LA REALIDAD CONTRA LOS CABEZAS DE TERMO

OPINIÓN

Las cosas como son

Por Carlos Mira

Parte de la estafa moral que el kirchnerismo ha significado para millones de argentinos (en cuyo reservorio este rejunte de delincuentes ha encontrado, paradójicamente, su caudal de respaldo electoral) fue explicada muy bien ayer por Hernán Lacunza, el referente económico de Horacio Rodríguez Larreta y último ministro de economía de Mauricio Macri en 2019.

En una reunión del IAEF (el Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas) el economista desafió a que cualquiera en el auditorio de 800 personas levantara la mano si no estaba subsidiado por el Estado.

“Levante la mano el que no recibe subsidios. Cualquiera que me quiera contestar al azar, no quiero exponerlos. ¿Vivís en zona sur? Tu energía está subsidiada. ¿Pagás de luz 5000, 6000, 4000 pesos? Está subsidiada. ¿Alguien vino en Aerolíneas a la reunión? Estás subsidiado. ¿Alguien vino en auto y cargó en YPF? Está subsidiado. ¿Alguien tiene un familiar que entró en una moratoria previsional? Está subsidiado”, indicó. Y continuó, “en esta sala de 800 personas, por cómo estamos vestidos, por dónde estamos… somos el 10% de mayores ingresos y de mayor educación, y toda la sala está subsidiada”.

La estafa más profunda del Kirchnerismo ha consistido precisamente en esto: ha convencido a millones de que el estatismo era en beneficio de los que tienen menos y todo se ha convertido –más allá del condimento de corrupción que estos capitanes del crimen le han agregado- en una tremenda injusticia en donde quienes tienen menos posibilidades pagan parte de los lujos que pueden darse los que tienen más.

En materia de gas, por ejemplo, Lacunza puntualizó que el “40% de los hogares de la Argentina no tiene gas de red, así que no están subsidiados. Son de menores ingresos; usan garrafa, un esquema más indirecto y desordenado de subsidios… Ningún país va a funcionar subsidiando a toda su población en ningún aspecto y tampoco en la energía. Lo primero que tenemos que hacer es ser conscientes de eso”.

Ahora, la simple presentación de un plan de adecuación de estos despropósitos te pone 20000 personas en la calle gritando contra un gobierno “insensible”. ¿Cómo se explica este fenómeno de hipnosis colectiva? El kirchnerismo debería tener la palabra aquí. Porque ha sido el kirchnerismo el que ha encantado a la serpiente, el que ha convencido a la gente de que este desquicio económico (además de la inmoralidad que conlleva) era un beneficio para los pobres.

Lacunza dijo estar convencido que pensar que los bienes públicos “son un regalo divino” es un “mal cultural” que devino de 20 años de kirchnerismo. “El daño cultural es pensar que la energía es distinta a la leche. A la energía hay que producirla, transportarla, distribuirla. Si esta luz que nos alumbra cuesta 100 pesos y la vamos a pagar 25, los otros 75 no es lo que pagan los vietnamitas, lo pagamos con expensas, con otros impuestos y con inflación. Y los que más sufren la inflación son los pobres. Nosotros tenemos algún plazo fijo UVA, algún dólar, alguna propiedad, algún vehículo, protegido contra la inflación. Los de menores ingresos no pueden protegerse. Es un subsidio de los más vulnerables a los ingresos medios y altos. No se regala nada, nada es gratis, se paga por otro lado”.

Sin embargo, el imperio del cabeza-termismo que el kirchnerismo propulsó, estimuló y diseminó ha instalado la idea de que el intervencionismo estatal en el esquema de los precios (cuyo mayor estrago puede verse en el tema energético por la contracara que tiene en lo que el país debe gastar para suplir con importaciones la energía que no se produce localmente por falta de estímulos en la retribución por precios) es un mecanismo de defensa hacia los pobres.

Esta estafa -que viene de la mano de hacerle creer a la gente el discurso odioso de que la inflación es fruto de la puja distributiva y del afán empresario por ganar más sacándole la plata del bolsillo a aquellos de menores ingresos (Cristina Fernández de Kirchner dixit)- es de una profundidad de tal magnitud que es muy difícil dar vuelta.

¿Qué respondería esta iletrada económica si se le exigiera que resuelva el misterio que supone el hecho que los empresarios que representan las mismas marcas internacionales en países vecinos no quieren meterse en el bolsillo de los pobres para ganar más a costa de sus pesares y no aumentan los precios, mientras que sí lo hacen en la Argentina? ¿Acaso un rayo misterioso ha caído en este suelo y ha provocado un giro hacia la malicia que no padecen otros empresarios de la región?

Porque si la inflación es el fruto de la maldad empresario y de la insensibilidad de los poderosos frente a los pobres, eso debería replicarse en todo el mundo dado que sería una marca en el orillo del sistema capitalista, basado, según esta burra, en la idea de que los “poderosos” explotan a los “débiles”.

Una vez más, señora, ¿por qué los “poderosos” de Chile o de Uruguay no quieren aprovecharse de los pobres de sus países? ¿Solo los “poderosos” argentinos son malvados y aumentan los precios para ganar más? ¿O será que el sistema corrupto e inviable en el que usted cree y del que usted se aprovecha es el que genera la inflación y los demás desbarajustes que terminan pagando los más pobres?

El otro día, en el aeropuerto Jorge Newbery, la hotelera condenada no solo marcó la cancha política de su propio candidato para el improbable caso que sea presidente: pretendió marcarle la cancha económica, insistiendo una vez más con estas disparatadas ideas como para que a Massa ni siquiera se le ocurra pensar en ir por ese lado.

Aunque sabemos que Massa no tiene escrúpulos demasiado profundos como para preocuparse por las traiciones, que Kirchner haya insistido con la perorata de la “puja distributiva” como causa de la inflación, da la idea de distancia que hay entre las soluciones que el país requiere y todo lo que huela a kirchnerismo.

Pero, otra vez, caemos en las mismas conclusiones de siempre: las elecciones se ganan con votos y la prédica peronista de 80 años (exacerbada por el kirchnerismo en los últimos 20) ha convencido a una masa -que puede ser aún electoralmente decisiva- que la intervención del Estado protege a los pobres y enfrenta a los poderosos.

La intervención de Lacunza ayer en el IAEF demuestra con pocas palabras y con ejemplos concretos (y hasta toscos) que es exactamente al revés.

(Carlos Mira / The Post)


Comentarios