PRESIÓN Y REPRESIÓN

OPINIÓN

Aníbal, otro impresentable

Por Carlos Mira

Aníbal Fernández -un impresentable cuyas guasadas se superan a sí mismas intervención tras intervención y que uno no sabe bien si cuando habla lo hace movido por una impunidad que le impide ver los disparates que dice o si realmente los cree- acaba de decir en relación a los triunfos de Javier Milei y de Patricia Bullrich que si lo que lo que ambos dicen que van a hacer es lo que van a hacer, “eso solo cierra con represión y que van a tener sangre en las calles”.

Más allá del disparate que significa que un ministro de seguridad y que un hombre del Estado hable con tanta liviandad sobre la “sangre en las calles”, lo que llama significativamente la atención es que Fernández no se escuche a sí mismo o que sea tan obtuso y tan poco formado que su cerebro no alcance a entender que el significado de las propias palabras que él usa lo delatan como el criminal de la película, en lugar de ser, como él pretende, un inocente “opinator” de lo que sucede.

En efecto, Fernández habla de que los planes de Milei y Bullrich “solo cierran con represión”. A no ser que esté cegado por la urgencia y entonces priorice el marketing de carga siniestra que en la Argentina tiene la palabra “represión” (cuyo uso ha sido completamente tergiversado por una conveniencia hipócrita y cínica) no se entiende como no se da cuenta que al utilizar ese término está confesando tácitamente que, para que haya una represión debe haber antes una presión.

La re-presión es una respuesta a una presión, como la re-acción es una respuesta a una acción previa.

Si la re-presión es una respuesta a una presión, la pregunta que cabe hacerse es quién va a ejercer la “presión”. A su vez, por los propios dichos de Fernández, también debe concluirse que esa “presión” va a tener un contenido violento como para justificar la re-presión.

Naturalmente, no hay que pensar mucho para responder la pregunta sobre quién va a ejercer “presión” para oponerse a lo que Milei o Bullrich pretendan hacer: serán las propias huestes afines a Fernández las que protagonicen esos hechos.

Más allá del componente fascista que obviamente conllevan esas conductas -porque importan la utilización de métodos violentos para que un gobierno elegido por el pueblo no pueda desplegar el programa de gobierno que fue plebiscitado en las urnas- lo llamativo es que Fernández lo confiese abiertamente, anticipando que serán ellos los que protagonizarán esas sublevaciones.

El peronismo tiene una larga historia en la materia. En alguna medida, entonces, no debería sorprendernos que un jerarca de su nomenklatura diga que saldrán a las calles para ejercer una presión violenta con la finalidad de impedir que el gobierno constitucional gobierne de modo sereno y de acuerdo al plan que hizo público en su campaña.

Es decir, al peronismo le importa tan poco la vida de los ciudadanos del pueblo que, para defender los privilegios de una cúpula compuesta por políticos profesionales, sindicalistas monárquicos, militantes parásitos, punteros violentos y empresarios prebendarios (que son sus socios del otro lado del mostrador) no dudan en mandar a la gente a la calle (muchos de los cuales están prendidos en la trenza -básicamente militantes parásitos y punteros violentos- pero muchos de los cuales son idiotas útiles que viven porque el aire es gratis) para defender ésta estructura armada en las últimas ocho décadas que ha fulminado al país y a la gente que verdaderamente quiere trabajar y salir adelante con su propio esfuerzo y creatividad.

Estas “costumbres” son también parte de lo que debe acabar en la Argentina. La idea de que cuando el peronismo gobierna es el resultado natural de la victoria del pueblo en las urnas, pero que cuando esa victoria (entregada por el mismo pueblo) le pertenece a otro hay que derribarlo por la vía de ponerle en las calles una presión violenta que obligue a una represión que luego voy a usar demagógicamente en mi propio beneficio haciéndome pasar como la víctima inocente y “popular” del entuerto, es un armado tan siniestro que no sé cómo quienes lo tienen tan claro delante de sus propios ojos (el resto de argentinos “espectadores” que miran ese escenario con pavor) no lo advierten y lo siguen tolerando.

Patricia Bullrich, en su primer spot oficial de campaña para las PASO, decía que las medidas del nuevo gobierno, más que con un plan, iban “a tener que ser defendidas en las calles”. Quizás ella también, desde otro lugar, se estaba refiriendo a lo mismo. Milei acaba de decir que, cuando vengan las piedras, a él lo van “a tener que sacar muerto” de la Casa Rosada.

Efectivamente en el pasado -en el siglo XIX y en gran parte del siglo XX- estas disputas se dirimían con enfrentamientos armados, en las calles o en el campo de batalla. El mundo del siglo XXI parecería permitir menos esos estilos hoy. Pero si el peronismo es tan fascista que no está dispuesto a aceptar el veredicto de lo que ellos mismos llaman “la voz del pueblo” (o si “la voz del pueblo” solo existe cuando pronuncia su nombre) va a ser, efectivamente, muy difícil evitar escenarios violentos.

Pero después de los dichos de Aníbal Fernández toda la sociedad debería estar a esta hora notificada de quién es el que está dispuesto “a empezarla”.

Ya sabemos lo que ha ocurrido con el oscuro período de la guerra de guerrillas en la Argentina. Esa fue la “presión”. El gobierno constitucional de aquellos años (peronista) convocó a la “re-presión”. Lo que siguió todos lo conocemos. Lo que no sé si todos tenemos claro o si nos acordamos realmente de cómo fueron las cosas, en el sentido de “quién la empezó”, en otra palabras “quién puso la presión”. Algo parecido a cuando éramos chicos y nos peleábamos en la esquina. Desesperadas, nuestras madres corrían por la cuadra hasta llegar a la escena del pugilato. Allí, luego de que las madres nos separaban, uno de nosotros decía con la inocencia de los chicos y señalando al otro con el dedo índice de la mano: “él la empezó”.

Ahora alguien del propio gobierno peronista nos anticipa que la presión la pondrán ellos. Si ocurre algo grave, espero que los argentinos a la hora de contar la historia se acuerden de “quién la empezó”.

(The Post)


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