EL TEST

OPINIÓN

Las próximas elecciones vamos a poder ver qué efecto tuvieron en nosotros tantos años de maltrato estatal

Por Osvaldo Bazán

Las próximas elecciones no son sólo elecciones.

Son un test a la sociedad argentina.

Vamos a poder ver qué efecto tuvieron en nosotros tantos años de maltrato estatal, de ninguneo peronista, de autoritarismo corporativo.

¿Hasta dónde estamos dispuestos a ser cómplices?

¿Qué veneno interiorizamos?

¿Qué brutalidad naturalizamos?

¿En qué nos convertimos?

El 20 de julio del ’22, el ex presidente Mauricio Macri recorría las calles principales de Ituzaingó en el conurbano bonaerense. Todo venía más o menos bien, dentro de lo protocolar y superficial del asunto hasta que al llegar al 2300 de la calle Brandsen quiso saludar al kiosquero de la esquina.

Salió mal.

Nadie le había avisado a Macri que el kiosquero era Domingo Gulone, un reconocido militante socialista, cercano al dueño de los canillitas Omar Plaini.

Lo que sucedió, filmado por la pareja de Gulone, Marisol, se hizo viral inmediatamente, reproducido hasta el cansancio por la miríada de medios oficialistas, desde la poderosa C5N -que hasta le dedicó un programa conducido por su rutilante estrella Pablo Duggan, con entrevista a “Mingo” y Marisol en el piso del estudio, dándole al hecho una magnitud inusitada- hasta en la innumerable cantidad de ignoto portales y radios de pequeño alcance, todas bancadas con pauta oficial, publicidades de YPF, AYSA, PAMI y otros dolores testiculares.

El kiosquero se negó a darle la mano a Macri diciéndole: “No sos bienvenido en este quiosco”.

El 20 de julio del ’23, exactamente un año después, Manu Gulone murió.

Lo que sigue da vergüenza y es una muestra de lo que pasó con nuestra sensibilidad.

Apenas comunicada la muerte de Gulone, las redes se llenaron de insultos contra el kiosquero. “Maleducado” fue lo mínimo que le dijeron. Hubo sarcasmo y chistes.

Es doloroso ver en lo que nos convirtieron.

En otras circunstancias, en un país normal, aquello que pasó el año pasado, que un ciudadano se haya negado a darle la mano a un ex presidente sería solamente eso: un ciudadano se negó a darle la mano a un ex presidente.

En otra época, más normal, nadie festejaría porque Madame La Mort merece siempre respeto.

Alguien -sea quien sea- se niega a saludar al poder.

¿Qué tiene de malo?

¿Qué pasaría si a alguno de quienes se burlaron de la muerte del kiosquero se la apareciese CFK? ¿Le darían la mano? ¿Le harían una reverencia como ex presidenta? (Bueno, esto no va a ocurrir porque CFK no hace recorridas saludando a gente que no sean especialmente seguidores fanáticos y mucho menos toma mate de chupar, como dijo ella)

¿En seres tan chiquitos nos han convertido?

¿Tan sórdidos, tan miserables?

¿Cómo haremos para sacarnos este escudo de insensibilidad que hemos usado para pasar los peores años de nuestras vidas?

¿Cuándo volveremos a ser humanos?

Se murió una persona que no le dio la mano al presidente que te gustaba ¿por qué sería tan grave?

Claro, ahí está como siempre C5N amplificando el odio y el desprecio, pero se supone que el argentino era mejor que eso.

Alguien se negó a saludar a un ex presidente.

No fue “un acto de dignidad” como vociferó Plaini ni una falta de respeto como rugieron las redes.

Era una persona que, con todo derecho, dijo “no”.

Pero como perros de la calle abandonados por sus dueños, castigados por todos, perseguidos por perros más grandes, con hambre y desahuciados, la única respuesta es un tarascón

No es bueno dejar que se seque la parte humana en uno.

No se trata de poner la otra mejilla, superar ninguna grieta, se trata de seguir sintiendo aquello que constituye al ser humano: la piedad.

Los fanáticos convierten a los demás en fanáticos y así todos nos sentamos a la mesa a comer al caníbal.

Es lo que pasa cuando discutís con un chancho. Te tira al chiquero. Vos también te embarrás pero como él está acostumbrado, te gana.

Claro que todos estamos rotos.

Seguí viendo las redes ese mismo 22 de julio.

Apareció un video de un muchacho corriendo detrás de un camión que iba a una de las dos terminales cerealeras, en el acceso sur a Rosario, entre Uriburu y Gutiérrez, como confirmó Radio Dos de esa ciudad. Abre la escotilla para que el camión pierda toda su carga de granos, que termina desparramada en la ruta.

¿Por qué lo hace?

Porque odia.

Porque ese energúmeno ha escuchado, quizás desde que nació, que gran parte de sus desgracias tiene como responsable al productor del campo, al tipo que sembró, al que cosechó, al que transporta esos granos. A él le va mal porque a otro le va bien.Se llama “suma cero” y supone que todo viene ya dado y si a uno le falta es necesariamente porque a otro le sobra. No entra en la ecuación la posibilidad de crear más de aquello que falta.

Desde la 125 y la estrambótica decisión de poner “al campo” como enemigo del país, se incentivó esta pelea.

Romper silobolsas se convirtió en un hobby encantador para los fanáticos seguidores del oficialismo. Un tiro en los pies celebrado como gesta patriótica.

El actual candidato a diputado nacional por el partido de Guillermo Moreno, Ezequiel Guazorra publicó en sus redes, en marzo del ’20: “El año pasado hice 100 mil kilómetros por las rutas del país. Ahí estaban los hijos de puta especulando con el precio del dólar con los silobolsas. Qué lindo sería que alguien lleve una navajita nomás y se los abra para que no especulen más, hijos de puta”. Después dijo que él no tenía intención de que nadie hiciera lo que él deseaba que hicieran.

También en el ’20 funcionarios peronistas de Villa María, Córdoba, con el aval del intendente, ex Rector de la Universidad de Villa María, ex secretario de políticas públicas de la nación y ex secretario de obras públicas, Martín Gill, subieron a sus redes una foto de silobolsas con la frase “trinchetas ya”, según una denuncia penal presentada por diputados de la oposición. Ahora Gill -que en aquél momento desestimó esas acusaciones- acaba de felicitar a Llaryora y Passerini del “schiarettismo” tanto como a los candidatos de Unión por la Patria.

Se ve que está cómodo en los dos lados del peronismo que quizás no sean tan dos lados.

Un año antes, la ultrakirchnerista Hebe de Bonafini había dicho “si tenemos coraje, hay que acompañar a la gente, quemarle los campos. Cuando estén por sacar la soja, que se los quemen, que no puedan recoger nada, que recojan cenizas”. Nadie del gobierno la enfrentó.

No es que se piense en una organización estatal dedicada a ir por los campos a arruinar la producción pero sí en que las palabras fósforos encienden fuego.

No debe ser casual que después de una arenga del entonces presidente Fernández en julio del ’22 tratando de “especuladores” a los productores, apareciesen rotas silobolsas entre Casilda y Los Molinos en Santa Fe con pérdidas de 8.000 kilos. El mismo caldo que la senadora kirchnerista Juliana Di Tullio quiso sazonar y, como es habitual en ella, terminó en papelón. Publicó una toma aérea donde se veían muchos silobolsas. Para ella, eso era una prueba irrefutable de especulación. Tardó nada en saberse que eran las reservas de semillas de girasol de la empresa aceitera Lezama, Seda S.A. ¿Pedir perdón? No, le arruga la ropa.

Cada silobolsa roto es menos dinero para el productor que lo necesita para volver a invertir en un negocio golpeado por la sequía y por el vampirismo estatal, pero también es menos dinero que recauda el Estado con su enorme carga impositiva sobre el campo.

Un fenómeno del que prácticamente no se habla es el de la inseguridad rural. En todo el país hay asesinatos de productores, incendios intencionales, robo de maquinarias, de cosechas, de agroquímicos, abigeato, rotura de silobolsas y usurpación de campos. La policía rural está desarmada, no existe, dicen en gran parte del país, en especial en la zona núcleo como se llama a esas tierras responsables de la mayor parte de riqueza que entra al país.

De todos los delitos el de la rotura de silobolsa o la maratón para abrir escotillas de camiones en las rutas, son los más incomprensibles.

No buscan un beneficio personal.

Busca mostrar fanatismo.

Como insultar a un kiosquero que no quiso dar la mano a un ex presidente.

Es cierto que hay una diferencia. Nadie pidió insultar al kiosquero, los peronistas sí insistieron en denigrar a los productores rurales.

Pero no es el tema.

El tema es dónde se para cada uno.

¿Qué hicieron con nosotros?

Porque últimamente está muy de moda culpar de todo a “los políticos”. Que bien se merecen muchos de ellos un tirón y mucho más que de orejas pero…¿nosotros qué?

¿Cuánto mejor es la sociedad que “los políticos”?

La respuesta no te sorprenderá: somos iguales.

Todo el tiempo, en todos lados, los analistas dicen “la gente no va a votar porque está cansada, desilusionada, no cree en nadie”.

¿Y entonces?

Ausentismo, desinterés, apatía.

¿Entienden los cansados, desilusionados, descreídos, desinteresados y apáticos que nada de ese cansancio, desilusión, descreimiento, desinterés y apatía terminará jamás si sólo siguen cansados, desilusionados, descreídos, desinteresados y apáticos?

“Ay, no sé, no me gusta ninguno, no voy a votar”, dice “el electorado”, comportándose como una niña de 8 años vestida de rosa en la cola para ver “Barbie”.

¿Así que no vas a ir a votar? ¿Y encima los analistas te justifican?

Ahí está la bronca, monstruo grande que pisa fuerte, totalmente justificada. Cuando te enterás que, además de todo lo que hicieron en la cuarentena, la ministra Filomena Vizzotti privilegió a amigos y militantes -ya sabíamos que había hecho vacunar a sus padres cuando no les correspondía- para que visiten a sus familiares, mientras prohibía el mismo gesto solidaria a toda la población, ¿cómo no te va a dar bronca? Si además se le agrega una operación para decir que no ocurrió lo que todos vimos, firmada hasta por el ministro Quiros, la bronca estalla.

No podés alquilar porque no hay nada para alquilar y lo poco que se encuentra es prohibitivo.

No podés ahorrar porque no te sobra un peso y si te sobra lo único que podés hacer es quemarlo en una comida o yendo al cine.

No podés conseguir trabajo; las empresas ya no producen porque no le entran los insumos importados que necesitan.

No podés salir de noche porque tenés miedo de que te maten por el celular. Pero ya te robaron el celular y tampoco podés salir porque el peligro está igual.

No podés mandar los chicos al colegio porque hay paro de maestros o porque la escuela no tiene agua o porque se cayó el pizarrón o porque hay paro de porteros o porque…

Mientras la mitad de los chicos del país se van a dormir con la panza vacía, la vocera presidencial dice que no hay hambre en el país.

Nos achicaron la vida; nos cortaron la luz pero no sólo la de la lamparita. La luz, en general. Estamos opacos, ya no brillamos.

Por eso la bronca. La sensación de desperdicio de años por estos tipos.

¿Entonces qué?

¿Ausentarse?

¿No estar?

¿De verdad la mejor respuesta va a ser “hacé lo que quieras”?

Quizás fueron demasiados años de martillar con aquella pavada de que “donde hay una necesidad, hay un derecho”. Demasiados años en que el mérito no fue valorado.

Por eso las próximas elecciones no son sólo elecciones, son un test para la sociedad argentina.

¿Qué estamos dispuestos a disimular?

¿Qué no estamos dispuestos a admitir?

¿Nos da todo lo mismo?

¿Qué significa votar a quienes mientras mantenían a la ciudadanía encerrada hacían fiestas con nuestros dineros en la residencia presidencial? ¿Y que encima, negaron que hubiera ocurrido hasta que las fotos hicieron inevitable el conocimiento de la verdad? ¿Y los que se vacunaron antes porque estaban convencidos de que lo merecían?¿Y los que aprovecharon para soltar los lobos contra una sociedad desprotegida? ¿Qué muestra sobre sí misma una sociedad que vota a los verdugos de Mauro Ledesma, de Luis Espinoza, de Magalí Morales, de Osvaldo Oyarzón, de Mario Cortez, en Facundo Astudillo Castro, de tantos otros? ¿Está la sociedad dispuesta a ser cómplice de esos asesinatos? ¿Y las organizaciones que tenían que defendernos y alzar la voz frente a los embates estatales? ¿Qué dijeron de la familia quom del barrio Bandera Argentina del Chaco, a los que la policía les reventó la puerta, los roció con alcohol amenazándolos con quemarlos mientras les gritaban “¡Indios infectados!” y los molieron a palos? ¿Vas a ser cómplice?

Los padres y suegros de Massa, los padres de Vizzotti, la secretaria de Guzmán, Horacio Verbitsky, el diputado Valdez, todos los Duhalde, todos vacunados VIP. Si se los vota ¿qué se convalida?

¿Qué dice de la sociedad argentina si pone su voto al espacio en donde navega Cecilia Nicolini, la argentina que fue capaz de decirle a “Dear Anatoly” que le mandara algunas vacunas, para quedar bien, porque ella quería seguir “defendiendo el proyecto” ruso? En cualquier país hubiera sido juzgada por traición a la patria. Acá, le elogian que sabe inglés.

¿Qué dice de la sociedad argentina que tiene a la mitad de su población pasando hambre, con los jubilados en piso histórico de cobro de haberes, si vota a los delfines de una señora que cobra más de 11 millones de pesos por mes?

¿Pasaremos el test? ¿O seremos tan pusilánimes? ¿Tan genuflexos?¿Tan abandonados de nosotros mismos?¿Tan humillados?

La madre de Cecilia Strzysowski, la chica asesinada, descuartizada y tirada a los chanchos por los amigos y candidatos del gobernador del Chaco hizo una marcha en Buenos Aires por el esclarecimiento del asesinato.

Ni una sola organización de derechos humanos se solidarizó.

Ni una sola organización de derechos humanos se solidarizó .

Ni una sola organización de derechos humanos se solidarizó.

¿Quedó claro? ¿Cómo no va a dar bronca? Destinatarios de millones de pesos y miles de privilegios a lo largo de estos 20 años, las organizaciones de derechos humanos ya no existen en Argentina. Ninguna, después de lo de Cecilia, tiene derecho a erigirse en faro moral de nada. Tristísimo, pero es así. Merecen el repudio. Y el repudio también a la facción política que las compró y las convirtió en cachorritos falderos.

En el test que son estas elecciones para los argentinos podremos saber qué hicieron con nosotros estos veinte años de peronismo que nosotros mismos nos tiramos por la cabeza.

¿Cuánto daño nos hicieron?

¿Cuán insensibles quedamos, cuán fanáticos, cuán apáticos?

¿Así que no vas a ir a votar porque estás enojado?

Grande, amigo.

Si tu única herramienta es el voto, es como no comer porque tenés hambre.

Somos fanáticos que nos reímos de una muerte.

Somos fanáticos que arruinamos la producción que puede salvarnos

Somos apáticos que como estamos enojados, decidimos no hacer nada.

Dentro de pocos días hay un test.

Es la oportunidad para comprobar si aún tenemos alma.

(El Sol)


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