NADA HAREMOS

OPINIÓN

La Nada es ella en sí misma. Donde nada existe

Por Nicolás Lucca

Cuando era chico me volvía loco La Historia Sin Fin. Una vez, al terminar de verla, noté que, además de la estafa del título, me costaba aceptar el concepto de La Nada. No es un vacío, porque el vacío es algo. La Nada es ella en sí misma. Donde nada existe.

Estas semanas volví a pensar en esa maravillosa historia. Luego de lidiar nuevamente con el trauma desbloqueado de ver a Atreyu impotente ante la inevitable muerte de Artax –háganse de abajo, millennials traumatizados por el Rey León– me agarró el ataque filosófico. La Nada.

La utilizamos mucho como descripción. Solemos decir “la nada misma” para graficar muchas acciones o geografías. El asunto es que paseaba por los portales de noticias del domingo. Y luego entraba a Twitter. Más tarde salía a pasear. Lo mismo ocurrió el resto de la semana con una rutina en la que solo cambia el paseo por el trabajo. Leo titulares de política, de lo que queda de la economía, las reacciones en redes sociales y la total falta de interés de la calle.

No es que la realidad y el futuro inmediato del país no importe. De hecho, doy por sentado que importa y mucho a casi todos. Solo creo que el mecanismo de hartazgo lleva a que toda idea devenga en una reacción ciudadana resumible en “La Nada”.

Hay sujetos que solo miran lo que tienen alrededor y con eso les basta para hacer un diagnóstico que ratifique su pensamiento previo. Un sesgo de confirmación. Cuando la cínica de la portavoz oficial dice que el país no está tan mal porque ella sale al teatro y ve los restaurantes llenos, le creo. Es lo que ella quiere ver. Qué importan las estadísticas. Después de todo, es la portavoz de un tipo que nada tiene para decir. De allí para abajo, todo es creíble.

Este verano la Agencia Télam publicó que el récord de turistas ascendió a 33.8 millones en el verano. Somos 46 millones de habitantes y la pobreza alcanza al 42%. ¿Son boludos o forros? El desagregado de ese informe nunca lo vimos ni lo veremos. El seguimiento de las personas, tampoco: desde 2019 no se publica una sola estadística en ningún ministerio.

Esta Semana Santa, como todas las Semanas Santas, se anunció como positivo los 2 millones y pico de turistas que se movilizaron dentro del país. 2 millones no es ni el 5% de la población argentina. Casi el 96% dedicó su turismo a ir de la cama al living. Puede que en un esfuerzo sobrehumano haya llegado a alguna plaza. ¿Repercusiones? La Nada.

El mes que viene la quita de subsidios a los servicios domiciliarios será total para un porcentaje enorme de la población y los aumentos superarán el 400% interanual. Es justo, claro, pero un tanto inoportuno y hasta irritante cuando vemos que los ajustes son a la marchanta y con amiguismo.

Esta semana comenzaron a dar de baja el monotributo de miles de contribuyentes que, por algún motivo, dejaron de abonar durante la pandemia. Doy por sentado que esos motivos tienen que ver con cuestiones económicas. Nadie con la economía resuelta buscaría quedarse sin el permiso feudal de trabajo.

Es interesante ver que impidan la emisión de facturas. Seguro que de ese modo el deudor podrá juntar el dinero para pagar la deuda: sin laburar ni vender. Más interesante es saber que el 2 de enero salió en todos lados que el Gobierno le perdonó a Edenor y a Edesur una deuda equivalente a 353 millones de dólares. Y les dan el aumento. ¿Cómo no premiarlos si son los reyes del blindaje mediático del Híperministro?

Y así están las cosas. Piensen en el pobre Pedro. Pedrín se despierta ahogado en su propio sudor porque no hay servicio de luz en medio de la mayor ola de calor de la historia registrada. Luego de un par de días de tener que limpiarse el sobaco con toallitas de bebé, se encuentra con la sorpresa de que volvió el servicio eléctrico. Coloca a lavar ropa urgente. Se corta la luz. Vuelve. Se va de nuevo. Vuelve. Se va. Vuelve. Se queda. Lo que no vuelve es el lavarropas y la heladera pide que por favor le habiliten la eutanasia.

El arreglo del lavarropas “cuesta lo mismo que uno nuevo”, le informa el tipo del service. Que uno nuevo argentino, de esos que los prendes y saltan las alarmas en el Instituto Nacional de Prevención Sísmica. Pedrito insiste en reparar el lavarropas, dado que la pandemia, la invasión de Rusia a Ucrania y la pesada herencia del gobierno de Juárez Celman eliminó de la faz de la Tierra el acceso a las cuotas. Lo sabemos todos, lo sabe usted, lo sé yo: las cuotas desaparecieron. Tiene cierta lógica, dado que un 105% de inflación y una tasa de interés del 91% hacen inviables cualquier financiamiento. Ya lo había dicho el responsable de Industria hace mil años, cuando el interés estaba en el 21%. Imagínense como estará la mano que el hombre ya se quedó hasta sin palabras.

Resignado, Pedro decide que reparará el lavarropas aunque deba recurrir al sector marginal. Hoy, conseguir la placa de un lavarropas es como traer un kilo de éxtasis desde Europa. Por suerte, Pedrito tiene un amigo que conoce al cuñado de un amigo del compañero de trabajo del papá de un compañerito de fútbol del nene. Ese tipo labura en la Aduana y por una módica cifra le deja pasar la placa que Pedrito pagó legalmente. Legalmente para todo el mundo por fuera de las fronteras de la Argentina. Aquí, es un crímen. Bueno, un crímen siempre y cuando no se conozca al cuñado del amigo del compañero de trabajo del papá de un compañerito de fútbol del nene del amigo de Pedro.

Mientras Pedro hace malabares para compensar el gasto extraordinario, piensa que de algún lado obtendrá los fondos. No la tiene fácil: en junio cumple un año de alquiler y ya sabe que, por la generosidad de los legisladores, alguien pensó en su comodidad y deberá gatillar una actualización cercana al 100% en la cuota mensual. ¿Cómo no le va a corresponder esa suma si el Estado ha determinado que el promedio de los sueldos también aumentó ese monto y acompañó a la inflación?

En un país en el que el funcionario público cree que el mundo es empleado estatal, Pedro se encuentra en pelotas: no solo sus ingresos no subieron 100% sino que a duras penas consiguió corregir los ingresos un 20%. Un poco más y pierde clientes.

Y ya que hablamos de clientes, pobre Pedro. Justo esta semana se le ocurrió cumplir con su deber ciudadano y emitir facturas electrónicas para dos tipos que contrataron sus servicios. Otra vez será: inhabilitado por la AFIP por no pagar el monotributo. Por suerte es un ahorro forzado y cuando termine de resolver toda la burocracia y pueda pagar la deuda con la venta de un riñón, lo que le debían esta semana valdrá un 10 o 20% menos. En pesos. Quizá valga aún menos en dólares, pero a quién le importa.

Pedro puede pensar que el gobierno le perdonó la deuda a unos tipos que le arruinaron un lavarropas que no consigue arreglar por culpa del gobierno y, a la vez, él sí debe pagar sus deudas con un Estado que no le ha dado un choto en sus años de vida. Pero Pedro sólo piensa en cómo salir del paso. Es su vida. Es la de millones.

Prácticamente es la vida de todos esos que no tienen tiempo para opinar en redes, que no atienden las encuestas telefónicas porque están ocupados en producir y que para estar informados les alcanza con ir a comprar al súper y notar que tienen que tirar cada vez más billetitos naranjas sobre la caja.

Pedro y millones como él componen una enorme masa de votantes esporádicos. Son los que hacen quedar en ridículo a todas las encuestadoras desde hace lustros. La abstención electoral en la Argentina se encamina a batir su propio récord con un 60% proyectado de ausentismo. Un escándalo para cualquier democracia, pero en la nuestra debería dar pavor: acá el voto es obligatorio.

Cuando se acaban las opciones, cualquier plan es mejor que ir a votar un domingo. Muchos dicen que es demasiado temprano en el año electoral y que por eso la gente todavía no tiene decidido absolutamente nada. Bueno, ya se votó en dos provincias. No fue ni el loro.

¿Lo ven? ¿Cómo es que seguimos en el fino arte de darle cabida a cada publinota de Sergio Tomás? ¿Cómo es que las replicamos si cualquier colega con acceso a Google Analytics y Dax Comscore sabe –y bien que lo saben– que no miden, no midieron ni medirán jamás? No sé, quizá mida si el tipo llega a Presidente. Pero un título que muestra al ministro de Economía firme y enojado frente a los especuladores… ¿Es joda?

Habla Cristina. Treinta notas que no lee nadie. Horacio y Patricia se tiran con dardos. 450 notas que no logran rankear en las diez más leídas de ningún medio. La Nada.

La Nada no implica que esas noticias no sean importantes. Sin embargo, todo aquel que haya trabajado en un medio sabe que la premisa principal de la oferta noticiosa está compuesta por tres partes: lo que el medio quiere comunicar, lo que el consumidor quiere que le informen, y aquello que debe ser informado aunque no le interese a nadie. Cada vez que ese equilibrio tripartito se inclina, hay un problema.

Cuando solo se entregan las notas que el consumidor quiere, aparece lo peor del periodismo demagogo, capaz de cualquier cosa por un par más clicks o medio punto de rating. Cuando se opta por dar solo la información que el medio quiere dar, puede derivar en falta de conexión con el sentir de la calle, con intereses particularísimos ideológicos y/o monetarios, o estamos ante una muestra de superioridad moral en la que si las notas no impactan es porque el consumidor es un burro. Y cuando solo se da la información que a nadie importa, da lo mismo ser el medio más leído de habla hispana o la agencia estatal de noticias.

La Nada se ha apoderado de la opinión pública hace tiempo. No es que los ciudadanos no tengan juicio de valor sobre las cosas, sino que entraron –entramos– en modo avión. Sabemos que vamos a algún lugar, no tenemos idea dónde terminaremos, pero preferimos que nada nos perturbe aún más. Porque no podemos hacer nada.

Muchos sostienen que este Gobierno aún existe porque son ellos quienes gobiernan y no otros. Es cierto que hay algunos hechos que acompañan esta visión, como que la CGT no haya hecho un paro ni cardiorespiratorio en todo lo que lleva Alberto de paseo con la nuestra. Pero también es cierto que no han habido movilizaciones masivas más que para celebrar lo único que la política no nos dio.

En una semana, según los medios Massa logró bajar el dólar de 410 a 475 pesos. Un titán. La remarcación de precios ya se da día por medio en cualquier comercio de alimentos de proximidad. El piso de inflación de mayo tiene un ocho adelante. La suba de los combustibles es mensual y, así y todo, está pisadísima. Los pasajes del transporte de pasajeros están más atrasados que la vanguardia progresista. Si te salió un lunar medio raro, es más probable que llegue tu funeral antes que el turno del dermatólogo, vayas a un hospital público o tengas el mejor plan de la más top de las prepagas.

Tenemos ciudades tomadas por narcos, tiroteos en colectivos llenos de pasajeros, siete de cada diez chicos que no comen lo que tienen que comer, y tres de las mayores anomalías que puedan darse: impuestos nórdicos para servicios subsaharianos, trabajadores bajo la línea de la pobreza y precios regalados para sueldos que no pueden pagarlos.

Podríamos culpar a la CGT o al propio peronismo de que todo esto no haya reventado en las calles. Pero por el 1% de lo descrito arriba metíamos un millón de personas cada dos meses en la 9 de Julio mientras gobernaba Cristina.

Protestas por la corrupción, protestas por muertes inexplicables, protestas por impuestos. Llegamos a marchar por una reforma al Consejo de la Magistratura. Los volvíamos locos, 678 nos trataba de golpistas, nos insultaban, todos los funcionarios hablaban para minimizar y Cristina se escondía. Era hermoso. Ayer.

¿Hoy? La Nada.

(© Nicolás Lucca / Relato del PRESENTE)


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