EL LADO MÁGICO DEL ALMA

CULTURA

El cuento de la semana

Por Walter R. Quinteros

Me contaron algunos amigos que el señor José Antonio parecía haber envejecido unos cuantos años, desde que se propuso experimentar con viejas y nuevas fórmulas fantásticas, con las cuales quería encontrar, el lado mágico del alma.

Dicen que así de sencillo, era su obstinado comportamiento.

Aseguran que empleó, para lograr aquel objetivo, distintos mecanismos conseguidos en un viejo laboratorio de un viejo amigo alquimista de Santiago del Estero, devenido en triste descrédito, que finalmente se los facilitó en préstamo.

Consiguió primero una mesa de trabajo, quemadores, diversos tubos de ensayo, balanzas, aparatos de medición, alambiques y todo aquel artilugio necesario para alquitarar sus artificios. Pero no se detuvo en eso.

Me cuentan que él sabía íntimamente, que para encontrar aquel esquivo lado mágico del alma, también precisaría de una buena porción de suerte, de contar con toda su intuición heredada por linaje familiar, y de la inestimable ayuda ofrecida a través de distintos manosantas, brujos con sus embrujos, macumbas varias, velas de colores, aceites sulfurosos y porqué no, practicar ritos paganos relativos a las almas, como así también acudir a los divagues mentales de algún gurú de moda en la zona de San Marcos Sierras.

El señor José Antonio, pretendía entonces, excederse claramente a las leyes de la naturaleza, y afirman que terminó recluyéndose en su departamento, donde construyó el laboratorio en un pequeño espacio frente a su dormitorio, midiendo éste tres pasos en dirección a la cocina, partiendo desde la puerta, por otros tres pasos, a partir de la pared lindera con el vecino. Allí instaló una lucerna sobre los elementos para mantenerlos bien iluminados, y manteniendo la puerta entreabierta, obtenía una buena ventilación en el lugar.

Dicen mis amigos, que ellos sabían que casi no dormía, que alucinaba con los sincretismos entre dioses y las fórmulas de pócimas, dicen que meditaba en silencio la composición de los ingredientes de las esencias empleadas, y la combinación de sus partes constitutivas.

Creen ellos que preconcebía con cierto criterio sus logros y su aplicación, por ejemplo: vertiendo una gota en una pequeña taza de café humeante que tomaba muy despacio y que luego se predisponía a sobrellevar los efectos resultantes posteriores, en la posición de acostado, mirando el cielo raso.

Compenetrado enteramente a su experimento, el señor José Antonio nunca abandonó sus oraciones nocturnas. Todos sabemos que es un hombre recoleto y temeroso, y que él se encomienda a los designios del Señor. Dan clara Fe mis amigos, que dicen que pedía fervorosamente que calme el incipiente temblor de sus manos al emprender semejante empresa, y que ésta le resultase venturosa, eso es lo que pedía en sus ruegos, dicen.

Quienes lo acompañaron por algún tiempo, me contaron que estuvo días y noches enteras estudiando, experimentando y llevando un minucioso registro de los progresos alcanzados. Eso, a pesar de los malos augurios y malas ondas que le enviaban sin pausa, pero sin apuros, en una fatigosa continuidad, las brujas maledicentes y despechadas integrantes del club de las conspiradoras de Cruz del Eje.

Así, abocado por completo y deseoso de poder concentrar en un pequeño frasco el producto de sus vigilias, observaba que sus mezclas evaporaban pigmentando colores, e incorporando aromas, hasta que finalmente, logró un consistente equilibrio que consideraba el justo y necesario para su propósito.

Hasta que un día, extenuado y lánguido por sus esfuerzos, pudo al fin decirles a todos que tenía certezas de haber encontrado el método para llegar a la poción que ingresaría en aquella sustancia espiritual e inmortal llamada alma y que ésta poseyera definitivamente, algo de magia. Un poco aunque sea.

Pero la magia suficiente para que cuando amemos, lo hagamos sinceramente, con vuelo, con alas, con imaginación.

Que amar sea alucinante.
Embriagante.
Fascinante.

O sea, algo maravilloso, algo estupendo. 
Con toda el alma. Dicen que decía.

Cuando el señor José Antonio extrajo, almacenó y etiquetó la poción siguiendo las instrucciones enunciadas en los distintos manuales pertinentes, comenzó a desarmar el laboratorio, embalando todo en cajas, con calma y ordenadamente para entregar en devolución a su amigo alquimista.

Finalmente, dicen, se dispuso a descansar, aún sin saber si aquel invento, sería eficaz para aplicarlo en ciertas personas que ya no lo necesitaban.

Y pensando en eso, se quedó dormido.
Quizás... El tipo soñaba envuelto en todas sus dudas.

Quién sabe.

(© Walter R. Quinteros / Cuaderno de las malas noticias)

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