OPINIÓN
Hay una oficina en la Defensoría de la Tercera Edad, que ayuda a que la gente que se tiene que jubilar se informe, se asesore sobre qué tienen que hacer, dónde tienen que ir, qué papeles llevar para conseguir la jubilación
Por Osvaldo Bazán
Para eso nació ese departamento.
Para que personas mayores, muchas veces sin contactos con el mundo de la burocracia estatal, puedan llenar los formularios, saber a qué ventanilla dirigirse, cumplir con las gestiones necesarias para finalmente, recibir una pequeña parte de todo lo que con su trabajo aportaron durante años.
Ese fue su objetivo inicial, pero no es la función que cumple ahora ese departamento.
A esas instalaciones ahora va la gente que tiene que jubilarse y no quiere.
Mujeres de 60 años, hombres de 65 no quieren, mejor, no pueden, simplemente, jubilarse.
¿Por qué?
Porque jubilarse en Argentina hoy es pasar a recibir la mitad de un sueldo que ya ni alcanzaba para salir de pobre.
Al argentino que cumplió la edad para dejar de trabajar, se le plantea la duda: ¿pobre trabajando o indigente jubilado?
Debe haber dilemas más simpáticos en algún lugar del mundo que no queda acá.
Jubilarse en Argentina es perder -si es de los privilegiados que la tienen- una obra social en medio de un tratamiento que PAMI no pagará de ninguna manera; es dejar de acceder al menos a las terceras marcas; es pasar a depender de hijos o nietos, en el caso de que existan y quieran y puedan.
Entonces, a la edad en que uno debería dedicarse al hobby postergado; a las danzantes reuniones estimulantes; al dolce far niente; a la contemplación intensiva de cómo una hormiguita va atrás de otra llevando una hojita; a cumplir el sueño de tocar un instrumento; a esa edad en la que en los ’60 te sentabas en la plaza o en el bar con tus amigos a ver en qué andaba el mundo; a esa edad ahora tenés que manejar un Corsa ’92 por las calles de barro del fondo perdido de un municipio administrado por un barón peronista, de esos que pueden decir que llevan falopa en sus ambulancias y aquí no ha pasado nada.
Y manejás el Corsa’92 destartalado durante horas, por andurriales sin iluminación, pavimento ni veredas. Y llevás -con lo que te queda de tus riñones maltrechos, de tu vista cansada- narcos, trabajadores, transas, señoras que tienen miedo de llegar caminando a la parada del colectivo porque en ese trayecto de pocas cuadras suburbanas quizás les roben, quizás las maten.
Y quizás, sin quizás.
Y claro, cobrás dos pesitos.
Tres, con suerte.
Y en la fiambrería 200 de mortadela.
O tomás dos colectivos para llegar a una casa de clase media que aún puede darse el lujo de pagarle a una señora para que cuide de alguna manera al anciano del hogar. Y esa señora también necesitaría que alguien la cuide, pero no puede no hacer el trayecto, limpiar pañales de otro, pasar el día entero fuera de su casa, en un ajetreo que ya no está a su alcance, porque su jubilación es miseria más miseria.
Nadie quiere ser jubilado argentino.
Porque un jubilado argentino necesita imperiosamente seguir trabajando. Y el único trabajo que encontrará vendrá con sobreexplotación, quizás mayor que la que sufrió en cualquier momento de su vida laboral.
Tendrá salarios bajísimos y en negro, claro; tomará labores de riesgo; sólo accederá a trabajos penosos.
De los 7.200.000 jubilados que hay en Argentina, 6.100.000 si tienen la suerte, cobran la mínima.
Si no son tan agraciados cobran un poco más.
Sí, en Argentina, recibir un poquito más es llevarse mucho menos. Todo está previsto para “la mínima”, esto es $70.962. (Según el INDEC, un adulto necesitó en mayo $70.522 para no ser pobre. Hay que recordar que este indicador no tiene en cuenta el costo de alquiler de una vivienda. O sea, un jubilado dueño de su casa, puede pavonearse diciendo que no es pobre gracias a $440 que lo sacan de ese grupo; $440 que podrá gastarse, sí, en un kilo de pan. Bueno, menos dos pancitos, porque el kilo está entre $460 y $480).
Si el jubilado supera ese haber de hambre, por un haber de dos días sin hambre ya se le dificulta todo, desde recibir una internación domiciliaria hasta conseguir mejores descuentos en remedios. Los 5 remedios gratis que da PAMI sólo se otorgan -con suerte y después de mucho reclamo- a quienes cobran la mínima.
Acá 70.000 son más que 90.000.
Pitágoras, padre de las matemáticas: Argentina, no lo entenderías.
Ahora bien, en esta patria con recovecos, nada es tan sencillo.
Hasta antes de ayer, la mínima era de $70.962, menos el descuento de la obra social, quedaban $ 70.000 de bolsillo más esa dádiva simpática del bono de $15.000. Un bono que cobraban los de la mínima solamente y que iba decreciendo hasta los $ 5.000 que cobran quienes reciben dos mínimas (O sea, la fortuna de $ 140.000 pesos)
Para que no se quejen más desde ayer una buena noticia para todos.
Si bien la jubilación no va a subir hasta septiembre (sólo 7 % mensual de inflación, basta de llorar) hay un aumento significativo en el bono. Porque habrá que decirlo, el gobierno puede tener dentro de sus filas gente que encubre a quienes tiran tus huesos a los chanchos, pero algo de corazoncito le queda.
Desde ayer, el bono de 15.000 pasa, hasta septiembre, a 17.000.
¡Chupate esa mandarina!
Esa mandarina y nada más, porque $2.000 pesos son 5 kilos de mandarinas que tendrás que repartir a lo largo del mes.
Todos aquellos que entraron en las moratorias peronistas para cobrar jubilación sin haber aportado van a la mínima. Son 800.000 personas que se suman a un sistema agotado sin que nadie haya pensado de dónde saldrá la plata para pagarles.
¿De dónde saldrá?
¡Ah, sí, de aquellos que aportaron! Ya se les ocurrió antes, ¿por qué no repetirlo si no pasa nada?
Con tantas moratorias, con tanto no aportante agregado, hoy el 60% de los jubilados cobran la mínima.
Pero no sólo eso, también quienes han tenido grandes períodos como autónomos van a la mínima, así hayan aportado en las categorías mayores, como empresarios o ¡caramba! periodistas, por ejemplo.
Hablamos de 1.500.000 personas más que van a la mínima o poco más.
Todo indica que el 80% de los jubilados argentinos cobrará 174 dólares.
¿Por qué alguien querría ser jubilado en Argentina?
Veo la televisión española. Al presidente Sánchez se le ocurrió que el 23 de julio sean las elecciones. Es como si acá las hicieran el 8 de enero, en pleno verano. Encuestan por la calle a una señora muy simpática y le preguntan si piensa quedarse en su casa para cumplir con su obligación ciudadana, a lo que la señora muy sonriente contesta que votará por correo porque: “Imagínate, soy jubilada, ya he trabajado, tengo derecho a mi mes de vacaciones” y cuenta que se bañará con su marido y sus amigos en el mar, que jugarán y comerán paellas monumentales.
Y parece que España no es siquiera el mejor lugar de Europa para ser jubilado.
En Argentina es lo mismo haber aportado que no haberlo hecho.
¿Cuál es el incentivo para hacerlo si al final del camino recibís lo mismo?
Ninguno.
Es obvio que el Estado no puede dejar indefenso a aquél que por la circunstancia que fuere -a menos que sea evasión planificada- no haya hecho aportes a lo largo de su vida. Nadie pretende condenar a la miseria a quien no pudo en su experiencia de vida contribuir al sistema. Lo que no se entiende es por qué debe pagarlo con su aporte aquél que sí cumplió.
Acá, porque cumpliste, recibís menos.
Aristóteles, padre de la lógica, no lo entenderías.
Y un detalle más, porque nunca deja de sorprenderte esta murga que maneja el país.
Es muy difícil, para alguien que aportó, sacar turno para jubilarse. Si alguien tiene que hacer una jubilación ordinaria, con todos los papeles en reglas porque aportó toda su vida, no consigue turno para comenzar los trámites.
¿Por qué?
La respuesta es esencia de peronismo, totalitarismo en gotitas: porque se privilegian las jubilaciones de aquellos que entraron por moratorias, aquellos que no pagaron.
¿Por qué?
Porque se supone que son votos en las próximas elecciones.
ANSES(Administración Nacional de Seguridad Social) y PAMI (Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensadios) son dos repuestas que el Estado Argentino debe dar a sus mayores.
Hoy, el peronismo se refiere a ellos como “cajas”.
Son lugares que no tienen en cuenta para nada a quienes son sus destinatarios, en donde meter militantes por la ventana -ni hace falta que tengan el secundario terminado- para seguir asegurándose esa aplastante máquina de poder.
Las empresas farmacéuticas, felices participantes de la calesita del pasamanos de dineros públicos, arreglan con PAMI, mientras tiran dinero para todas las campañas. Quizás Juan Manzur -aquel a quienes las feministas anunciaron aceptar votar, se tragaron el sapo y después le cambiaron el menú- pueda decir algo al respecto.
Luana Volnovich o María Fernanda Raverta, esas dráculas con tacones que no han parado de succionar dineros nuestros para sus propios intereses son las responsables directas de las penurias de millones de argentinos. Son también las guardianas de los valores sagrados del peronismo. ¿Llegará el día en que pagarán por sus crímenes?
María Fernanda Raverta, elegida por CFK para dirigir el ANSES, desistió de apelar en el caso donde se discutía si CFK debía recibir o no la doble pensión vitalicia.
Cada una de esas pensiones está hoy cerca de los 5 millones de pesos. Sin embargo, cuando se publicó en marzo que CFK cobraba más de 9 millones de pesos, la propia Raverta en un comunicado dijo que era “falso y disparatado”. Los dichos de quien se cree Mafalta y no pasa de Susanita,
fueron inmediatamente difundidos por la agencia oficial peronista de noticias TELAM y por la red de medios afines. Todos salieron a denostar a “Clarín” donde su publicó el dato. Sin embargo, en ese mismo enrevesado comunicado, se daba a entender que existían las dos pensiones y no había ni una pistasobre cuánto dinero es el que cobra la viuda de Kirchner.
Es más, aún hoy, pese a los pedidos oficiales de información, el dato no es público.
Raverta dijo “no cobra eso” y listo, tenemos que creerle.
O sea, sí, cobra cerca de 10 millones de pesos por mes la persona que en 2010 vetó el proyecto que establecía la jubilación mínima en el equivalente al 82% móvil.
La humanidad, en el siglo XXI, ha superado varias discriminaciones. Hoy está mal visto en las sociedades occidentales discriminar por raza o por sexo. La diversidad sexual, por ejemplo, aún con avances y retrocesos, ha conseguido un estatus que no tenía.”.
Hay insultos que por suerte ya no pueden decirse.
Por fin ha llegado el momento en que si alguien dice “¡callate, negro (o puto) de mierda!” es reprendido. Está claro que está mal, que es ignorancia + crueldad.
Sin embargo, no se ha superado la discriminación a los “adultos mayores: el “callate, viejo meado” es tolerado y hasta festejado socialmente.
Aquellos que pasaron varias décadas en este país insalubre; aquellos refractarios a los relatos totalitarios porque ya la vivieron; aquellos que saben que -aunque la historia oficial haga lo imposible por ocultarlo- acá existió la Triple A, Isabelita fue presidenta, López Rega y su culto satánico se desparramaron por la Casa Rosada de la mano de Perón; aquellos que recuerdan claramente los asesinatos brutales de la juventud maravillosa, pueden ser tachados de “viejos meados” por argentinos que creen que la historia comenzó cuando un gobernador del sur se vistió de progresista para engrosar su cuenta bancaria.
Quien quiera contar su experiencia, mostrar las llagas de una vida vivida, comparar tiempos pasados, es un viejo meado.
Claro, son los viejos meados los que pueden atestiguar un pasado en donde la escuela ofrecía cinco días de clases de calidad; las casas se hacían de material y trabajar era un mérito que te prometía el autito y las vacaciones y el asado y las fiestas.
Habrá que reconocer que sí, que son viejos meados.
Porque hay un país meando a sus viejos.
Hijos de inmigrantes analfabetos que el tiempo convirtió en padres o abuelos de emigrantes universitarios.
Es imposible hablar de memoria, si a los viejos se los barre bajo la alfombra.
Nadie piensa que va a ser viejo algún día.
Hasta que te recetan anteojos.
Andá pensando cómo te vas a lavar, porque a vos también te van a mear.
(El Sol)
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