POR QUÉ ES ASOCIACIÓN ILÍCITA

OPINIÓN

Solo los valores que se manejaban en el sector público garantizaban un flujo de dividendos que pudieran satisfacer el éxtasis que Néstor sentía por el dinero vivo

Por Carlos Mira

Tribunales tiene una figura ausente hoy. De estar vivo estaría dando vueltas por los juzgados poco menos que todos los días. Él fue la génesis de todo. Con él se inició la más extraordinaria banda que jamás haya actuado en el Estado argentino. Él sí fue el jefe. El jefe indiscutido de una mafia de ladrones que se gestó en Sur, que saqueó una de las provincias más ricas del país y que exportó su modelo a la Nación con el único objetivo de elevar a la enésima potencia sus ganancias, retropropulsadas por los valores que distinguen al Estado central por sobre una mera administración de provincia. Él es Néstor Kirchner a quien la muerte salvó de una lapidación judicial basada en la evidencia condenatoria.

Con él no habría habido manera de eludir la figura de “jefe de una asociación ilícita” porque, claramente, lo que Néstor había constituido en el Sur (con sus amigos de la vida Báez, Zannini, De Vido, López, Jaime) era una banda que rápidamente identificó al Estado como el lugar adonde encontrar los botines que jamás conseguirían haciendo trapisondas en el sector privado.

Solo los valores que se manejaban en el sector público garantizaban un flujo de dividendos que pudieran satisfacer el éxtasis que Néstor sentía por el dinero vivo.

Que la banda hubiera adoptado las ropas de los políticos para acceder a los cargos públicos podía incluso darles el argumento de inmunidad que utilizó la viuda para defenderse: nunca un gobierno elegido por el pueblo puede ser una banda de ladrones.

En la base de este razonamiento se encuentran las raíces de otro éxtasis: no solo el sector público daba acceso a sumas impensadas en la delincuencia privada sino que otorgaba una pátina de legitimidad de la que, claramente, ningún delincuente privado goza. ¡Bingo!

La muerte súbita del jefe significó para la banda un golpe tremendo. Néstor era multimillonario pero seguía manejándose con un cuaderno. Muchos de los trazos de la estructura que había creado estaban solo en su cabeza y él era el único indiscutido en el organigrama y el único que conocía y autorizaba los vasos comunicantes.

Cristina Fernández solo recibía, hasta 2010, los efectos benéficos del accionar de la banda. En ese sentido mucho hacía recordar su papel al de las compañeras de Goodfellas, la inolvidable película de De Niro, Pesci y Liotta, que iban de joya en joya y de fiesta en fiesta presumiendo todo pero sin saber concretamente nada.

Cuando Néstor muere pasó de ser la principal destinataria del dulce producido de los crímenes a la heredera de sus manejos. Le llevó tiempo reconstruir las líneas de obediencia y establecerse como la nueva jefa. Pero lo hizo. Ahondó incluso más que su marido en los costados legitimantes de su acción: el populismo socialista, el verso de los derechos humanos, el izquierdismo antinorteamericano, la mascarada “hiperdemocrática”.

Pero una vez que reconstruyó el itinerario de los fondos, lo mantuvo y ejerció un férreo control sobre su funcionamiento.

Esa es la parte del relato que soslaya y que no quiere admitir más allá de los miles de kilos de evidencia (literal) que la atropellan. Ya tuvo varios pasajes en sus descomedidas respuestas en donde se insinuó como una víctima hereditaria de lo que su esposo había concebido y ejecutado en vida. Hasta lo mandó al frente con su archienemigo Magnetto a quien situó en la residencia de los presidentes en innumerable cantidad de veces, compartiendo comidas con los elegidos por el pueblo.

En esos arranques de furia uno descubre el despecho que siente por quien ella cree la embarcó en esto y la abandonó muriéndose.

El pequeño detalle que olvida es que tenía el poder para destejer la organización armada por Néstor. Podría haber detenido todo el mecanismo a partir de noviembre de 2010. Pero no lo hizo. Muy por el contrario estaba interesada en que no la dejen colgada de la palmera y por eso puso todo su empeño para desentrañar hasta el último sótano de la organización. Más allá de lo ofendida y “sola” que se sienta (porque según ella al haber mantenido a la banda en acción les dio de comer a gente que estaría hoy vendiendo ballenitas si no fuera por ella) lo cierto es que ella ocupó el lugar de Néstor. Lo sucedió en la jefatura.

Por eso el fallo del TOF 2 se quedó corto en la consideración del delito y por eso Luciani apelará a la Cámara de Casación Penal para que su pretensión de que se la considere culpable de ser la jefa de una asociación ilícita sea respaldada por la alzada.

En ese sentido, la absolución de De Vido contribuye (y no obstaculiza) esa interpretación y es un golpe directo a la línea de flotación del argumento de que un gobierno democrático no puede ser una asociación ilícita: no estamos hablando de un gobierno, estamos hablando de personas. Esas personas se configuraron como una organización criminal dentro del gobierno y con su propio organigrama con independencia del organigrama del gobierno. Por eso un miembro de la banda que tenía un cargo de inferior categoría en el organigrama del Estado (López respecto de De Vido) reportaba directamente a Cristina Fernández, salteando la figura del ministro. López era un miembro de la asociación antes que secretario de Estado. De Vido, a juicio del tribunal al menos, era miembro del Estado pero, por lo menos en esto, no integraba la asociación.

Este razonamiento es el que llevó al juez Andrés Basso a votar en disidencia y sostener que había asociación ilícita y que la entonces presidente era su jefe.

La muerte salvó a Néstor del escarnio y la muerte de su marido metió a Cristina Fernández en el barro. Ella no paga -como cree- el precio injusto de una herencia sino la decisión propia de mantener la estructura delictiva que su esposo había llevado al seno del Estado.

(The Post)

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