EL MAYOR DESGOBIERNO DE LA HISTORIA

 OPINIÓN

Rubinstein dijo que no hay ningún consenso para nada

Por Carlos Mira

El viceministro de economía, Gabriel Rubinstein, parece hablar más como un consultor privado que opina neutramente sobre lo que está ocurriendo que como el funcionario público que justamente ocupa el lugar clave para operar sobre los que está ocurriendo.

Ayer, el mismo día que se dio a conocer la inflación que coloca a la Argentina como el país de mayor inflación en toda América Latina (sacando a Venezuela -que tuvo una décima menos de inflación que la Argentina- la suma de todo el resto de países no alcanza el guarismo argentino) Rubinstein dijo que “no hay consenso alguno” para tener un plan de estabilización. Es más, dijo Rubinstein no hay ningún consenso para nada.

El viceministro también dijo que para eliminar el cepo habría que terminar la brecha y que para eso habría que llevar adelante una devaluación que “si no se hace bien se puede terminar en un Rodrigazo”.

La verdad cuesta creer que un funcionario de altísimo cargo económico -como es el caso de Rubinstein- hable de este modo respecto de la inflación cuando es él quien debería estar pensando cómo resolver el problema.

Pero está claro que Rubinstein sabe lo que habría que hacer. El problema es que no puede. Entonces se dedica a enviar metamensajes encriptados en reuniones en donde puede hablar cómodamente a ver si alguien lo echa o se da cuenta que, como Lorenzino, se quiere ir.

La inflación está corriendo a un ritmo del 90% anual con proyección a superar el 100%: una fábrica inagotable de pobres y miseria.

La vicepresidente, que hace meses que no habla con el presidente, lo llamó a Bali para interesarse por su salud cuando se enteró de su internación por una gastritis erosiva, supongo yo desesperada ante la posibilidad de que la cosa se complicara y tuviera que asumir el gobierno, poniendo punto final a su especulación de hacerse la opositora dentro del propio gobierno que ella armó.

En lo que sí parece haber consenso es en prenderle velas a Messi y a la posibilidad de que la Argentina sea campeón mundial.

La ministra de trabajo y el mismísimo presidente coincidieron en eso, la primera, incluso, diciendo que si se dejaba por un mes de estar preocupados por la inflación y se ponía atención en la consagración argentina en Qatar, no iba a pasar nada.

Uno tiene la impresión de estar frente a la Banda Brancaleone cuando mira el espectáculo gratuito que ofrece el gobierno.

No hay un solo indicio que vincule a quienes tienen la responsabilidad de gobernar con la realidad con la que se topa cada argentino cada mañana. La desvinculación es absoluta.

La vicepresidente -como ocurrió siempre- solo está preocupada por su propia persona. Prepara otro discurso para mañana en el que volverá a autopercibirse como una perseguida por ser “mujer, morocha y pobre”, en una frase surrealista que combina la mentira, la desfachatez y el racismo.

Como si eso le resultase poco, está a las puertas de colocar al país frente a un profundo conflicto de poderes al convocar al Senado a sesión para hoy para designar a Claudio Martin Doñate como consejero por la segunda minoría del cuerpo al Consejo de la Magistratura, en abierta rebeldía a lo que la Corte Suprema de Justicia expresamente dispuso en una sentencia final que no tiene apelaciones hace tan solo unos días atrás. Nadie sabe hacia dónde dirige al país la irresponsabilidad política de Cristina Fernández de Kirchner.

Massa que acompaña al presidente en la reunión del G20 podría quedarse sin soga para alargar la mecha de la bomba que aspira a depositar en las manos del próximo gobierno.

El mismo día que su viceministro hablaba de achicar la brecha todos los dólares libres (encabezados por el blue que subió 12 pesos en dos días) pegaban un salto como respuesta a tanta incertidumbre y, en el caso de Rubinstein, a tanta confesión sincericida.

De todo esto hay sí una cosa segura: la Argentina está ante el mayor desgobierno de la historia y las consecuencias de este desastre nadie sabe hasta dónde llegarán.

(© Carlos Mira / The Post)

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