LA OPORTUNIDAD PERDIDA

OPINIÓN

La Constitución de 1853 fue arruinada para nada, al divino botón, solo para saciar las aspiraciones reeleccionistas del entonces presidente Menem




Por Carlos Mira

La reforma constitucional de 1994 fue vendida como una modificación a la Constitución de 1853 que iba a permitir conjurar crisis políticas que, dada la supuesta “rigidez” del sistema original, no tenían solución bajo ese esquema y que sí pasarían a tenerla con el nuevo.

La figura del ministro coordinador estaba destinada -en teoría- a funcionar como un fusible de seguridad que permitiera la formación de un “nuevo gobierno” (al estilo del parlamentarismo europeo) pero sin dañar la continuidad constitucional del presidente.

En la práctica se decía que, frente a una crisis de gobernabilidad grave, el Congreso podía emitir una orden de censura contra el ministro coordinador, sacarlo de su lugar (lo que implicaba la renuncia de todos los ministros) nombrar uno nuevo que tuviera el aval mayoritario de los diputados y los senadores y que ese ministro coordinador nuevo nombrara un nuevo gabinete.

Es básicamente lo que ocurre en Francia bajo el formato actual de la Quinta República. Le ocurrió a Francois Miterrand cuando debió terminar su mandato con un primer ministro perteneciente a la oposición. Los franceses llamaron a ese fenómeno la “cohabitación”.

Naturalmente en el marco de las instituciones argentinas ese sistema fue un engendro y no funcionó. Y no solo porque supone la mixtura de sistemas que pertenecen a escuelas jurídicas diferentes (la anglosajona norteamericana y la continental europea) sino porque la idiosincrasia política de la Argentina y, particularmente, de la Argentina peronista, hacen inviable esa opción.

De modo que una primera conclusión sería que la Constitución de 1853 fue arruinada para nada, al divino botón, solo para saciar las aspiraciones reeleccionistas del entonces presidente Menem.

Dicho esto a modo de digresión: ¿qué habría ocurrido si Menem, para volver a ser presidente, hubiera esperado un periodo (como lo establecía el texto original de la Constitución), el sexenio 1995-2001 hubiera sido cubierto por otro presidente (cuando la Convertibilidad era aún fuerte e indiscutible) y en 2001 -con el proceso de reformas que la Convertibilidad exigía (y que aún estaban pendientes en 1995) terminado- se le hubiera dado continuidad a otra fase de reformas quizás nuevamente en manos de Menem? Probablemente se habría revertido el período de involución y decadencia más prolongado que cualquier país del mundo llevaba registrado hasta ese momento. La Argentina hubiera desenraizado las causas más profundas de su deterioro y se habría encaminado hacia un vigoroso crecimiento que hoy estaría con sus motores a pleno, quizás disfrutando de un PIB per cápita nuevamente parecido al australiano.

Sin embargo esa no fue la historia. Los contemporáneos de aquellos y de estos tiempos sabemos bien lo que pasó. Algunos lo advertimos en ese preciso instante e hicimos lo imposible -desde el lugar que nos tocaba en aquellos años- para hacer notar el error oceánico que suponía meterle mano a la estructura constitucional de 1853.

Pero la avalancha peronista de quedarse con el poder, la incapacidad de ese partido para generar líderes sucesivos que estén preparados para continuar al actual dentro de una institucionalidad civilizada, llevó a la Argentina al empecinamiento reeleccionista y a la crisis posterior de 2001, que aún hoy el país está pagando con el sucedáneo kirchnerista.

Lo cierto es que algunos delirantes (o sublimemente inocentes) creen que la Argentina (con la idiosincrasia que la sigue caracterizando) tiene margen para los que llaman un “acuerdo” que, por un lado, deje a Fernández como un presidente testimonial hasta 2023 y que, por otro, haga aflorar un gobierno “técnico” nuevo que capee el temporal sin afectar la institucionalidad presidencial.

Para ello proponen que cuatro personas que tengan capacidad de representación popular se reúnan y unjan a un tecnócrata que tome las medidas más urgentes que se necesitan para llegar a las elecciones en condiciones civilizadas.

Todo luce muy lindo. Pero lamentablemente no va a ocurrir. Cuando uno les pide (a quienes así piensan) que nombren a esas famosas cuatro personas, mencionan al propio presidente Fernández, a la vicepresidente Kirchner, al ex presidente Macri y al Jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta… ¿Perdón… debo reírme ahora o un poco más tarde?

¿Quién, en su sano juicio, podría aspirar a ver reunidas en una sola sala, bajo un mismo techo a Fernández, Kirchner, Macri y Larreta?

Por lo demás ese tampoco sería el esquema pensado en 1994. Según el sistema constitucionalmente vigente, sería el Congreso el que debería elegir lo que esta gente llama “gobierno técnico”, no cuatro capitostes que nos retrotraen más a la época de Rosas, Peñaloza, Quiroga y Estanislao López que al siglo XXI.

El Antiguo Régimen en la Argentina cayó y se alumbró la constitucionalidad moderna que le dio al país casi un siglo de gloria cuando aquel fue vencido en el campo de batalla: cuando Urquiza derrotó a Rosas en Caseros.

Naturalmente no proponemos ni imaginamos una réplica de aquellos hechos para los años que nos tocan vivir. Pero para que el régimen de opresión, atraso y miseria caiga, debe haber un “Caseros”. Un “Caseros” sin armas, pero un “Caseros” al fin.

Un “Caseros” electoral en donde el actual “Antiguo Régimen” caiga sin atenuantes, destruido, roto, humillado. Solo así podrá alumbrarse un Nuevo Régimen, una nueva constitucionalidad civilizada.

No puede haber alumbramiento de algo nuevo cuando en el coito que lo concibe participan los óvulos y los espermatozoides contaminados del Antiguo Régimen. Lamentablemente, el país deberá sufrir otro colapso para que de sus escombros surja una estructura nueva, unos cimientos diferentes, una luz distinta.

La Argentina tuvo la oportunidad de enterrar el Antiguo Régimen de un modo civilizado y ordenado. Eso no fue hace mucho, en términos históricos: fue hace “solo” 27 años. Lamentablemente la angurria personal de Menem, la acostumbrada psicosis peronista con el poder y la incapacidad de ese movimiento para formar nuevos líderes dentro de un marco de civilización interna (porque eso atenta contra la cultura del “jefe”) le impidieron al país concretar ese hito.

Ahora, casi tres décadas después se pagarán las consecuencias.

(The Post)


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