MASSA, CRISTINA Y LA INFLACIÓN

OPINIÓN

Quizás lo más grave del número conocido, no sea el índice en sí sino la absoluta inacción que hay respecto del problema por parte del nuevo ministro Massa

Por Carlos Mira

Finalmente se conoció el índice de inflación del mes de julio: 7.4%, en línea con lo que había sido el número dado a conocer días antes por la Ciudad de Buenos Aires.

Todavía recuerdo los comentarios de Luis D’Elía, una de las últimas fuerzas de choque remuneradas que le quedan al presidente Fernández, cuando, en tiempos de Guzmán y ante bajas de décimas mensuales en los índices de inflación, proyectaba una terminación del flagelo en breve, dando por seguro que esas caídas de milésimas por mes iban a continuar… ¡Cuánto delirio!

Quizás lo más grave del número conocido ayer no sea el índice en sí sino la absoluta inacción que hay respecto del problema por parte del nuevo ministro Massa.

Cada vez se confirma más que el ex presidente de la Cámara de Diputados ha llegado a su nuevo lugar con la única misión de hacer estallar la bomba al próximo gobierno. Se trata de una orden expresa de Cristina Kirchner que está interesada en eso no tanto porque el problema no lo tengan que enfrentar ellos sino, más bien, que lo tengan que enfrentar otros.

Su maldad llega a tanto que, aun en estos tiempos de extrema pobreza para el pueblo argentino (en el que siempre se cagó), solo piensa en cómo puede aprovechar políticamente la volada para seguir subsistiendo y robando.

El plan “alargar la mecha” parece estar en plena ejecución cuando nada de lo que se esperaba se hiciera frente a esta situación se hizo o se anunció.

Al contrario, los terraplanistas de la emisión monetaria siguen negando la incidencia de la impresión de dinero falso en el alza de los precios como si se negaran a aceptar la máxima de sentido común (no de economía, no de matemáticas) de que lo que abunda no vale: como han inundado hasta (hacerlo rebalsar) el mercado de pesos, los pesos no valen nada. Es tan simple como eso.

Porque recordemos que la presentación de la inflación como “un alza generalizada de los precios” también es una falacia funcional al populismo socialista que pretende hacernos creer que aquí hay cuatro o cinco hijos de puta que, en el terreno de la “lucha distributiva”, se quieren llevar para sus bolsillos la riqueza que se genera gracias a las acciones del gobierno. Eso es una mendacidad malintencionada que debe ser superada ya mismo.

La inflación NO ES EL ALZA GENERALIZADA DE LOS PRECIOS sino LA PÉRDIDA SISTEMÁTICA DEL PODER ADQUISITIVO DE LA MONEDA: la fortaleza del dinero para comprar cosas cae por lo tanto con cada unidad monetaria se pueden comprar menos cosas y se necesitan más unidades monetarias para comprar lo mismo que antes se compraba con menos. Eso, y no otra cosa, es la inflación.

Por eso la inflación es un problema de exclusiva responsabilidad del gobierno que tienen en sus manos preservar el valor de la moneda por la vía de no envilecerla produciéndola en demasía.

El desmadre del gasto kirchnerista que llevó el impacto del gasto en el PIB del 23% que era en 2003 al 48% que es hoy generó todos los males consecuentes: la emisión, el aumento de impuestos y la deuda.

El enorme agujero fiscal producido por el estrafalario kirchnerismo, que llevó a que el Estado pague hoy cerca de 21 millones de cheques por mes a argentinos que no producen, derivó en la necesidad de exprimir al sector privado productivo con más y más impuestos que secaron los bolsillos de los que invierten y trabajan. Como consecuencia de ello la inversión cayó a niveles paupérrimos, con el obvio efecto de la caída de la generación de fuentes de trabajo formales. Hoy el 60% de la economía efectiva del país está en la informalidad. Eso hizo caer la recaudación neta de inflación lo que llevó a tener que aumentar las alícuotas de los impuestos existentes y a crear una montaña de gravámenes nuevos, dándole una vuelta más de rosca al círculo vicioso de la escasez. Eso destruyó lo poco que quedaba en pie de la cultura del trabajo, del esfuerzo y del mérito, amén del sistemático empleo del repiqueteo comunista de que el esfuerzo y el mérito no tienen nada que ver con cómo te va en la vida.

Pero resultó que esa formidable asfixia al sector privado productivo tampoco alcanzó y el país debió profundizar su enfermiza tendencia a pedir plata prestada. Hoy frente a la realidad internacional de la Argentina esa opción también parece cancelada.

De modo que el Estado se ha lanzado a una esquizofrénica y desenfrenada tarea de imprimir billetes que no registra antecedentes, salvo los episodios hiperinflacionarios que terminaron con los dos últimos signos monetarios creados por la Argentina. Hoy el BCRA está imprimiendo 182000 pesos por segundo, cada día, de cada semana, de cada mes.

En ese océano de billetes, todo el mundo se está ahogando y lo único que quiere es salir de esa agua tóxica. Por eso los pesos se rechazan: ¡No quiero más agua por favor!

Ese repudio por el dinero se materializa en un “alza” de los precios. Como los “precios” (pongo la palabra precios entre comillas porque en realidad la Argentina hace rato que dejó de tener lo que en economía se llama “precios”) los ponen quienes venden, el gobierno sale a señalarlos como los malos de la película para sacarse la responsabilidad de encima (que, repetimos, es sólo suya) y para profundizar el concepto de fractura social del cual depende gran parte de su poder.

Mientras el común de la gente no tenga claro estas ideas será muy difícil resolver el problema: con un conjunto de zombies que realmente creen que Don José se está volviendo millonario porque les aumenta la yerba en el almacén y con un gobierno que no deja de darle ínfulas a ese inflador resentido, es prácticamente imposible echar mano de la racionalidad que requieren las soluciones que están pendientes.

Massa no vino a por esa racionalidad. El nuevo propietario -vía la interpósita persona de Daniel Guerra- de estancias absolutamente paradisíacas en San Andrés de Giles y de condominios en la comunidad más cara de Miami Beach -Bal Harbour-, solo se apresta a cumplir la orden de su jefa: “hacé lo que tengas que hacer para que la bomba les estalle a ellos y no a nosotros”.

(The Post)


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