OPINIÓN
Fue tal vez la última oportunidad que Alberto Fernández tenía para salvar la autoridad presidencial
No en lo institucional, sino en lo personal. Su figura ha sido degradada y corroída en los últimos meses con un nivel de erosión como nunca se vio en la democracia argentina. Pero no como obra y efecto de la oposición política o de las internas partidarias. Ha sido el mismo mandatario el que se ha empecinado en convertir el cargo en una suerte de parodia, con declaraciones que están absolutamente alejadas de las realidad y que ameritaron hasta el destrato de quienes también militan en el Frente de Todos; en algunas ocasiones, con fuertes críticas públicas; en otras, con el silencio y la indiferencia, como para que no se note que forman parte de la misma coalición gobernante.
Lo que ocurrió en el Congreso durante la apertura de la Asamblea Legislativa fue un resumen de lo que fue su gestión en estos más de tres años. Más allá de los gritos, los señalamientos, la manipulación de los datos y los hechos históricos, y de la postura irascible, se vio a un presidente desbordado, intentando ganar la simpatía de lo poco que le queda de tropa propia y buscando recuperar a la que se fue. Tras ese objetivo, no dejó detalle institucional por vapulear, con expresiones realmente graves en la vida republicana y lejos del respeto por el disenso y la independencia de los poderes. En especial, contra la Justicia, alimentando la teoría de que los jueces son buenos o malos según la simpatía que generan sus fallos.
(El Sol)
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