EL VERDADERO CRIMEN DE LOS KIRCHNER

OPINIÓN

Esta es la generación alumbrada por el kirchnerismo y esta es la cultura que ha penetrado las fibras más íntimas del sentido común social


Por Carlos Mira

La frase fue dicha de modo natural, casi con un tono de ofensa, como si no se comprendiera la razón de la sorpresa que causa en la sociedad ese razonamiento. El lenguaje corporal y el gesto de la cara acompañaban ese asombro.

La piquetera acababa de decir que estaba allí, cortando las calles de Buenos Aires y convirtiendo el centro en un caos, porque no era justo que ahora quisieran mandarlos a trabajar 8 horas, de lunes a viernes, como lo hacen todos los argentinos honrados. “Queremos que los planes nos alcancen… Nosotros toda la vida trabajamos de esto…”.

Con “trabajar de esto” se refería a lo que estaba haciendo en ese momento: cortar las calles, convertir la vida de los demás en un infierno. En el suelo, sobre un pedazo de cartón, dormía una de sus tres hijas, de 4 años. Ella tiene 28 y su marido, que estaba allí también, tampoco había trabajado nunca en su vida en un trabajo formal.

Esta es la generación alumbrada por el kirchnerismo y esta es la cultura que ha penetrado las fibras más íntimas del sentido común social: que se piense que personas de esa edad deban trabajar es “injusto”; lo normal es cortar las calles para quejarse porque lo que les entregan no les alcanza.

Se trata de una generación completa de argentinos extractivos. Lo único que aprendieron es a esperar que otro (el Estado) les dé; no tienen entre sus convencimientos íntimos el hecho de que la vida hay que ganársela por la vía de entregar trabajo a cambio de un pago. A ellos se los acostumbró a que se puede vivir sin entregar nada; ellos solo existen para extraer parte de la riqueza que genera otro. Cómo hace ese otro para generarla no es su problema. A esa convicción también los acostumbró la cultura que trajeron los Kirchner desde el Sur, donde ya la habían impuesto hacía décadas.

Por supuesto no alcanzan a distinguir el enorme engaño al que han sido sometidos: creen que no entregan nada, que su sola misión en la vida es sentarse a esperar la comida en la boca, pero en realidad han entregado todo; han entregado los bienes más preciados con los que el hombre llega a este mundo: han entregado su vida, su libertad, su autonomía, la capacidad de decidir qué hacer con sus vidas.

El precio de sentarse a esperar la comida en la boca ha sido carísimo. Hoy dependen de un conjunto de hijos de puta que roban fondos del Tesoro Público para tirarles a ellos solo una limosna. Han perdido la dignidad del ser humano. Ya no les importa ver a sus hijos durmiendo en un pedazo de cartón sobre el frío asfalto de Buenos Aires. Ya no les importa pisar el barro cotidiano de su cuadra. Ni siquiera piensan en vivir seguros en una casa confortable, cálida en invierno, fresca en verano. No saben lo que es el futuro porque también les han robado las expectativas, las ilusiones, cualquier aspiración, por mínima que sea.

Los han destruido: creen haber tocado el cielo con las manos porque descubrieron el yeite de vivir sin trabajar; creen que no entregan nada, que solo existen para recibir. Pero, sin embargo, han entregado todo lo que un ser humano puede entregar, los han vaciado.

Esa es la gran grieta argentina: una brecha protagonizada por una generación vacía, sin contenido, sin dignidad, sin anhelos, sin sueños.

Se trata del crimen más horrendo de los Kirchner. Para una familia de delincuentes que ha cometido las más severas felonías que puedan pensarse contra el patrimonio público, este otro crimen es, sin dudas, el más grave, el más duradero y el más difícil de reparar.

Se trata del robo de millones de almas y cerebros que han sido arruinados para siempre. No solo porque la pobreza en la que se criaron los privó de la ingesta de las necesarias proteínas que la materia gris precisa en un determinado momento del desarrollo, sino porque la reconstrucción de esas mentes es una tarea poco menos que imposible.

¿Cómo convencer a alguien que cree que “trabajar no es justo” que trabajar es, en realidad, el medio más rápido y seguro para mantener y aumentar la dignidad humana? ¿Cómo hablar con alguien cuyo cerebro fue taladrado por un mantra que lo convenció de que el trabajo es un modo de explotación? ¿Cómo empezar la tarea de la reconversión con alguien que fue convencido de que el mérito no importa, de que el esfuerzo no sirve y de que ninguna de las dos cosas debe tener conexión con cómo te va en la vida?

Ver a esa chica de 28 años hablar con la terminología de una persona terminada, de alguien que ya no tiene nada por lo que ser mejor, de una persona para quien ni sus hijos representan un acicate para salir de tanta mierda, causa un dolor profundo.

Parar la pelota del análisis y comprobar que ese fue el resultado de un plan ejecutado fríamente, sin la menor clemencia, por un conjunto de psicópatas que pretenden reinar eternamente sobre un yermo de zombies, da mucha furia, mucha bronca. Ver un país que ya estaba arruinado por el repiqueteo peronista de 70 años, hundido ahora en una miseria de la que es muy difícil regresar y a la que se lo llevó a propósito con el solo objeto que el robo fuera más sencillo, causa una profunda conmoción interior.

La Justicia, incluso, podría protagonizar el hecho milagroso de condenar (como merece) a Cristina Fernández de Kirchner y a sus hijos por haber sido la continuidad hereditaria de una banda creada por Néstor Kirchner para desvalijar al Estado. Pero la purga de esa condena nunca podrá enmendar el daño irreparable que esa familia le ha hecho a millones de argentinos que jamás sabrán lo que es la dignidad.

(The Post)

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