SI

LOCALES / SOCIEDAD

Nosotros los muchachos


Por Walter R. Quinteros

Nosotros los muchachos, los que nos sentamos a tomar el cafecito de la tarde en un bar vemos a la vida de otra forma.

Nadie de los que pasan por la calle o la vereda, saben de eso.

Por ejemplo, hay fútbol en la tele, miramos fútbol. Nada más.

Qué golazo.

La culpa es del arquero, dejó libre su palo.

Tampoco lo marcó nadie al delantero.

La defensa está mal parada. 

Si. 

No juegan a nada.

No hay fútbol, miramos el paisaje de siempre. El paisaje de siempre, queridos amigos, es la vereda del frente y sus transeúntes. 

Se usa mucho el color azul. 

Si. 

Y el gris. 

Si. 

No hay ropa floreada de abrigo.

Si. Tenés razón.

Compré cuatro papas esta mañana, cuatro papas me salieron cuatrocientos ocho pesos. 

Si. 

Una barbaridad. 

Viva Perón. 

Mañana llueve.

Seguro.

Instrucciones para sentarse a la mesa de nosotros los muchachos, o sea, el Concejo de Sabios de esta ciudad: El centro del universo es la tacita de café. Todo lo que suceda a nuestras espaldas, es cosa de otro mundo. Las cosas del otro mundo no nos interesan. 

Capaz que sesenta a setenta años atrás, nos hubiésemos encontrado todos en un recreo, de alguna escuela. Con el mismo libreto. Girando todos, a la misma velocidad, sin importarnos que pasa más allá. 

Debe ser por eso que inventaron las paredes que escuchan en esta ciudad. Las paredes no tienen vida propia. Por eso también inventaron el dice que dicen que le dijeron que dijo. Hay que ser muy flojo de espíritu para creer los mensajes provenientes del mundo de la fantasía.  

Somos dueños de nuestra realidad.

Si.

Alrededor de la tacita de café se habla de los siguientes temas: Música. Boxeo. Fútbol. Milongas. Tiempo. Política poco. Economía mucho. Salud, eso, la salud.

Vos, ¿todo bien?

Si. No tanto, me duele aquí.

Mejor andá a verlo a fulano, es buen médico.

Mañana, no. Pasado si.

El tipo es de lo mejorcito. Pero andá.

Si.

Dos horas diarias parece que resultan insuficientes en la mesa quitapenas del bar. Porque a veces, casi de casualidad, se mete la nostalgia. La nostalgia siempre tiene una excusa a mano para interrumpir una oración, por ejemplo, cuando teníamos familia. Las familias tienen por costumbre cubrir las mesas con manteles a cuadros, bendecir la fuente con los fideos, la salsa, llenar de risas el comedor, y hasta la de borrar la huella de algún caminito sinuoso que dibujan las lagrimitas chiquititas así, de cualquiera. 

Pero de eso se habla poco, casi nada.

Ya está.

Si.

Ya pasó.

Si.

Para sentarse en la mesa de nosotros los muchachos, llámese de ahora en más el Concejo de Sabios, la condición sine qua non, es que te tiene que doler la espalda de tanto recordar y callar. Por eso siempre parecemos cansados.

Algunos recuerdos son como una suave brisa de risas lejanas, como un fresco rocío de gotitas de miel que nos pegan en la cara andando en motocicleta a cien. Valió la pena.

Otros recuerdos no.

No les des bola.

No.

Me acordé que mañana cumpleaños el flaco.

No sabía nada. Hace mucho que no lo veo.

Andaba mal de salud.

Le llevemos una torta.

Si.

Ahora valen cinco mil doscientos pesos.

Viva Perón, carajo.

Combatiendo al capital.

Bueno vamos todos, le llevemos una torta.

Ojalá tenga fuerza y pueda soplar la velita.

Ojalá.

Si. Aunque sea una vez más.





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