NATIONAL PERONGRAPHIC

OPINIÓN

En todo el país hay ejemplos de esa antropología peronista que bien podrían retratar los cronistas de la famosa revista

Por Javier Boher

Quizás no todo el mundo ha tenido la suerte de tener entre sus manos un ejemplar de la revista National Geographic, pero le debe resultar conocido el canal de televisión que se encuentra en el cable. Aunque la experiencia dista de ser la misma (los amantes del papel sabrán entender) la idea general de la publicación se repite en los dos formatos.

El origen de National Geographic tiene que ver con el ánimo explorador de fines del siglo XIX, donde todavía había paisajes bastante vírgenes y civilizaciones desconocidas. La revista fue un vehículo para acceder a esas realidades, para lograr un acceso más o menos masivo a aquello tan lejano.

Con el tiempo, su fotografía se empezó a destacar, pero también sus contenidos vinculados a la antropología. Con esas imágenes de pueblos tan raros, en lugares tan ajenos a lo que le era familiar al lector, fueron enseñándole a millones de personas sobre culturas y prácticas que existían alrededor del mundo. Era una ventana a otros modos de darle sentido a lo que rodea al ser humano.


Esta semana han pasado un par de eventos que nos servirían, en la piel de un cronista de National Geographic, para explicar un poco la naturaleza de ese extraño pueblo que habita en Argentina, el pueblo peronista. Imágenes y hechos pintarían de cuerpo entero a esa extraña civilización que fascinaría a antropólogos de todo el mundo.

Territorio justicialista del norte

El lunes llegó la noticia a todos lados. En una localidad de menos de dos mil habitantes, casi en el límite con Salta y a unos 40 km de Paraguay, un malón se robó la carne, los chorizos y las morcillas que habían preparado para recibir al vicegobernador.

El nombre del lugar es casi poético, por cuanto remite directamente al hecho de inseguridad: el paraje se llama El Chorro, que algunos pueden pensar en un homenaje al gobernador Insfrán, pero se trata tan solo de un previsible chorro de agua que brota del suelo.

La situación desnuda todo lo que pasa en esa zona periférica y abandonada de Argentina. Hay hambre e intranquilidad en el distrito con los peores indicadores socioeconómicos del país, mientras la prioridad para algunos es ganar elecciones y vivir del contrabando, el narcotráfico y la coparticipación.

El episodio remite a otro que ocurrió hace menos de tres meses, cuando en la ultraperonista ciudad de Santa Fe, hoy gobernada por los socialistas, le robaron las zapatillas al intendente cuando había salido a correr. Parecen cosas menores y pintorescas, pero que la gente robe carne y zapatillas no parece ser un indicador de que las cosas estén funcionando bien en la franja del norte del país donde el pueblo peronista ha sabido hacerse fuerte.

Territorio justicialista del oeste

Otra de las típicas escenas a las que nos tiene acostumbrados el pueblo peronista es la de buscar mecanismos poco transparentes y algo rebuscados para reducir la representación política y tergiversar la voluntad popular. Amparados en el sentir peronista mayoritario (en cada elección más de la mitad de los votos van al panperonismo), los líderes del justicialismo sanjuanino y puntano decidieron reinstaurar la Ley de Lemas.

La movida, que se consumó el mes pasado en la provincia gobernada por Uñac y esta semana en el feudo de los Rodríguez Saá, refleja las mañas a las que nos tiene acostumbrado el espíritu del pueblo peronista en el ejercicio del poder. Si las reglas no les sirven, se inventan otras reglas. ¿Espíritu de continuidad institucional? Un lujo burgués y republicano que ahí no existe.

La idea es simple. Primero, derogar las PASO para vitar el efecto encuesta. Segundo, imponer la Ley de Lemas para aprovechar el poder territorial del peronismo y ganar por la suma de los votos de cientos de punteros en todo el territorio. El dato, sin embargo, es que eso habla del temor de los peronios respecto a la posibilidad de perder la elección en sus bastiones.

Territorio justicialista del sur

La patagonia no se queda atrás. Pese a contar con abultados ingresos por regalías petroleras (una injusticia, porque las provincias productoras agropecuarias no reciben el mismo trato) las provincias del extremo sur del país viven en crisis permanente, entregadas a los vicios de los que las gobiernan si tantos controles democráticos.

Con una institucionalización precaria, joven y deficiente, no hay herramientas para evitar que los que gobiernan se terminen quedando siempre con la tajada más grande.

Chubut siempre es noticia por los paros docentes, que sumados a la pandemia hacen que los chicos se hayan perdido casi tres años de presencialidad en los últimos cuatro ciclos lectivos. Una de esas veces el paro fue porque les prometieron subirle los sueldos a todos los empleados públicos, para después decir que no alcanzaba la plata.

Eso va a terminar pasando en Tierra del Fuego, donde han bajado la edad jubilatoria a 55 años, con 88% del promedio de los 60 mejores sueldos de los últimos diez años y apenas con 25 años de aportes. Todo sea por la reelección, pensará el gobernador Melella (de origen radical y en un partido del FDT, para ser sincero), que zafó hace no mucho de denuncias en su contra por abusar sexualmente de albañiles que trataban de entrar al sector público.

Así, un recorrido por el país con la misma curiosidad con la que viajaban los cronistas de la National Geographic nos sirve para tratar de retratar como es la cultura peronista de esos territorios que les son tan fieles. Con un poco de antropología mezclada con otro tanto de política podemos sacar unas más que buenas conclusiones, ni hablar si alguien se da una vuelta por el Territorio Justicialista del Corazón de mi País en estos tiempos de autos judicializados, bolsos retirados de la escena del accidente y más dudas que certezas sobre cómo se tratan los temas sensibles para los que manejan el poder desde hace dos décadas.

Con la dádiva que ejemplifica el caso de Tierra del Fuego y los manejos políticos de la franja del oeste, lo que les pasó a los del norte es una cuestión inevitable. Algunos dirían que es casi una escena que le da sentido a toda esa construcción litúrgica de la lealtad y la justicia social que usufructúan los chamanes de esa religión política y que nos lleva puestos los derechos que tenemos como ciudadanos.

(Alfil)


Comentarios