POLÍTICA STREAMING

OPINIÓN

Ahora pagamos para no tener nada. Y lo hacemos felices

Por Nicolás Lucca

Hace unos meses sostuve desde este mismo espacio que, si las cosas seguían así, no les extrañe que el kirchnerismo tenga alguna chance de retener el Poder. Todos los análisis que se quieran hacer sobre intenciones de voto e imágenes positivas o negativas, excluyen un factor imponderable: el brutal ausentismo. Y como el porcentaje de votos se hace sobre una torta solo conformada por quienes emitieron un sufragio válido y no incluye a quienes se quedaron desanimados o con bronca en sus casas… Nada, qué se yo. Cuando lo dije me putearon. Ahora nos putean a varios. Algo es algo.

De todos modos, la genialidad se encuentra en haber conseguido que, ante la crisis económica y social más pesada desde 2002, la agenda de los principales medios pase por la interna entre dos candidatos de Juntos por el Cambio. Y eso es una obra reconocible en el equipo de Sergio Massa, aún fanatizado por House of Cards, a pesar del final de la serie: el arte de ser el principal damnificado y la solución posible a un problema autogenerado. Y trepar, solo retroceder para tomar impulso. Puro Massa.

Es obvio que Massa puede soñar con algo, si entre sus amigos y él pasan más tiempo en la rosca política que en tratar de arreglar el caos. Ni que tuviera a cargo el destino económico de lo que aún llamamos país. ¿Que consiguió? Que existan distintas lupas para buscar los pormenores de cada espacio y dentro de los mismos espacios.

La misma lupa con la que se mira con lujo de detalles al armado de Juntos por el Cambio se empaña y deja de funcionar al momento de chusmear al Frente de Todos. Dentro del Frente de Todos, no es el mismo trato el que recibe el expresidente Alberto Fernández que Sergio Massa. Ejemplo número uno: el ministro de Economía nunca, pero nunca es mencionado en ninguna nota que anuncie el monto de inflación del mes. Ni que fuera de su incumbencia.

Todo bien con las decisiones editoriales, que yo también estuve en ese barro. Ahora, de ahí a que se aborde como “crujiente” la interna de Juntos por el Cambio que se definirá en las primarias, mientras se habla por arriba del cabarulo incendiado en el que se ha convertido el oficialismo… No sé si se pide tanto, pero estoy muy seguro que no rinde. Las métricas –informes numéricos que muestran cuáles notas son más leídas que otras– así lo indican. ¿Y entonces? ¿Por qué lo hacen? ¿Qué los motiva?

No es que quiera igualar, pero vamos, que ponerse en puristas a la hora de ver quién se suma a un espacio es jodido en esta Argentina con menos memoria que una Commodore 64. Ejemplos sobran: en 2019 la incorporación de Miguel Ángel Pichetto al espacio de Cambiemos fue directamente para la vicepresidencia. Jugada maestra del entonces oficialismo. El propio Pichetto se excusó de opinar en este 2023. En 2019, el republicano no venía de gobernar ninguna provincia, sino de presidir la bancada oficialista del peronismo desde 1997 antes de Cristo. La necesidad de que no volviera el kirchnerismo bastó para que un 41% de los votantes miraran solo la mitad de la boleta.

Nada se pierde, todo se transforma y hasta el propio José Luis Espert pasó de restarle votos al “kirchnerismo de buenos modales” a sumarse con bombos y platillos. En 2019 sacrificó amistades. En 2023 sacrificó las que le quedaban. Y después dicen que la política no enamora.

Que la interna de Juntos por el Cambio hoy sea la tapa de toda noticia es muy óptimo para quienes tienen otros planes. ¿Quién habló de la inflación de mayo en esta semana que finaliza? ¿Quién es el principal beneficiado de que no se hable del agujero negro que cada argentino tiene en su bolsillo?

Electoralmente no le bajaría el precio a nadie, ni al propio Massa. ¿Por qué? Por acostumbramiento. ¿Cuánto llevamos con inflación desmadrada? Lo suficiente como para acostumbrarse. El dedo de la jefa espiritual de la Nación, una buena campaña de división del voto opositor, y a otra cosa. Incluso con Eduardo De Pedro deberían tener más respeto. Sí, causa gracia un 8% de intención de voto. ¿Saben quién tenía un 8% de intención de voto cuatro meses antes de las elecciones presidenciales de 2003? Néstor Kirchner. Una oposición dividida, un buen padrinazgo, algunos sindicatos, y chau.

Hay un símbolo de esta época que todavía no dimensionamos: cómo entregamos cosas de forma voluntaria.

La realidad política de un país refleja la realidad de la sociedad. Eso de que el pueblo tiene el gobierno que se merece es una frase gastada y que ya perdió todo significado. Ahora, decir que todo pueblo tiene el gobierno que mejor lo representa en determinado momento de su vida, es un hecho cada vez más palpable. Sí, incluso en una dictadura.

Hoy vivimos una era en la que no tenemos prácticamente nada mientras creemos tener más que nunca. Me refiero al consumo de productos audiovisuales. ¿Cuántas películas o series tiene tu videoteca? ¿Cuántos discos compactos o discos tenés en tu discoteca? Salvo contadas excepciones, la inmensa mayoría se desposeyó de sus propios bienes sin que nadie lo obligara más allá de la sensación de modernidad y el “ahora tengo a mi alcance toda la música del mundo”.

Pero no es tuya. En el mismísimo momento en que decidís dar de baja el servicio de streaming musical, toda la música del mundo se va de tus manos. Toda. Lo mismo con los servicios de películas y series. Podría resumirse en que ahora pagamos para no tener. Y lo hacemos felices.

En buena medida, este gobierno no habría sobrevivido en otra época en que las posesiones lo eran todo. No hubiera tenido margen con cuatro años sin cuotas ni para comprar un pantalón. Pensemos en por qué queremos poseer cosas: para usarlas, para disfrutarlas y para sentir que tenemos algo. Imaginate quedarte afuera de cualquier conversación sobre la serie del momento, no poder opinar de ninguna película, tener que pagar 25 dólares para tener el disco de tu artista favorito. 12.500 pesos de principios de junio de 2023. ¿Quién puede hacerlo hoy?

Hoy lo analógico es despreciado. Pagamos servicios para sentir la plenitud de tenerlo todo cuando, en realidad, no tenemos nada. Y lo maravilloso, lo único maravilloso de esta nueva costumbre cultural es que, una vez más, es lineal con el gobierno: dice administrar un Estado omnipresente y entrega cosas que le fueron quitadas a los ciudadanos previamente.

Pero volvamos al punto básico. Sin el streaming, no habrían podido. No digo que John Netflix y sus socios de plataformas sean cómplices. Solo sostengo que en el Gobierno deberían prender una vela a Santa Internet cada día. Porque las grandes crisis económicas derivan en desparramos sociales cuando la gente toma conciencia de que no puede acceder a algo. Y si alguien hizo bandera del consumo, ese alguien es el kirchnerismo que hasta llegó a ofrecer 50 cuotas para comprar un televisor en 2006.

Me es imposible no trazar la linealidad con la política en su esplendor. ¿Qué son los grandes frentes políticos más que plataformas para elegir lo que queramos a nuestro gusto? Dentro del Frente de Todos conviven una parte del peronismo junto al Partido Comunista. No, no es joda, es así desde 2005. ¿Y en Juntos por el Cambio, donde el Partido Socialista de Roy Cortina integra la coalición porteña muchísimo antes de que todos puteen a Stolbizer?

Quizá sea por eso que Javier Milei creció tanto en las encuestas. El tipo habla como liberal delante de unos, paleolibertario delante de otros, anarcocapitalista frente a una buena porción de la sociedad, y al mismo tiempo te cita a La Biblia, el Talmud, condena el aborto y defiende la venta de órganos. Todo junto, elija su combo a piacere. Pero es uno solo. Entonces, a nadie le importa que vaya con Bussi Jr. o con Benegas Lynch. El líder es él y es el líder que vos quieras.

La política en democracia hace mucho, demasiado tiempo que adoptó lo peor de la demagogia: un vendedor que ofrece lo que el cliente quiere. En nuestro caso democrático, todos somos potenciales clientes. Y los vendedores ya no saben qué hacer ni cuál promo inventar para captar a la mayor cantidad.

La necesidad de tener lo que queremos, cuando lo queremos y donde lo queremos, se ha trasladado a todos los aspectos de nuestras vidas. La política no podía ser la excepción. Pero no nos entienden. No comprenden a un electorado irritado en el que todos sabemos lo que queremos, solo que no coincidimos entre nosotros. Sí coincidimos en que queremos una solución, no dolorosa e inmediata.

Lamentablemente no se puede ofrecer una pizza grande de mozzarella en un combo con un par de medias y un viaje a Berlín. No hay forma de agradarles a todos. Las plataformas de streaming no triunfan por ofrecernos todas las opciones. De hecho, no las tienen. ¿Querés el mundo de Spielberg? Lo siento, andá a HBO.

¿Es pura casualidad que justo ahora se estrene Diciembre 2001 en una plataforma de streaming? Está basada en un libro de Miguel Bonasso, uno de los inventores del relato kirchnerista en los orígenes de la épica, y con una producción que tendrá muchos contenidos en varios países y nominaciones a premios internacionales, pero que hace 12 años le cobra a la TV Pública por hacer Cocineros Argentinos.

No se cumplen veinte años ni veinticinco. No hay número redondo para celebrar, conmemorar ni homenajear. Solo hay elecciones y la necesidad de atosigarnos con el recuerdo de lo que puede pasar si volvemos a un lugar al que no se puede volver. No sé si está bueno recordarlo, igual. Hoy tenemos 5 millones más de pobres que aquellos que nos resultaban insufribles en el último año que vivimos sin inflación. Ese año en el que el salario mínimo era de 200 dólares, unos 345 verdes actualizados por la inflación de Estados Unidos en este 2023 en el que el salario mínimo es de 160 dólares.

No digo que las cosas estuvieran hermosas en diciembre de 2001, pero un poquito de pudor, chicos. Solo digo que hoy estamos mucho, pero muchísimo peor y el helicóptero solo se ve cuando al Presidente se le da por ir a dar una charla a alguna radio.

A todo esto se le suma el discurso estúpido de la esperanza puesta en el pueblo. ¿Algo más que quieran reposar sobre nuestras cabezas, manga de sociópatas? “No, porque el Argentino es buscado en todos lados, vistes, tiene el superpoder de levantarse siempre”. ¿Sabés qué sería original? No tener que caerme nunca más porque un gobierno me mete la pierna. “El Argentino está tan acostumbrado a los problemas que es buscado en todos lados”. Golazo. Y muy, pero muy cierto. Tan cierto como que en el exterior nos comportamos como jamás lo haríamos acá.

Mi abuelo me contó miles de historias maravillosas. Una de ellas comienza en Italia, poco después del fin de la monarquía, del fascismo y de la Guerra. El señor que administraba la estación del ferrocarril no se retiraba hasta que no pasaba el carro de la empresa a retirar la recaudación. No importaba la hora, el hombre se quedaba ahí con el dinero. Para mediados de la década de 1950, tanto mi abuelo como el administrador ferroviario se habían mudado hacia la Argentina. ¿De qué consiguió trabajo el buen hombre? De administrador ferroviario. Si mal no recuerdo, en la estación de Villa Martelli. ¿Y qué hacía el hombre con la recaudación? Se la llevaba a su casa.

¿Sómos las personas o es el contexto? ¿Todos somos buenos si viviéramos en libertad total o realmente necesitamos de un Estado que oficie de Estado? No hace falta un totalitarismo para caminar derechitos. Con que se cumplan las leyes, alcanza.

Esa historia me causó gracia porque la recordé la primera vez que viajé al exterior. El primer día quise probar si era cierto que los autos frenan en los cruces peatonales. Y todo para darme cuenta que, para probar esa leyenda, yo cruzaba la calle por donde correspondía, y no en diagonal y por la mitad como lo hacía en Buenos Aires.

Sí, tenemos instinto de supervivencia, pero porque nos gusta jugar a la selva. Y en toda selva hay una especie dominante que, casi nunca, es la más inteligente sino la más fuerte.

Todos escuchamos anécdotas de compatriotas que, al trabajar en el extranjero, son los únicos que no entran en pánico cuando surge un problema en el laburo. No, no son idiotas el resto de los laburantes. Tienen tan pocos problemas externos que el mínimo inconveniente laboral merece toda la atención.

Imaginate no tener que convivir todo el puto tiempo con todos los problemas generados por el país en el que las leyes son listados de sugerencias y en el que los políticos se sienten tan, pero tan importantes que nos tienen todos los días a la deriva entre sus delirios mesiánicos de salvataje de problemas por ellos generados.

Quizá, con todo el tiempo libre que queda, se nos ocurran ideas como para crear esas empresas gigantes a donde van a trabajar los grosísimos argentinos, esos que se adaptan a cualquier cosa, vistes.

(Nicolás Lucca / Relato del PRESENTE)

Comentarios