LA VOZ QUE HABLA POR OTROS

OPINIÓN

El gobierno y toda la franja ideológica que comparte ese espacio libera delincuentes cada vez que puede, no los persigue cuando están en la calle, los hace recuperar la libertad cuando son detenidos y los apaña cuando los persiguen

Por Carlos Mira

Más de una vez -y con toda justicia, claro está- se ha señalado a Luis D’Elía como un vocero oficioso del gobierno. En muchas ocasiones como la voz grosera y brutalmente franca del pensamiento más íntimo de Cristina Fernández de Kirchner y de muchos de sus muchachos.

D’Elía era el encargado de poner en blanco sobre negro, en las redes o en los medios públicos, la verdadera idea de lo que la corrección política le impedía decir públicamente a los demás, al menos con semejante nivel de guarangada.

Ese mismo personaje acaba de confirmar, con la publicación de un tweet que luego borró, lo que hemos sostenido largamente en estas columnas: la idea de que la delincuencia común es una avanzada que viene a “emparejar los tantos de la justicia” entre los que no tienen nada y los que lo tienen todo, y que el robo (y en muchos casos el mismísimo asesinato) es una forma de justicia por mano propia que los “pobres” se toman con los “ricos”.

Por eso el gobierno y toda la franja ideológica que comparte ese espacio libera delincuentes cada vez que puede, no los persigue cuando están en la calle, los hace recuperar la libertad cuando son detenidos y los apaña cuando los persiguen. Es la misma idea que explica porque el kirchnerismo o las distintas formas con las que se presente el peronismo saca más del 90% de los votos en las cárceles y también por qué cuando hay que elegir entre la policía y los delincuentes eligen a los delincuentes y cuando hay que ponerse de un lado eligen ponerse, también, del lado de los criminales.

Luis D’Elia publicó en Twitter, el día que mataron a Andrés Blaquier, una foto de la noticia que daba cuenta de los hechos con el siguiente comentario, escrito en mayúsculas: “JUSTICIA POPULAR”.

En su programa de radio, en donde comentó que luego de subirlo a las redes lo había borrado, dijo que Blaquier merecía morir por pertenecer a una familia que él relacionó con el gobierno militar de 1976.

Andrés Blaquier tenía 62 años cuando lo mataron. De modo que en 1976 tenía 16 años. ¿Qué pudo haber tenido que ver Andrés Blaquier con lo que sucedía en aquellos años? Solo la afiebrada mente de un profundo resentido social y odiador serial (como él mismo confesó ser) como Luis D’Elia pudo llegar a la conclusión de que “el pueblo” se había hecho justicia por su propia mano cuando el hijo de puta de Lucianito lo mató.

Pero, de nuevo, D’Elia no está solo en esos delirios. Desde ya que no hubo una sola palabra de empatía por parte del gobierno para con la familia. Era obvio. En el fondo están de acuerdo con D’Elía, comparten la misma matriz de pensamiento. Solo los impulsa el odio.

Para ellos los Blaquier son los victimarios de los Lucianitos; son gente como los propietarios de Ledesma los que someten a los Lucianitos a la miseria y a la pobreza por lo tanto los Lucianitos tienen derecho a emparejar los tantos cuando se les da la oportunidad. Justicia popular.

Este mismo esquema de razonamiento, edulcorado con palabras más elaboradas, es el que sostiene Cristina Fernández de Kirchner y el que enciende con sus llamaradas de fuego y ponzoña cada vez que habla de los “ricos” (como si ella fuera una indigente y no alguien que hizo una fortuna incomparable por cualquier privado por la vía de estafar el Tesoro Público de todos los argentinos, incluidos los más pobres y miserables) en su incansable tarea por dividir a la sociedad y por enfrentar a unos argentinos contra otros.

Detrás de esa estrategia resentida se halla este pensamiento: los ricos someten a los pobres a condiciones de penuria y deben pagar por ello.

En realidad, muchos (no todos) de los ricos a los que se refiere Kirchner -en un esquema de corporativismo fascista como el que creó el peronismo- no son otra cosa que los socios del Estado. De ese mismo Estado que, encarnados en personas como la actual vicepresidente, vacían los bolsillos de los argentinos y los arrojan a la pobreza y a la miseria por la vía del robo, de la estafa, y de una corrupción galopante causante de miles de muertes por acción o por omisión.

Luis D’Elia no es más que una caricatura exagerada de lo que subyace en el fondo de todos los que se dejan expresar por él. El piquetero de Laferrere podrá ser un lumpen impune que maneja millones por detrás de los pobres con los que se identifica, pero los que lo apañan no son nada diferente a él.

Tienen en mente un escenario de conflicto y de enfrentamiento entre argentinos. Propician bandas de Lucianitos que maten gente por la calle. No les importa que las estadísticas demuestren que son otros Lucianitos las principales víctimas de esta escalada: ellos creen que están haciendo justicia armada.

La sociedad debería estar muy consciente de lo que tienen delante. Antes de consumir estos discursos de rencor y resentimiento debería ver el verso que le están vendiendo con el solo objetivo de que ellos puedan seguir robando y disfrutando de la impunidad que les ofrece ser funcionarios del Estado.

Mientras haya argentinos que, aunque sea por un momento, puedan sentir una pizca de satisfacción porque alguien como Andrés Blaquier murió víctima de un balazo, la sociedad seguirá estando tan enferma como está ahora. Mientras los gérmenes de esa enfermedad no sean expulsados del organismo argentino, nadie vivirá en paz.

(© Carlos Mira / The Post)

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