OPINIÓN
Febrero es una estación de copiosas lluvias en el norte argentino. Lo que aún queda del ejército realista, después de una fatigosa marcha, se atrinchera en Salta a la espera de refuerzos que debe enviarle el general en jefe del Alto Perú, José Manuel de Goyeneche.
Mientras tanto, el abogado porteño, Manuel Belgrano, convertido en general, ha enviado emisarios al Perú para extender la revolución por un lado y mantenerse en contacto con el jefe realista. A todo esto, el gobierno le envía como refuerzos a los regimientos de infantería 1 y 2, y la orden de iniciar una ofensiva hasta las proximidades del río Desaguadero, en el Alto Perú (actual Bolivia), desalojando al general Pío Tristán de Salta. Belgrano logra reunir una fuerza de 3.000 hombres, pertrechados con armas, uniformes y dinero, con lo cual se dispone a reiniciar la campaña. El 12 de enero, comienza su avance hacia el norte y a principios de febrero se une a la vanguardia a orillas del río Pasaje, que ha sido señalado como punto de concentración del ejército. Tres días le llevará el paso del río por las frecuentes lluvias de la estación y las crecidas que dificultan el traslado de todo el material y los animales. Una vez en la ribera, el 13 de febrero, forma a su ejército, enarbola por tercera vez la bandera bicolor que ha creado y hace jurar a los cuadros militares obediencia a la Asamblea General Constituyente, reunida en Buenos Aires. Después de tan emotiva ceremonia, manda a grabar sobre un tronco de árbol que se llamará en lo sucesivo “Río Juramento”.
Al día siguiente, rumbo a Salta, en Cobos, una patrulla sorprende a una partida realista. Algunos de los que pueden escapar informan lo sucedido a Tristán, pero éste considera que la estación lluviosa no es propicia para abrir la campaña, y desestima el hecho, considerándolo una escaramuza aislada.
Los servicios del baqueano José Apolinario Saravia, “Chocolate”, sirvieron de guía a Belgrano por la quebrada de Chachapoyas. Difícil, angosta y de noche, bajo una lluvia torrencial logra una magnífica posición el 18 de febrero. El general Belgrano ya tenía distintos problemas de salud, sin embargo llegó a la finca de Castañares abriendo caminos y dejando distintas enseñanzas, con una profunda humildad, a los habitantes del lugar. Está a menos de tres leguas de Salta, en condiciones de atacar al enemigo por la retaguardia. Con esa operación cierra las comunicaciones a Jujuy y le corta la retirada al ejército español. Además, para distraer al enemigo, hace que su vanguardia siga hacia el Portezuelo. Cuando Tristán advierte que tiene el grueso del ejército patriota a sus espaldas, traslada sus fuerzas hasta cubrir la ciudad, dando frente al norte, donde Belgrano ha destacado su ejército.
El 20 de febrero, a las once de la mañana, Belgrano comienza a mover sus tropas hacia la ciudad de Salta, donde el enemigo tiene mayores posibilidades de triunfo. Con mayor cantidad de hombres, jefes veteranos y mejor armados, los realistas esperan. Sin embargo, los efectivos patriotas logran quebrar la tenaz resistencia enemiga. Como último recurso Tristán intenta reunir sus fuerzas en el centro de la ciudad, donde preparó numerosas trincheras y empalizadas, pero todo es inútil. Por la tarde, se ajustan los términos de la capitulación.
La lucha fue encarnizada, perdieron la vida casi 600 hombres y otros tantos fueron heridos. Todos los muertos quedan sepultados en una fosa común en el campo de Castañares, bajo una cruz de madera con una sencilla leyenda: “Aquí yacen los vencedores y vencidos del 20 de febrero de 1813”.
Los vencidos dejan en el campo de batalla 481 muertos, 114 heridos, 2.776 rendidos, entre ellos 95 oficiales. Numerosas armas: 10 piezas de artillería, 2.188 fusiles, 200 espadas, pistolas, carabinas y pertrechos. Las filas de Belgrano suman 113 muertos y casi 500 heridos.
El enemigo entregará sus armas y pertrechos, obligado por juramento, desde el general en jefe hasta el último tambor, a no tomar las armas contra las Provincias Unidas del Río de la Plata, comprendiendo a Charcas, Potosí, Cochabamba y La Paz. Goyeneche dejará en libertad a los patriotas prisioneros que tiene en su poder y Belgrano hará lo mismo con los realistas y permitirá a la guarnición de Jujuy retirarse sin armas. Belgrano alienta la esperanza de inspirar en los vencidos el espíritu de la Revolución, aunque muchos de ellos no respetaran su juramento.
Militarmente, el ejército realista sufre un rudo golpe. Goyeneche, desde Potosí, repliega su poderoso ejército hacia Oruro.
El 3 de marzo de 1813, durante una tranquila tarde que se ve alterada por una salva de artillería y el repique de campanas, se anuncia a los vecinos de Buenos Aires, la victoria de Salta.
El gobierno no acepta con agrado la capitulación hecha por Tristán y estima que Belgrano debía haber avanzado sin dilación hasta Potosí, por lo que Belgrano le escribe a Chiclana:
“Siempre se divierten los que están lejos de las balas, y no ven la sangre de sus hermanos, ni oyen los clamores de los infelices heridos; también son esos los que más a propósito para criticar las determinaciones de los jefes: por fortuna dan conmigo que me río de ellos, y hago lo que me dicta la razón, la justicia y la prudencia y no busco glorias, sino la unión de los americanos y la prosperidad de la patria”.
La Asamblea General Constituyente, decide premiar a los vencedores declarándolos “Beneméritos en Alto Grado” y entregándoles un escudo de oro, plata y paño respectivamente. El mismo está orlado de palma y laurel, encerrando la inscripción: “La Patria a los vencedores de Salta”. Para el general Belgrano, un sable con guarnición de oro y en la hoja grabado: “La Asamblea Constituyente al Benemérito General Belgrano”, además “la donación en toda propiedad de la cantidad de cuarenta mil pesos señalados en valor de fincas pertenecientes al Estado”.
Al tomar conocimiento de esta actitud el general Belgrano escribe al gobierno el 31 de marzo, con el fin de que la suma otorgada, se destine a la creación de cuatro escuelas públicas de primeras letras, en Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero, la última se inauguró 191 años después… Si bien se siente honrado con aquella consideración, hace una serie de reflexiones, guiado, como siempre, por su interés por el bien público:
“… nada hay más despreciable para el hombre de bien, para el verdadero patriota que merece la confianza de sus conciudadanos en el manejo de los negocios públicos que el dinero o las riquezas, que éstas son un escollo de la virtud, y que adjudicadas en premio, no sólo son capaces de excitar la avaricia de los demás, haciendo que por principal objeto de sus acciones subroguen bienestar particular al interés público, sino que también parecen dirigirse a lisonjear una pasión seguramente abominable en el agraciado…”
El gobierno acepta el generoso ofrecimiento y Belgrano remite como lo ha prometido, el reglamento que debe regir a las cuatro escuelas y en uno de sus artículos enaltece la misión del maestro diciendo:
“… procurará con su conducta… inspirar a sus alumnos amor al orden, respeto a la religión, moderación y dulzura en el trato, sentimientos de honor, amor a la virtud y a las ciencias, despego del interés, desprecio a todo lo que diga a profusión y lujo en el comer, vestir y demás necesidades de la vida, y un espíritu nacional, que les haga preferir el bien público al privado, y estimular en más la calidad de americano que la de extranjero”.
(Tribuna de Periodistas)
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