VOTO A VOTO, PIÑA A PIÑA

OPINIÓN

El episodio tiene un antes, el clima de frustración y rabia que va cubriendo a la sociedad argentina

Por Sergio Schneider

La golpiza del lunes a Sergio Berni, en las afueras de La Matanza, a manos de una multitud indignada por la inseguridad que horas antes le había costado la vida a un colectivero, estuvo cerca de llevarse también la del ministro bonaerense. La agresión no se convirtió en linchamiento por la acción de la policía, que evacuó del lugar a un Berni sangrante y desencajado.

El episodio tiene un antes, el clima de frustración y rabia que va cubriendo a la sociedad argentina, y un después a tono: las alocadas interpretaciones que desde el oficialismo pretendieron presentar al ataque al funcionario y al mismísimo crimen del chofer como productos de una confabulación política montada por la oposición.

"Parecía el robo de un blindado", dijo Axel Kiciloff, que consideró al modus operandi del crimen como "inédito", y lo justificó con detalles que ningún testigo validó. Que dos marginales simulen ser pasajeros y se suban a un ómnibus con un arma escondida, es, para el gobernador una operación delictiva de élite pocas veces vista.

No hay que sorprenderse, en 2015, siendo ministro de Economía, Kiciloff se había negado a responder a una consulta periodística sobre la cantidad de pobres que había en el país, por opinar que recabar ese dato era "una medida un poco estigmatizante". Posiblemente pensó que le pedían un listado con nombres y apellidos.

Como para no dejar incompleta la faena, el operativo de detención de los choferes que trompearon a Berni tuvo un despliegue casi nunca visto, ni contra los delincuentes que azotan a los laburantes en cualquier horario y ocasión ni -mucho menos- contra los narcos que gobiernan amplios territorios de la misma provincia y del resto del país.

Catalejos

El episodio, de todos modos, dejó a buena parte de la clase política echando mano a los catalejos. ¿La paliza a Berni fue un hecho puntual o el punto en el que está la columna de mercurio en el termómetro social? Podríamos verlo desde la perspectiva de otra pregunta: ¿Hay algún otro funcionario o dirigente estelar de la política actual, del partido que fuese, que hubiera podido asistir al mismo lugar y en iguales circunstancias sin recibir idéntica respuesta que la que obtuvo el ministro? ¿Esos hombres golpeaban a Berni o descargaban su furia sobre un sistema que –sin fronteras ideológicas- desde hace décadas los empobrece y los convierte en cotidiana carne de cañón de toda clase de criminales?

Por otro lado, ¿por qué habríamos de esperar una actitud pacífica y tolerante de los ciudadanos hacia sus autoridades y representantes si éstos mismos alientan permanentemente la idea de que el mundo se divide entre quienes piensan como ellos y los enemigos despreciables que no? ¿Por qué habríamos de escandalizarnos por el amasijo callejero a un funcionario o el casi asesinato de una vicepresidenta de la nación si desde lo más alto del poder se romantiza permanentemente la delincuencia y se presenta al terrorismo de izquierda de los ’70 como una violencia "buena" que merece ser reivindicada? ¿Por qué estaría mal hoy aplicar sentencias de muerte decididas dentro de grupos minúsculos que se deliran con representar a las mayorías, si en nuestra historia reciente eso se recuerda como algo totalmente legítimo? ¿Cómo pretender actitudes racionales si todos los días se le tiran migas de pan a la locura?
Puros bollos

Lo que sorprende es que aunque los mensajes vienen advirtiendo desde hace tiempo que el horno no está para bollos, buena parte de los principales cocineros de la política argentina no dejan de amasar... bollos. Ni siquiera es una cuestión de escasa inteligencia. La vocera presidencial, Gabriela Cerrutti, en medio de la conmoción por el homicidio del colectivero, celebró el recital brindado por una banda de rock en la Residencia de Olivos por el cumpleaños de Alberto Fernández. Pareciera ser, como en la fábula de la rana y el escorpión, que no es torpeza ni ganas de autolesionarse sino, sencillamente, una cuestión de naturaleza. Desde el poder, los ojos ven de una manera radicalmente diferente a como ven los ojos a los que le toca la calle.

Por eso esta versión en cámara lenta del 2001 vuelve a mostrar la capacidad asombrosa de nuestros gobiernos (el de la Alianza comandada por la UCR aquella vez, el del Frente de Todos que capitanea el PJ ahora) para clausurar los puentes que deberían conectarlos con la realidad. No ayuda el contexto (un mundo recalentado, la sequía regional), pero lo que definitivamente nos hunde es la ausencia -fronteras adentro- de grandeza, de sentido común y de conexión con la vida (y la muerte) cotidiana de los comunes.

Veintidós años atrás el colapso llegó de la mano del impacto que tuvo en la economía de millones de familias el alto nivel de desempleo y el corralito bancario. Hoy la desocupación tiene valores muy discretos (atemperados, eso sí, por el incremento incesante del empleo público improductivo y porque se registra como personas con trabajo a los beneficiarios de planes sociales que no representan en lo más mínimo empleo genuino), pero los ingresos vuelven a estar machacados, esta vez a manos de una inflación leudante.
Callejón estrecho

En lo estrictamente político, el cóctel es una encerrona cada vez más insoluble para el Frente de Todos, para colmo enredado en una telenovela interminable entre el presidente y su vice. El laberinto no es solo para el oficialismo nacional, sino también para los liderazgos provinciales. Sobre este punto y en relación con el Chaco, los niveles de imagen de Jorge Capitanich tienen mediciones disonantes en las pocas encuestas conocidas hasta ahora acerca de las percepciones ciudadanas en la provincia.

CB Consultora, una firma que mide mes a mes los niveles de aceptación de los gobernadores, tiene a Jorge Capitanich desde hace mucho tiempo situado en un lote intermedio, habitado por los ocho mandatarios que no son los de mejor imagen pero tampoco los más reprobados. En febrero, CB midió un 57,2 % de imagen positiva para Capitanich, contra un 39,2 de negativa. También en febrero, otra consultora, Solmoirago, calculó una intención de voto del 32,4 % para la reelección del gobernador y un respaldo del 24,8 % para el segundo mejor posicionado, el radical Leandro Zdero, con un importante 17 % para Juan Carlos Bacileff Ivanoff, y un 12 % de indecisos.

Como se informa en la edición de hoy de NORTE, Consultora Litoral, del chaqueño Sergio Elías, realizó un sondeo amplio que también da números diferentes. Según ese estudio, Capitanich lidera las intenciones de voto medidas por candidatos (no por partidos) con un 25 %, seguido por Juan Carlos Polini (20 %) y luego Zdero (19). El porcentaje de indecisos (13 %) se parece al medido por Solmoirago y las adhesiones a Bacileff se mantienen como significativas, llegando al 14 %. Pero cuando la pregunta se dirige a conocer las preferencias por sectores políticos, las cifras se acomodan de otra manera. El Frente de Todos baja a un 24 % y Juntos por el Cambio se instala en un 26 %, que a la vez es un número muy inferior que la sumatoria de adhesiones de sus dos hombres en carrera (Polini y Zdero). La franja de indecisos es inmensa: un 34 %.

Decepciones y expectativas

Dejando de lado el trabajo técnico de los encuestadores, en el día a día no se percibe que el hombre común confíe -más allá de los sellos partidarios y de las caras que habitan los afiches de campaña- en que las elecciones traerán un cambio real en sus condiciones de vida. Es lo que se desea, pero la sucesión de decepciones lo hace ver como improbable. Quienes vienen gobernando muestran resultados para el llanto y quienes aspiran a ser figuras de recambio no dan señales hasta ahora de contar con un plan que se salga de la archiaplicada fórmula del "hay que llegar y después vemos".

Las piñas a Berni, el ahogo frente al remolino inflacionario, la falta de seguridad pública, la sensación de que pretender vivir del honesto esfuerzo propio es el proyecto de vida menos conveniente, vuelven a oler a fin de ciclo. Probablemente el de un dominio político en particular, pero también el fin de camino para una manera de entender el ejercicio del poder, sin solvencia y sin la capacidad básica de encolumnar al conjunto social y a sus principales actores en un proyecto que no se agote en las ambiciones particulares. Si se lo comprende a tiempo, de verdad algo podría comenzar a ser diferente.

(© Sergio Schneider / NORTE CHACO)

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