JUANCHI

CULTURA

Un perro sin mayores pretensiones



En las horas más frías de la madrugada, el rocío tiene por costumbre convertirse en escarcha, a esas horas es que mi madre me despertaba, me abrigaba y yo salía para el patio de la casa a prender el fuego en el horno de barro, después, calladito y con la mirada fija en el brasero, me tomaba mi taza de mate cocido. Con las primeras brasas, ella acomodaba el pan a hornear. Mi perro el "Juanchi" se sacudía fuera de la cucha, rascaba su cuero con las patas y se quedaba a mi lado mientras las estrellas se despedían del cielo. Hacía eso el Juanchi mientras yo abría el portoncito para sacar la bicicleta del reparto, con el pan calentito dentro de la canasta y él me acompañaba todo el recorrido.

El solcito tibio de las mañanas convierte la escarcha en agüita que Juanchi bebía. Un hueso de puchero viejo, lo esperaba como todo premio al regreso. Yo me ganaba un beso. Por eso a la escuela iba turno tarde. El Juanchi se quedaba en la puerta y algunas veces entraba en los recreos para jugar con mis compañeros, "panadero", le decían todos. La portera me dijo que Juanchi se fue atrás de una perra "alzada" una tarde que no lo encontré. Mamá salió a buscarlo, algunos vecinos también. Nunca más lo vimos. Pero, ¿saben una cosa? En mis mañanas solitarias, el sol siguió convirtiendo la escarcha en agüita y barro.



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