoquis de La Cámpora, me siento un poco Napoleón, debo ser la reencarnación de alguna arquitecta egipcia, hay que temerle a Dios y a mí un poquito, el que trajo al borracho que se lo lleve, yo me banqué la dictadura, si me pasa algo miren al norte, tajaí, un presidente boliviano que se parece a los bolivianos, los mexicanos descienden de los indios, los brasileros de la selva, los chicos juegan a cambiarse los barbijos, el que no lo entienda por las buenas lo entenderá por las malas, mi querida Fabiola hizo una reunión que no debió haber sucedido y millones más.

Trenes que chocan, submarinos que implotan, fantasías de dictadura en cualquier intento de poner orden, piedras secuestradas, triples fugas, periodistas que lloran, periodistas que callan, sueños no tan compartidos, bolsos, fajos de dólares en todos lados menos en tu cuenta, metralletas, bombos, amenazas, guerra de espionaje, guerras narco, expropiaciones demasiado costosas y un eterno listado que construyen la imagen de un Estado tan, pero tan grande que ya no puede moverse sin romper algo.

No todo tiene saldo negativo. Además del Estado, se cuadruplicaron las villas de emergencia. De tanto progresismo de exclusión, también se fue a las nubes el desprecio por la vida ajena. Vivimos un contexto en el que todo se resuelve con violencia. Hasta inventamos violencia cuando no la hay y, paradójicamente, eso también es violento.

Y 12.378% de inflación acumulada desde el 08/08/08. El dato no es una libertad literaria.

Hace tres lustros tenía 26 años. Voy camino a cumplir 42 y aún debatimos las mismas cosas, solo que en un escenario peor. Mayor marginalidad y menos margen para aplicar políticas antimarginalidad. Podría decir que pasaron quince años al pedo, pero yo evolucioné de todos modos. No, no lo hice gracias al Estado, sino a pesar del mismo. Nadie con la vida resuelta acepta trabajar de lunes a lunes. Pero es lo que hay para no dar el brazo a torcer.

Salud a ustedes, a los que están desde 2008, a los que se sumaron después, a los que convirtieron este espacio en un foro, a los que se fueron y volvieron, a los que estuvieron y hoy no me quieren cerca. A todos: chagracia, denserio.

Quince años. Nada mal para un blog.

(Relato del PRESENTE)


Comentarios