OPINIÓN
La fragilidad de la política económica del Gobierno quedó a la intemperie y se abrieron dudas sobre su consistencia y cumplimiento
Por Claudio Jacquelin
El año electoral ya comenzó efectivamente para demandar definiciones y ponerles más estrés a la política y a la economía. Como si no les faltara.
La combinación de desorden y ambiciones suele acelerar procesos de descomposición, así como una búsqueda casi urgente de realineamientos para restablecer alguna organicidad y un punto de equilibrio que evite vacíos de poder. Es lo que se ve por estas horas.
El comunicado de Juntos por el Cambio en el que, en clave electoral, alertó sobre la potenciación de una bomba financiera por el aumento de la deuda pública hizo estallar (para seguir con metáforas explosivas) la inquietud por el futuro de ese endeudamiento y sus consecuencias. También dejó expuesto, como nunca antes, a Sergio “René Lavand” Massa.
La fragilidad de la política económica quedó a la intemperie y se abrieron dudas sobre su consistencia y cumplimiento. Demasiado peligroso para un gobierno que necesita renovar constantemente los créditos.
La advertencia cambiemita tuvo el efecto agregado de dejar al desnudo de manera muy poco cuidada al ministro prestidigitador y, por añadidura, expuso la inclinación por la práctica del naturismo del presidente Alberto Fernández.
Las reacciones más inmediatas a ese sonoro planteo, en tono de contraofensiva, fueron lideradas por el director del Banco Provincia Sebastián Galmarini, y seis horas más tarde, por el obligado viceministro de Economía, Gabriel Rubinstein, que acusaron a la oposición de incendiaria.
No hubo más voces resonantes del amplio arco oficialista en las primeras horas para cobijar a Massa que las de su cuñado y su subordinado inmediato en el organigrama ministerial, cuya espontaneidad y disposición para responder pusieron en duda el mensaje sin firma que el ministerio hizo circular previamente con idénticos argumentos que el tuit que apareció en la cuenta de Rubinstein.
Semejante demora en la respuesta y la prestación de cobijo a Massa sería toda una curiosidad si no se analizara en código electoral y por el proceso de fragmentación y crisis de liderazgo que afecta al oficialismo. Agravado por el afán de supervivencia política de Fernández. Reforzado en los últimos días con más voluntarismo y acción que aptitud dialéctica para sostener sus pretensiones de perdurabilidad.
La única figura oficialista que ha logrado devolver alguna idea de viabilidad al Gobierno desde la crisis provocada por la renuncia de Martín Guzmán, el 3 de julio pasado, y por el felinesco interinato de Silvina Batakis se ha convertido por esa misma razón y por la ausencia de emergentes atractivos en el único posible (no necesariamente probable) candidato competitivo que tiene a mano hoy el perokirchnerismo. Para satisfacción de pocos y para resignación de muchos, que no quieren entregarse mansamente a las manos (veloces) del tigrense. Hay fortalezas que debilitan.
Las posteriores expresiones sobre un supuesto emplazamiento de Massa al Presidente durante una reunión con intendentes del conurbano y ante un par de ministros que aún le responden para que empezara a definir sus pretensiones electorales (las del Presidente, claro) reforzaron la percepción sobre la aceleración de los tiempos, la fragilidad de la situación y la desnudez a la que está crecientemente expuesto el jefe del Estado.
No se trata ya solo de cómo perciben los demás a Fernández. Él mismo exhibe sus propias señales de desvalimiento, al admitir que gobierna con los que puede, que echó o no pudo retener a los que quiere y que no puede deshacerse de los que no quiere. No obstante, insiste y se resiste a desistir.
El todavía jefe de Gabinete Juan Manzur ahondó esa asumida impotencia en las últimas 72 horas al decidir alejarse (literal e indeclinablemente) de Fernández para preservar su propio capital y territorio políticos. Y lo hizo antes de lo que los más estrechos colaboradores del Presidente esperaban. Ahora, la demora en anunciar el reemplazo para ocupar la jefatura de ministros es mucho más que otra exhibición de procrastinación. Solo redundancias.
La verosimilitud que adquirió la supuesta demanda de definiciones de parte de Massa a Fernández, difundida por propios y ajenos, luego matizada o parcialmente desmentida, encuentra su punto de apoyo en las declaraciones que hizo el domingo pasado el Presidente. Fue en la misma fallida entrevista, al afirmar que podría intentar su reelección cuando la periodista María O’Donnell le había preguntado si su ministro de Economía podría ser el aspirante del oficialismo. Una antigua máxima del derecho (disciplina en la que Fernández se declara experto) indica que nadie puede alegar su propia torpeza. Nemo auditur propriam turpitudinem allegans, por si la hubiera aprendido en latín.
También hacen verosímil aquella publicitada expresión de ansiedad sobre la búsqueda de orden electoral en el oficialismo los relatos que los propios allegados al ministro de Economía hacen de pedidos para que se postule de parte de gobernadores e intendentes con los que se reúne, a quienes suele derivar al Presidente o a la vicepresidenta para que se lo comenten, según sea su pertenencia. No es falta de autonomía ni ambición, sino autopreservación.
Lo mismo ocurre con la admisión y convicción por parte del círculo íntimo de Massa de que su líder es el único que podría darle alguna competitividad al oficialismo, con lo que –dicen ellos– coincide hasta la vicepresidenta, aunque otrora fuera enemiga y dijera que nunca confiaría en quien en algún momento se ofreció electoralmente como su verdugo, político y judicial.
“Cristina es una mujer que entiende el poder y la política como pocos, que en eso es pragmática y flexible y sabe cuándo tiene que ceder para ganar o para no perder. Ella y Axel [Kicillof] quieren asegurar, sobre todo, la provincia de Buenos Aires. Para eso necesitan un candidato competitivo al frente de la boleta, que es lo que define la elección bonaerense, y ellos no tienen a nadie”, explican en el massismo. Tras la afirmación siempre llega un oportuno descargo. “De todas maneras, hoy Sergio no es candidato”, aclaran, para evitar reproches de su jefe, que procura ganar tiempo y disimular lo que es explícito. Desnudeces.
Sin embargo, hay una incógnita relevante que los colaboradores del ministro de Economía no pueden despejar respecto del universo cristinista y su posicionamiento ante una eventual postulación suya. A pesar de la sociedad por conveniencia y hasta algún tutelaje que construyó Massa con Máximo Kirchner, carecen de certezas sobre La Cámpora.
La organización que el hijo bipresidencial lidera, antaño homogénea y cuasi muda en público, ha mostrado caras contradictorias en los últimos tiempos que confunden a los exégetas externos, aun los que han frecuentado a sus líderes en los últimos tiempos. “¿Qué es y qué piensa La Cámpora hoy, lo que expresan Máximo, el Cuervo [Andrés Larroque] y Mayra [Mendoza] o lo que dice y hace Wado [Eduardo de Pedro]?”, preguntan varios dirigentes muy cercanos a Massa, en coincidencia con la perplejidad que despiertan los actos y las definiciones de los comandantes camporistas.
Las incógnitas exceden los proyectos electorales. Reflejan preocupaciones más inmediatas. Las declaraciones que hizo Máximo Kirchner al sitio dirigido por Horacio Verbitsky (Versisky, según un massista de ley) no solo estaban en las antípodas de lo que piensa y hace Massa, sino que, como reconoció, con dificultad, pero con honestidad intelectual, un colaborador del ministro, resultan casi tan peligrosas como la advertencia explosiva de los cambiemitas.
El cuestionamiento del hijo Máximo al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y al orden mundial al que se aferra para sobrevivir el ministro y, por ende, el Gobierno (al menos en su trazo grueso) aporta igual o más incertidumbre a los acreedores que deben renovar sus préstamos al Tesoro que lo que dijeron los cambiemitas. En medio de un proceso electoral en el que el cristicamporismo demanda más expansión y menos ajuste del gasto y mientras la inflación sigue demostrando la permeabilidad de las represas massistas, no aporta precisamente confianza.
Para compensarlo, sin embargo, está ex-Wadito, que, como difundió su eficaz equipo de comunicación esta semana, no pierde oportunidad de abrazarse con el “representante del imperio” Mark Stanley, como lo hizo en el encuentro para celebrar “los 200 años de la relación bilateral con Estados Unidos”.
Tampoco el ministro del Interior con el que no puede gobernar (y tampoco echar) Fernández desaprovecha las ocasiones que tiene para tranquilizar a los miembros del establishment o los productores agropecuarios, a los que frecuenta cada vez con mayor sistematicidad. Como para reforzar las versiones de que está asfaltando, con el acuerdo de Cristina Kirchner, una eventual candidatura, ya sea para enfrentar o acompañar a Massa.
En el massismo no saben si eso es un motivo de tranquilidad o de preocupación. Por las dudas, entre los allegados a Massa preocupa consolidar la intención de ganar tiempo y sacarse los focos de encima, aunque el interesado los prenda a sus espaldas. Así es como se ocupan de difundir encuestas que, según su interpretación, indican que el oficialismo no tiene ninguna chance de ganar la elección. Al menos en la foto de hoy, aunque ellos hacen proyecciones más largas.
Por eso, argumentan, su líder no iría a inmolarse por una candidatura inviable y, con ese mismo argumento, descalifican y reprochan a los opositores por su “explosiva” alerta. “Ponen en riesgo todo por una especulación electoral, a pesar de que el oficialismo no tiene ninguna chance, solo para posicionarse en la interna”, dicen massistas sin inocencia y aun a riesgo de resaltar la desnudez del Gobierno.
La posibilidad de intervenir en la complicada y desatada puja intestina de la coalición opositora es el filón que exploran en el oficialismo como una de las mejores o últimas opciones posibles para beneficiar sus propias chances electorales. La mejora en la economía parece una probabilidad que tiende a alejarse, más aún si los opositores siembran dudas y agrandan inconsistencias.
Por eso, también los cambiemitas buscan exponer esa vulnerabilidad, aun a costa de no pocas discusiones y a riesgo de ahondar sus propias diferencias internas. Todos van quedando sin mucho que ocultar. Al desnudo.
(© Claudio Jacquelin / Ilustración: Alfredo Sábat / LA NACION)
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