HORACIO, DE MADRUGADA

SOCIEDAD

Falleció Acavallo, el campeón



Por Walter R. Quinteros

Pucha que mala suerte la nuestra, estamos viviendo la temporada de las malas noticias, esquivando balas, arrebatos, contando las monedas, comparando precios para sobrevivir y encima esto, tener que escribir para contar que el deporte argentino esta entristecido. Falleció Horacio Acavallo, el campeón.

El que no aflojaba, el que había crecido entre los golpes de ser pobre, y así, a las piñas.

Las piñas, como el dinero, van y vienen.

Había nacido el 14 de octubre de 1934 en las casitas que componían el paisaje de barrio Villa Diamante, en Lanús, y fue creciendo al amparo de una familia donde su padre cartoneaba para sustentar el hogar.

Le decían Roquiño al querido Horacio. Le decían Roquiño al pibe que revolvía la basura, al que por bronca comenzó a practicar boxeo, al que trabajaba de fakir en un circo.

Y así, a las piñas fue creciendo.

Y la vida le dio la oportunidad.

El 1° de marzo de 1966, Roquiño pasó a la historia del boxeo mundial. En Tokio, vencía al japonés Katsuyoshi Takayama para convertirse en campeón mundial de peso mosca AMB y CMB, el segundo en la historia del pugilismo argentino, después de Pascual Pérez en 1954 y en la misma ciudad. 

Anoten: Horacio combatió en 83 oportunidades, ganó 75 veces, perdió 2 y empató 6.

Eso se llama vivir a las piñas.

La tercera y última defensa del título mosca se produjo el 11 de agosto de 1967. 

Fue la revancha contra Ebihara, en el Luna Park, por decisión dividida, el cinturón de campeón se quedaba en este suelo.

Aquí, en Argentina, el país de los estafados por sus propios políticos, nos ha dejado de madrugada, Horacio Acavallo, el campeón. 

Para que sepan, Horacio era un cacho más de felicidad en mi infancia. Para ser feliz, en aquellos años, había que arrimar las sillas del comedor y los sillones del living cerca de la radio. Entre la radio y mi familia yo bailoteaba arrojando piñas al aire.

Horacio nos dejó en el día del boxeador, fue un gran boxeador.

La venía luchando contra el Mal de Alzheimer, le fallaba la memoria, su condición había empeorado y tuvo que ser internado en una clínica especializada. Nos cuenta su hijo.

Tenía 87 años.

Así es la vida. Piñas van, piñas vienen.





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