UN ELEFANTE EN UN BAZAR

OPINIÓN

Debido al escándalo que surgió luego de las palabras del presidente, en las últimas horas salió denunciando que lo amenazaron de muerte; y lo peor, nadie le cree

Por: Rubén Lasagno

“Nisman se suicidó y no encuentro ningún motivo para que eso ocurra con Luciani”, dijo Alberto Fernández por TN, en una displicente forma de elucubrar una frase que se puede tomar de dos formas: como una manifestación alienada de alguien con pocas luces, comprometido en una encrucijada política que lo obliga a ser condescendiente con su jefa política o un recurso para enviar elípticamente una amenaza hacia quienes han puesto a Cristina Fernández contra las cuerdas en el juicio por la causa Vialidad.

Cualquiera haya sido la intención (o no), el presidente logró dos efectos indeseados: sacó de la agenda pública la campaña persecutoria que inventó CFK usando al peronismo y al sindicalismo afín y reavivó la sospecha de que (como se sabe) a Nisman lo mataron y no como intentan establecer desde el gobierno, su muerte fue un suicidio.

Debido al escándalo que surgió luego de sus palabras, en las últimas horas salió denunciando que lo amenazaron de muerte; y lo peor, nadie le cree.

Los mentirosos patológicos como Cristina Fernández y Alberto Fernández, carecen de credibilidad pública, pero además, son pasibles de sospecha previa, por cuanto todo lo que hacen y dicen, está teñido de subjetividad partidaria, de excusas donde las culpas las tiene Macri y sobreactúan una victimización ridícula en la cual se presentan como “perseguidos” y son una banda delictiva que asola el poder desde hace casi 20 años.

Alberto se ha transformado en un elefante caminando dentro de un bazar. Es un hombre distraído de la realidad, eyectado de la conciencia y ahora también suplido en funciones por Sergio Massa, quien lo ha puesto a inaugurar paso a niveles ferroviarios o sentarse en un programa de televisión a construir frases que no tienen nada de célebres, pero si de mucha significancia y sensibilidad histórica que involucra directamente a quien intenta defender a capa y espada, hundiéndola cada vez, un poquito más.

Como todo kirchnerista, al igual que Massa, Cristina, Máximo, De Pedro, Larroque y tantos otros personajes sin rubor ni dignidad, Alberto Fernández negó el crimen de Nisman, arrollando sus propias palabras inmortalizadas en el documental de Netflix, que hoy recorre Redacciones, canales de televisión y se replica en los medios del exterior, constituyendo un ridículo más de los tantos al que nos tiene acostumbrados el presidente y su equipo de científicos.

Su ridícula co-equiper, hace uso de la falacia política ante la imposibilidad de rebatir en el estrado judicial, los delitos que se le imputan. El stand up qué ensayó no le funcionó, porque además de ser muy mala actriz, habló del terraplanismo en vez de la grave causa que le siguen.

Y el “Plan B” es el ensayado desde las bases, con el empuje de Máximo, De Pedro, Cabandié y los preservativos ideológicos como Echarri, Brieva, Delía, Bonaffini y tantos más, quienes usan el slogan “Si tocan a Cristina nos tocan a todos”, “Con Cristina no se jode” y varias idioteces por el estilo, mientras inventan marchas pagadas “con la nuestra” en un falso apoyo a la jefa de la banda que se muestra haciendo sus bailes ridículos en algún balcón alquilado.

Como si esto fuera poco, Cristina y Alberto arrastran al peronismo para transformarlo en su “zona de confort” porque la atmósfera social, política y judicial les es adversa, pero sin duda y especialmente del lado de CFK, el “viejo de mierda” que siempre ha odiado, le sirve en esta oportunidad para disfrazarse de una peronista cuyo ropaje le sirva para “convocar” a gobernadores, a los cuales maneja con el cada vez más flaco látigo de los recursos nacionales, que amenaza con no enviarle, si no apoyan su destartalada defensa en las causas que enfrenta por corrupta e impune. 

(Agencia OPI Santa Cruz)


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