¿DÓNDE ESTÁ EL ANTIPERONISMO?

 OPINIÓN

Casi todos los antiperonistas que conocí en mi vida (y que en alguna época sufrí) se han vuelto peronistas viscerales, casi fanáticos


Por: Luis Caro Figueroa

Por el contrario, solo un puñado de peronistas prístinos -la mayoría de ellos, lúcidos y racionales- han eliminado al peronismo de su dieta, sin atreverse a criticar sus excesos.

Sin hablar de calidad, la diferencia cuantitativa entre ambos grupos es abrumadoramente favorable a los antiperonistas que se pasaron al bando que antes aborrecían con auténticas ganas.

No dejaré de recordar cuando en 1972, mientras cursaba yo el tercer año del secundario en el Colegio Nacional de Salta, en el patio cubierto de aquel inolvidable establecimiento, en medio de una marea de chicos y chicas que se aprestaban a comenzar las clases del día, un gorila, que tendría un par de años más que yo, me puso la mano en el pecho y me dijo: "El más grave error que cometió el almirante Isaac Rojas fue no bombardear y hundir la cañonera Paraguay y no haber matado a Perón, refugiado en ella".

El menda en cuestión, con los años, fue funcionario ”peronista” del gobierno de Juan Carlos Romero, allá por 2005. O se convirtió al peronismo, o se disfrazó. Lo cierto es que su salida del closet se produjo más de treinta años después de que yo dejara de saborear las mieles justicialistas, sin desear -por cierto- que el almirante Rojas disparara ningún torpedo.

Aquel exabrupto de patio de colegio sucedió mucho después de que los sectores ultranacionalistas y católicos que habían impulsado con singular energía el derrocamiento de Perón en 1955 se reconvirtieran (sorprendentemente) al peronismo y dieran vida a una de sus ramas más ”combativas”: la que alcanzó su cénit con el secuestro y asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu en 1969.

En otra ocasión, una abogada jovencita que buscaba trabajo de forma obsesiva me dijo con una gran soltura que, para mejorar su empleabilidad, se había apuntado recientemente a una asociación de abogados ”justicialistas”. La joven letrada provenía de una familia ultra antiperonista.

Durante mucho tiempo intenté averiguar las razones que podrían llegar a explicar la deserción del peronismo, pensando quizá con cierta ingenuidad que alguna gente habría seguido el mismo proceso mental que guió mis pasos hacia la salida. Pero, en los años que llevo vividos, no he alcanzado a encontrar la clave del movimiento inverso; es decir, aún no sé por que los antiperonistas más acérrimos consiguen vencer sus escrúpulos y dar el salto al ”movimiento de masas más grande de América Latina”.

No es que los antiperonistas sean minoría, que lo son, sino que, si existen, no aparecen por ninguna parte. Tal parece que haber sido peronista y dejado de serlo acarrea una suerte de estigma y produce una intensa vergüenza. Haberlos hay, pero una especie de maldición bíblica los condena al silencio y a la ignominia.

Luego están los que se creen postperonistas, ultramodernos y superados, que no reniegan de su pasado, pero critican el presente con acidez y no se dan cuenta de todo el daño que han hecho a lo largo de la historia.

Son personas que explican la historia argentina de los últimos 80 años exclusivamente a través del prisma peronista, como si sus contradicciones, sus símbolos y sus creencias más absurdas fueran interpretables universalmente; como si el peronismo tuviese una base filosófica similar a la que sirve de sustento a las fuerzas políticas y a los movimientos ideológicos que motorizaron la historia de la humanidad en el último siglo.

El peronismo, el auténtico o el falso, el dogmático o el pragmático, el más desembozado o el más camaleónico, no ha conseguido hacer mejor a la Argentina de lo que la Argentina era. ¡Fíjense si nos vamos a creer que sus postulados y apotegmas han hecho una contribución decisiva al progreso de la humanidad!

La brutal fuerza electoral del peronismo, su implantación en el mundo sindical (que debería ser plural más que democrático), su fácil contagio entre las clases más desfavorecidas y entre las que no lo son tanto, no tiene un efectivo contrapeso en las opciones políticas e ideológicas.

Las fuerzas políticas conocidas trabajan en modo binario (peronismo/no-peronismo) y al hacerlo no consiguen mejor cosa que reforzar la centralidad del movimiento que dicen rechazar. Ser antiperonista, a secas, es lo mismo que aborrecer a Boca sin siquiera ser de River. Es colocar al objeto de nuestros odios en el centro de la escena.

Por eso es que estoy casi convencido de:

1 - Que el antiperonismo es inútil, como casi todos los anti.

2 - Que la fuerza del peronismo requiere ser equilibrada cuanto antes, pero sin recurrir al odio ni a la exclusión; mucho menos a la violencia, como ocurrió antaño.

3 - Que la historia nacional y, menos todavía, la historia del mundo puede ser interpretada en clave peronista.

4 - Que el peronismo (el más responsable) debe abrir puertas para permitir la movilidad de sus adherentes, lo mismo que deben hacer los otros partidos. En 80 años, muchos han querido imitar el modelo movimientista, incluidos los ingenuos que soñaban con un peronismo sin Perón. Se trata, a mi juicio, de un error imperdonable que reduce el ámbito de la política y le confiere a la democracia un barniz totalitario.

5 - Que el peronismo no lo es todo y no puede aspirar a representar el todo. Y más en esta época de creciente fragmentación. Aun teniendo en cuenta su infinita variedad de matices, el peronismo es y seguirá siendo una amalgama de elementos diversos tallados alrededor de un patrón común. El lenguaje rancio con que se expresan unos y otros nos sirve de ilustrador ejemplo.

6 - Que Perón fue un líder inteligente, no hay dudas, pero su capacidad de cambiar la realidad fue siempre a menos. Su fracaso vital entre 1973 y 1974 es la demostración de un declive que desde entonces no ha conocido pausa.

7- Que tras 80 años en los que se mezclan las proscripciones, las travesías en el desierto y las borracheras de poder, creo que es hora de empezar a pensar en pasar página y de darnos cuenta de que ser peronista puede ser bueno para conseguir trabajo, de ministro o de abogado, pero no tan bueno para la trabajosa empresa de encontrar las soluciones politicas y sociales que el país necesita y para hallar un camino claro y despejado hacia ese futuro que tantas incertidumbres nos provoca.

(© Luis Caro Figueroa / NOTICIAS IRUYA-Salta)

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