NI INFLACIÓN NI INSEGURIDAD; KIOSCO Y MAFIAS

OPINIÓN

Así define “lo público” el filósofo colombiano Bernardo Toro: “Lo público es aquello que está disponible en igual cantidad y calidad para todos”

Por Osvaldo Bazán

Un banco de una plaza es un bien público.

¿Por qué?

Porque lo puede usar cualquiera, porque es de la misma calidad sea quien sea que lo use y porque nadie tiene preferencia de uso.

Está ahí.

Llega alguien, se sienta, disfruta, piensa en su vida o en lo que le gustaría que fuera su vida, en lo que tiene que pagar, en el gol de Di María o en nada, se levanta, se va.

Queda el banco.

Viene otra persona, lo mismo.

El ejecutivo de una empresa tecnológica, la señora que ayuda en casa, el turista que viene de otra provincia, la parejita que se da su primer beso, el cartonero que se toma un minuto en medio de su heroica lucha por la subsistencia.

De todos, para todos por igual.

Así define “lo público” el filósofo colombiano Bernardo Toro: “Lo público es aquello que está disponible en igual cantidad y calidad para todos”.

¿Hay en Argentina, por ejemplo, una educación que pueda ser llamada “pública”?

¿Es igual para todos?

¿Recibe la misma educación la chica de uñas esculpidas del Pellegrini porteño que el pibito de la Puna que hace 5 kilómetros para llegar al ranchito que funge como escuela, que no tiene electricidad pero que recibió la notebook “conectar igualdad” porque a veces el peronismo puede ser irónico, también?

Sí, claro, es una pregunta retórica.

No. No hay educación pública en Argentina.

Hay educación estatal, que no es lo mismo.

¿Tiene la misma posibilidad de entrar a trabajar a ANSES, por ejemplo, o PAMI, por ejemplo, un peronista que un no peronista?

También, una pregunta retórica.

No hay empleados públicos en Argentina

Hay empleados estatales.

¿Tienen las mismas oportunidades de difundir sus mensajes en los medios públicos el oficialismo peronista que la oposición?

Pregunta retórica, claro.

No.

No lo tienen, ni de lejos.

No hay medios públicos en Argentina.

Hay medios estatales.

El lector sabrá seguir con la retahíla de preguntas retóricas y la respuesta siempre será igual.

No hay bienes públicos en Argentina.

Hay bienes estatales.

Es más.

Ni siquiera estatales.

Son peronistas, porque el peronismo confunde al Estado con el partido con una facilidad pasmosa, pero guay de señalarlo porque pasás a ser un cipayito relleno de odio.

En 20 años vimos acentuado ese ADN peronista de la usurpación de los bienes estatales para su propio beneficio.

Las universidades nacionales lanzando iracundos comunicados porque una ladrona recibe una sentencia, ¿son universidades públicas?

No, claro que no.

Son loros pretenciosos repitiendo el sonsonete de sus sugar daddies.

Por si alguien no conoce el concepto de “sugar daddy” es: “un señor mayor que ofrece dinero o regalos a otra persona a cambio de compañía y afecto en el que se pueden dar relaciones sexuales o no”.

Casi la definición de la relación entre el peronismo y los intelectuales.

Lo que pasa en la mayoría de las universidades nacionales, ocurre también en todas las demás áreas.

El peronismo ha usurpado para su beneficio propio lo que era de todos.

Y hoy, ni el peronismo ni nadie lo nota, porque entre todos fuimos normalizando que no haya Hospital que no se llame Eva Perón, que no haya centro deportivo que no se llame Juan Perón.

Los dos enormes cartelones de Eva en la avenida más importante del país, de un lado disfrazada de Carmen Miranda y del otro comiendo una hamburguesa, se adueñan de la 9 de Julio que ya no es tan de todos como debería serlo.

El ploteo vergonzante de los barones del conurbano bonaerense a cualquier cosa con ruedas pagadas con los dineros públicos convierte a la ambulancia pública en vehículo partidario.

La usurpan.

La ambulancia era del Estado porque la pagamos todos, se la queda el partido que disfrutan ellos.

Si sos trasladado en una ambulancia con el nombre de Ishi -a menos que seas narcotraficante- ya no es el Estado cumpliendo con su obligación de ofrecer salud pública.

Es el prohombre de José C. Paz quien tiene la bonhomía de hacerte el favor.

Tecnópolis es una gran propaganda peronista, donde artistas, periodistas, divulgadores científicos o ponele que filósofos muy mayoritariamente peronistas hacen sus changas peronistas.

Los carteles de Aysa anunciando una obra cualquiera, con el nombre de “Malena Galmarini” más grande incluso que Aysa, es peronismo explícito, es usurpación de lo que debe ser de todos. No, no es Malena con su dinero ganado en años de derechohabiente del Estado que paga la obra. Somos los ciudadanos, todos, con nuestros impuestos.

Y es bueno detenerse a lo que no dicen los carteles de la esposa de Massa. A fines de 2019, cuando terminó el gobierno de los insensibles CEOs, AySa había logrado disminuir su pérdida anual a $17.316 millones de pesos y bajar a 0 las transferencias del Estado para gastos corrientes.

0, ¿ok?

Al terminar el ’21, el Estado Nacional tuvo que volver a poner $150.000 millones para cubrir el déficit de la empresa. Este año la pérdida de Aysa fue de $79.892 millones, pero no hay problema.

Quien autoriza el balance es Sergio Massa. Además, entre diciembre del ’19 y diciembre del ’21, la planta permanente de la empresa sumó 562 nuevos empleados. En ’22, la tendencia siguió creciendo. Seguro que también contrataron un nuevo diseñador para que entre el nombre de Malena en el cartel.

El Centro Cultural más grande del país lleva el nombre de un señor que se murió a tiempo, porque si no, hoy estaría sentenciado por vulgar chorro (o choro, depende de en qué parte del país esté usted leyendo el diario mendocino).

El 25 de junio de 2011, una presidenta Peronista usó la cadena nacional para -cual Gran Hermano peronista- designar a quien lo acompañaría en su fórmula presidencial. Lo naturalizamos, como si estuviera bien, como si fuera democrático que un partido use la cadena nacional para eso. Sólo once años después, la presidenta y el vicepresidente que salieron de esa fórmula, que fueron elegidos por el 54% de la población, fueron condenados por la justicia.

Los dos, por chorros.

Por usar para sí mismos lo que, en principio, era de todos.

Como los fondos que la Nación pagó en abril del ’93 por acuerdo a la provincia de Santa Cruz por regalías mal liquidadas de YPF, que eran de U$S 527 millones según Néstor Kirchner y de U$S 630 según la UCR. Además, por la compra de acciones de YPF, la cifra subió a U$S 1.200 millones. El dinero primero fue a Nueva York y después a Suiza. Néstor Kirchner dijo muy de cuerpito gentil a la revista “Noticias”: “Sí, tengo la plata afuera porque no tengo confianza en nuestra clase dirigente”. Se vanagloriaba en ese entonces de haber armado un fondo anticrisis para su provincia de U$S 2.000 millones.

No funcionó.

Según contó la periodista Lucía Salinas, la actual gobernadora de Santa Cruz, Alicia Kirchner, presentó en junio de este año (28 años después de que Néstor no confiara en la clase dirigente) un informe ante el Tribunal de Cuentas, diciendo que, al 31 de diciembre del 2019, la plata que había en el Banco Nación era de U$S 9.706. O sea, chaucha y palitos. Y que se pagaban 13 dólares por mes por mantenimiento de la cuenta.

El dinero que era de todos, el bien público para que Santa Cruz no anduviera penando por ahí, terminó en un banco de Suiza y si te he visto no me acuerdo.

En los festejos por el día de la democracia y los derechos humanos, una fecha pública en la cual todos tenemos lícito permiso para festejar, el peronismo usó una proyección en el cabildo para dirimir sus cuitas con la Corte Suprema de Justicia

Dejó de ser pública la fecha.

Apropiarse de las fechas y las luchas es algo que al peronismo, y al kirchnerismo en especial, si a esta altura alguien pudiese encontrar alguna diferencia, le encanta.

Apropiarse del símbolo es lo que después les permite apropiarse de los votos que le permiten apropiarse de la plata, que es lo único que les interesa.

Así se apropiaron del 24 de marzo, de las luchas feministas, de las reivindicaciones LGTB, de las luchas por los derechos humanos. Nada de esto hubiera sido posible si las niñas pispiretas no batieran sus pestañas ante el sugar daddy, todas emocionadas con su destino de Fabiola.

La fiesta del Bicentenario fue una visión de la historia que el kirchnerismo en su apogeo le brindó a la sociedad. Como no podía ser de otra manera, el ex funcionario que desarrolló el proyecto Tecnópolis y estuvo al frente de la Unidad Ejecutora Bicentenario fue procesado por la justicia por estafa. Javier Grossman, niño mimado de la cultura peronista siglo XXI fue procesado por haber pagado $800.000 por la publicación del libro “La década ganada” que nunca se realizó.

Para que quede más claro: usaron plata del Estado para hacer un libro partidario. Y ni siquiera lo hicieron.

Ahora, Grossman, el hombre detrás de la farándula kirchnerista, el que deslumbra a sus pares hablando de dudas cartesianas y sospechas dialécticas, regentea el local de lo que queda de la cultura K en, ironías del destino, Chacarita, el barrio famoso por su cementerio.

Y de aquel apogeo del Bicentenario en donde el peronismo le dijo “al pueblo”: “Este es el relato, esta es la fiesta, vengan y aplaudan” pasamos, sólo doce años después a la fiesta de la Copa del Mundo, que es exactamente la contracara. En lo que pasó este fin de semana, se vio a la sociedad decir “yo estoy festejando” y le dio la espalda a aquellos que siempre dijeron hablar en su nombre.

No fue la política la que dictó las reglas del festejo a una sociedad inerme. Fue la sociedad la que salió, brutalmente a veces, ingenuamente otras, sin importarle nada lo que dijera la política. Mientras un ente justamente denominado “chiquitapia” y el que dicen que ministro de seguridad Aníbal Fernández hacían sus partiditas mediocres de poder rancio, millones de argentinos salieron a festejar.

Para muchos de esos millones era la primera vez que en años Argentina -aunque sea, su seleccionado de fútbol- le daba una alegría. Se soltó el resorte de tanta angustia y sí, salió para cualquier lado. ¿Qué esperaban? No es arriesgado imaginar que el 50 por ciento de los presentes en los festejos tiene problemas para llegar a fin de mes, para conseguir cuatro comidas diarias. ¿Se entiende un poco más la alegría? Es cierto el lugar común que habla de Argentina como un paraíso futbolístico, está presente, ese fue el gran primer impulso. Pero a eso, ¿cómo no agregarle la desesperación de una amargura que no termina?

¿Y los borrachos, y los marginales, y los vándalos? ¿No entran en la postal?

Sí, también.

Hubo un porcentaje muy menor de borrachos, marginales, vándalos. Hicieron cosas que no podemos concebir que se hagan. Se robaron semáforos sólo por la aventura, destrozaron todos los tachos de basura, saltaron sobre estructuras que soportaron mucho más de aquello para lo que originalmente estaban previstas, orinaron en todas partes.

Hay una mala noticia: borrachos, marginales y vándalos existen. Acá, allá y en todas partes.

Quizás el problema no sea su existencia; quizás el problema sea la impunidad. En gran parte del planeta, si hacés eso, tenés un castigo. Y la sociedad acepta y pide ese castigo. Son normas de convivencia. Acá eso está roto, ese el problema. Claro, si un gobernador dice “no hay que acatar un fallo de la Corte” y no pasa nada. Si el presidente dice “no lo voy a acatar” y no pasa nada, ¿en serio me vas a castigar por un chorrito de orín atrás de un árbol? ¿A nadie de quienes decretan un feriado para que la gente vea pasar a la selección se le ocurre desparramar miles de baños químicos por ahí?¿Qué pensaban? ¿Qué previeron? ¿Qué iban a juntar el pichín hasta volver a casa?

Ya sé, era otra pregunta retórica.

La celebración por el campeonato mundial fue un “¡Ole!” de la sociedad al peronismo tan grande como el que Messi le propinó a los sátrapas de La Cámpora que por una vez en su vida se levantaron temprano para ir a recibir a la selección nacional y sólo consiguieron indiferencia.

¿Por qué la Selección Nacional no fue a saludar al presidente a la Casa Rosada?

Porque la percepción generalizada es que el presidente ya no es de todos los argentinos. Estuvo 3 años hablándole sólo a los propios. Y la Casa Rosada tampoco es percibida como la casa de todos. De hecho, por primera vez en la historia los periodistas acreditados no pudieron entrar por orden de la tenebrosa ministra de la verdad, Gabriela Cerruti.

Ni Videla prohibió la entrada a los periodistas acreditados.

El Peronismo lo hizo.

La imagen de la pareja de Fabiola esperando a sus invitados que jamás llegaron es la postal más clara de lo que años de usurpación de los espacios públicos ha conseguido.

Se quedaron solos.

Y tristes.

Y finales.

¿Y qué pasa cuando lo público deja de serlo?

Aparecen las mafias y los kioscos.

Y es el centro del problema.

Contra lo que piensa mucha gente, no creo que la inflación o la inseguridad sean los principales problemas del país. Son sólo la consecuencia.

El problema son las mafias y los kioscos.

Por ejemplo, todos deberíamos poder importar bajo reglas claras y respetadas por todos. Como no podemos, porque alguien que se apropió de los medios para hacerlo cambia las reglas arbitrariamente y a su antojo, hay que pagar un peaje.

Comienza como un kiosco, termina como una mafia.

Esos kioscos, convertidos en mafia distorsionan toda relación comercial o política.

Y son responsables de inflación e inseguridad.

Nada, nada, nada podrá mejorar en el país si el primer objetivo no es triturar kioscos y mafias.

Quien diga lo contrario, miente.

No habrá salud pública, seguridad pública, educación pública ni siquiera bancos públicas de la plaza si no está disponible para todos, en la misma cantidad y calidad.

Exactamente, lo que no quieren los kioscos y las mafias.

Exactamente, lo que destrozó el peronismo.

PD1: Gracias a la licenciada Adriana Amado, que me acercó los conceptos fundamentales de esta nota en charlas siempre apasionantes.

PD : Con esta nota del último domingo de 2023, me despido hasta el domingo 5 de febrero.¡Felicidades!

(© Osvaldo Bazán / El Sol)


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