LA CHANTOCRACIA

OPINIÓN

En la acepción original de los antiguos griegos, la Aristocracia era una de las formas ideales de gobierno

Por Nicolás Lucca

Palabras más o menos implicaba el gobierno de los mejores, de los más calificados en pos del bien común. Cuando esas personas se corrompían, se vivía una Oligarquía: el gobierno de unos pocos para el beneficio de esos mismos pocos.

Con el tiempo, la acepción derivó en la actual en la que aristócrata es mejor que otro en la escala social, nada más. Y nada menos. Familias patricias, apellidos ilustres con gran poder adquisitivo.

El sistema político argentino fue diseñado para tener un mix de composiciones de la filosofía política en un enorme experimento casi sin precedentes. Antes que nosotros, solo los Estados Unidos se había animado a crear un país de cero con una nación conformada por otras naciones, un sistema presidencialista, bicameral y con acceso por el voto popular. Restringido, pero era la época y bastante se hizo si tenemos en cuenta que en el mundo se obedecía a monarcas herederos, porque así Dios lo había dispuesto.

La idea aristocrática antigua está presente en nuestro sistema. Perdón que insista, pero no quiero un problema de comprensión: los mejores en sus áreas, sea por conocimiento, por capacitación, por experiencia exitosa. Los mejores. Como cuando hablamos de la Selección de Fútbol, ¿vio?

Podría hablar de una degeneración en una oligarquía, palabra tan gastada por el oficialismo para referirse a los grandes empresarios agropecuarios argentinos de los que dependen para poder pagar hasta los sobrecitos de azúcar de las reuniones. De hecho, el traje de oligarca, a nivel griego antiguo, les cabe de una: el gobierno de unos pocos para unos pocos. Sin embargo, por tradición, los oligarcas eran tipos instruidos. Corruptos, pero instruidos. Sabían beneficiarse. Y, si en el medio se llevaban puesto a todo el pueblo, hablaremos de daños colaterales.

Hoy, el sistema es una composición de chantas en el más sencillo significado del diccionario del lunfardo argentino. Chanta viene de Chantapufi que es la castellanización de una palabra del dialecto genovés: ciantapuffi, clava clavos. Y un clava clavos puede dar para varias interpretaciones, entre ellas un inútil que cobra por algo que no tiene sentido. O algo que aún hoy utilizamos sin darnos cuenta que proviene del mismo origen: un tipo que te deja un clavo. Un chanta.

El sistema de administración ha sido corrompido para derivar en un pagafavores, un compravoluntades, un alquiler de ideales. Y hablo en el mejor de los casos, dado que hemos llegado a extremos en los que no se explica cómo alguien llegó a ese lugar. Son fáciles de reconocer: guardan un prudente silencio para que nadie se avive de que están ahí. Como Juan Cabandié, que sabe tanto de cuestiones ambientales y climáticas como de la composición genética de los antiguos cretenses. Y encima no tiene aparato político que justifique el pagafavores.

Cuando gobierna una coalición es normal que se repartan los cargos en función del sostenimiento político de esa coalición. Pero lo deseable sería que cada parte de esa coalición envíe al que consideran el mejor en esa área y no al pibe al que le tienen cariño o al intendente que maneja un buen territorio.

De un modo tan lento que se hizo costumbre y aceptable, el político promedio es sinónimo de chanta. Igual, estimado lector, podrá convenir conmigo en que cuesta encontrar algún período democrático de nuestra historia en el que tanta gente tan poco preparada para sus funciones haya ocupado cargos de tamaña relevancia como los sujetos que hoy administran lo que queda de la Argentina.

Y todo pareciera indicar que está bien así. Lo vemos en los debates sobre lo que proponen para salir adelante, que no es otra cosa que conservar el Poder para que siga en manos de sujetos que creen que la administración de la cosa pública es para los poderosos y no para los que saben.

El tipo que no sabe diferenciar el polo positivo del negativo y se te presenta como electricista porque “cualquiera puede hacerlo”. El gestor que te cobra como complejo algo que podrías hacer vos mismo. El tipo que después de haber ido a diván unos meses da consejos de salud mental. En la escuela los bocharían por copiar un trabajo práctico de Wikipedia. En el sistema de gobierno, se les da un ministerio.

Nunca vivimos unas semanas tan desesperantes como las de este abril que tiene mil días. Siempre es un crescendo a la espera de un final épico que nunca llega. Hoy debería preocuparnos que estos tiempos nos hagan extrañar las corridas cambiarias de 2019. Y más debería preocuparnos cuándo extrañaremos estas semanas.

En el medio, todo depende de dos tipos cuyos curriculums serían descartados en cualquier preselección laboral para un puesto Junior. Sin embargo, no quiero que eso nos tape el resto del bosque de rostros petrificados que tenemos al mando de este Titanic de telgopor que juega al parkour por el Ártico.

De menor a mayor grado de caradurez, podríamos comenzar por Agustín Rossi. Así como lo ven, es Ingeniero Civil y uno de los pocos que puede decir que trabajó en el sector privado. Un par de años, pero algo es algo. Eterno paladín de la defensa oral encendida desde la Cámara de Diputados, a alguien le pareció buena idea darle el ministerio de Defensa durante el gobierno de Cristina Kirchner. Será recordado por el extravío de un misil que apareció años después en una zanja. Alberto le devolvió el mismo cargo. ¿Por sus conocimientos? ¿Por su poder de fuego político? No, por su experiencia en el cargo.

Es como si una vez te tocó darle un empujón al auto para que arranque en segunda y de pronto te premian la experiencia con un taller mecánico.

Con el habitual abandono de la jefatura de Gabinete, Alberto Fernández le entregó el cargo a Rossi. ¿Experiencia para el cargo? Al pedo, nadie necesita experiencia para un cargo que nadie sabe para qué sirve.

Eduardo De Pedro es el ministro del Interior. No es poca cosa: es uno de los cinco ministerios sobrevivientes de la Constitución de 1853. Su función es crucial al ser el nexo principal entre las gobernaciones provinciales y el Gobierno Federal. Podría decirse, sin ningún tipo de pudor, que es el cargo político más importante de cualquier gobierno. ¿La experiencia para el cargo? Ser amigo del nene de la Vicepresidenta. Además de diputado de escaso valor legislativo, tiene un tiempazo de ocho meses al frente de la Secretaría General de Cristina cuando comenzaba la retirada.

Ahí lo tienen, sentado en el sillón que supieron ocupar Santiago Derqui, Guillermo Rawson, Dalmacio Vélez Sarsfield, Bernardo de Irigoyen, Sarmiento, Wilde, Roca, Joaquín V. González, Lucio Vicente López y siguen las firmas. ¿Su función? Pegarle al Presidente. Como si el primer mandatario no pudiera hacer el ridículo por sus propios medios.

El caso de Felipe Solá es un caso aparte. Ahora resguardado en el ostracismo a la espera de una nueva oportunidad de esas que siempre le llovieron, el tipo fue designado al frente de otra cartera igual de importante que el ministerio del Interior: la del Exterior. La vidriera de la Argentina, la relación con el mundo, el rol de relacionista público en manos de un tipo que, al recibir embajadores, solo sabía hablar de la chancha que tiene por mascota. Literalmente.

Luego de una sucesión de hechos tan catastróficos que hoy son normales –como la defensa por acción u omisión de los crímenes contra los derechos humanos de cualquier dictadura existente en el Sistema Solar y aledaños– fue reemplazado por algo que nos dio a entender que relacionarse con el mundo es algo que no necesitamos. Total, somos los más mejores y el mundo se muere por imitarnos.

Y ahí fue Santiago Cafiero. Su curriculum abreviado entra en un tuit. Si exigieran uno ampliado a la experiencia familiar, no alcanzan los servidores de Wikipedia.

Puedo perdonarle que no sepa hablar inglés. Bueno, no. Pero que crea que leer hará que nadie se dé cuenta, entra en la categoría del dale que va característica del chanta. ¿Quién se dará cuenta si yo me escucho bien?

Los nombres se suceden uno tras otro a una velocidad en la que nadie registra que existe un tipo llamado Alexis Guerrera. Fue ministro de Transporte de la Nación. ¿Su experiencia? Bueno, hombre: ¡Fue el presidente de Trenes Argentinos! Desde 2020, bueno, pero algo es algo. Antes de eso nutrió su curriculum académico como profesor de enseñanza para adultos, más de lo que se necesita para comprender y administrar el complejo sistema multimodal del transporte de un país con 2.780.000 de kilómetros cuadrados de extensión.

Unos meses después fue reemplazado por Diego Giuliano, cuya experiencia previa en el sector fue como Subdirector Ejecutivo de la Comisión Nacional de Regulación del Transporte. Quince meses. Nada mal. ¿Antes de eso? Creo que se tomó un par de aviones.

El listado es eterno. Cómo olvidar a Nicolás Trotta, un tipo que en Wikipedia figura como “pedagogo” y mantuvo al país sin clases durante años. ¿Su experiencia? Más allá de vivir del Estado desde antes de que el Estado existiera como sistema de organización social, ocupó el rectorado de la Universidad del Sindicato de los encargados de edificios. Un sindicato conducido por su best friend forever Víctor Santa María, a quien conoció cuando trabajaba como empleado en una firma de administración de consorcios. Venga ese ministerio, carajo, que no debe ser tan complejo.

El ministerio de Educación es uno de los pocos lugares en el que se aplicó lo que he dado en llamar la Doctrina Reposo. En 2012, el kirchnerismo intentó colocar como Procurador General de la Nación a Daniel Reposo, un tipo que no pasaba el preocupacional de un kiosco de falopa. Básicamente, por falsear su curriculum. Fue tal el cagazo a que ese chanta comandara a los fiscales que, una vez retirada su postulación, la llegada de Alejandra Gils Cabó se vivió como el arribo de Salvador María del Carril. Poco importaba su Justicia Legítima.

Esa doctrina quedó instalada y en el ministerio de Educación puede notarse. Tras el paso de Trotta, la llegada de Perczyk es comparable a la de Sarmiento. Al menos estudió para el área a la que se aboca. También podrán notarlo en el ministerio de Agricultura y Ganadería, donde pasamos de un ministro vegano a Julián Domínguez y podemos sentir un upgrade.

Los nombres se suceden en catarata. Kelly Olmos ministra de Trabajo, Tristán Bauer en Cultura, Sergio Maggiotti al frente del ministerio de Hábitat en la Villa Federal Argentina. Y la lista sigue con Matías Lammens en Turismo, Martín Soria en el ministerio contra la Justicia y la contadora pública Victoria Tolosa Paz al frente de Desarrollo Social con la experiencia que le da haberle prestado el departamento de Puerto Madero al Presidente.

Es tal el desprecio por la cosa pública que podríamos resumirlo en Daniel Dondemepongo Filmus. ¿Ministro de Educación, Secretario de Asuntos de Malvinas, Ministro de Ciencia, legislador porteño, diputado nacional, Guardián de la Galaxia? Da igual. Todo es lo mesmo, nadie se da cuenta, esto se hace de taquito, te lo termino en un par de días ¿Qué te puedo cobrar?

Obviamente, llegan los platos principales. Sergio Massa es abogado recibido en la Universidad de Belgrano hace dos días. No entiende de economía, no entiende de microeconomía, no entiende de macroeconomía. No sabe cómo funciona una PyME, nunca administró un kiosco y la última vez que calculó un costo de guita fue para contar las monedas que necesitaba para invitar a salir a su actual esposa. Malena, la que por vivir en el Tigre es especialista en infraestructura hídrica. ¿Qué cazzo vamos a esperar en materia económica de un analfabeto en la materia?

Es lo que nos queda en un país que ha caído tan bajo que Cristina es una gran gestora, una excelente oradora incapaz de cerrar una oración ni mucho menos una idea. Un país en el que un montón de sujetos que sufrieron deficiencia de fósforo en la etapa de desarrollo neuronal sostienen que Máximo, el hombre del CV de dos palabras, es un cuadrazo.

Qué decir… ¿Cómo no vamos a tener a Alberto Fernández de Presidente? Nunca, jamás en su vida política aprovechó ninguno de sus cargos para conocer en profundidad cómo funciona el Estado. Lo suyo siempre fue la rosca. Pero la de poca monta, la del toma y daca, la de cuánto querés a cambios de votar una ley que pide el jefe. Un soldado que no tuvo reparos en chorearse públicamente un diputado de la oposición y festejarlo en conferencia de prensa.

Ese tipo fue Jefe de Gabinete, que no es igual a haber aprendido de la función. Nunca lo hizo, no le interesó. Tan, pero tan poco le interesó que menos que menos pretendía la presidencia. Tratemos de dimensionar la magnitud del drama que ni el mayor de los chantas se imaginaba que le tirarían con la presidencia por la cabeza. ¡Y agarró viaje!

Total, ¿qué puede tener de difícil?

(Nicolás Lucca / Relato del Presente)



Comentarios